Capítulo VI: Amor Nocturno

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Luego de terminar la ceremonia de unidad, y finalizar la celebración en que la Estrella de la Mañana hizo acto de presencia, todos regresaron a sus respectivos hogares. Sin embargo Brigit y Morrigan, como dictaba la costumbre, ambas fueron a lo que sería su "hogar secundario", para vivir una temporada junto a la persona con quienes fueron unidas: la casa de San Gabriel en el Paraíso, ubicado en el Séptimo Cielo del Panteón Israelita: un pequeño planeta lleno de vegetación silvestre, muy similar a las selvas de la India.

La casa, si se le puede llamar así, puesto que parecía una mansión por lo enorme que era su estructura, era de diseño rectangular y de dos pisos. Estaba hecha en su totalidad de piedra blanca tallada a mano; de hecho, toda la casa en sí misma era una sola roca, que fue tallada y moldeada por las propias manos del arcángel. En las paredes había degradados grises con algunos detalles naranjas. El techo presentaba algunas imperfecciones, y en total tenía ocho ventanas cuadradas repartidas por el lugar, mientras la entrada era de doble puerta ovalada.

Como tal el diseño de la casa no era nada extravagante ni majestuoso, ni se esforzaba en parecer elegante; parecía más una casa hecha por un cavernícola. La razón de esto se debía a que San Gabriel no le interesaba tener una casa llamativa y digna de una persona de alto rango; además le gustaba su casa así, sin ser elegante ni perfecta. Y la única razón por la que era tan grande, se debía a la enorme cantidad de habitaciones especiales, cuyos contenidos era enorme; como la biblioteca, cocina, sala de armas, jardín personal, salón de juegos y demás, incluyendo una gran habitación dedicada a su trabajo.

El dormitorio era amplio, rectangular y de color beige, junto con una ventana en la pared izquierda y derecha, en las que se podía apreciar que era de noche en esa parte del planeta. La habitación no tenía nada más que dos simples estantes de madera, una mesilla redonda junto con una silla, y una gran cama rectangular de color blanco con sábanas de mismo color; aunque tenía una almohada naranja, una roja y una morada.

Dicho dormitorio no se encontraba deshabitado, ya que San Gabriel se hallaba sentado en la cama; traía puesto solo pantalones holgados blancos y mantenía sus alas y aureola ocultas, aunque sus brillantes pupilas blancas seguían al descubierto. El arcángel tenía la mirada baja con un semblante deprimido, mientras pensaba en lo sucedido en la ceremonia; aquello le trajo amargos recuerdos de aquel fatídico día.

Desde aquel trágico día en que ocurrió la Gran Guerra en el Cielo, él no dejaba de escuchar relatos acerca de las atrocidades que cometía su hermano, quien una vez fue Luzbel; horribles actos hechos con el fin de preservar el Mundo Mortal, que tanto aman sus padres. No obstante, aun cuando todo lo que hace Lucifer es con el fin de mantener la seguridad de la familia y del cosmos, eso no justifica sus monstruosas acciones y el hecho de que para él, los inmortales de los demás Panteones son una amenaza que debe desaparecer, y los humanos son los verdaderos demonios que deben ser exterminados.

Es por esta visión cruda, extremista y genocida que su camino lo ha alejado del camino pacifista de sus demás hermanos, y del verdadero camino de sus padres. Sin embargo Lucifer seguía siendo parte de la familia, y por eso el Padre de ellos se negaba a eliminarlo, o tan siquiera encerrarlo.

Pero a causa de esta vacilación, Lucifer ha aprovechado su propia libertad para cometer terribles jugarretas, que no fueron del agrado para el resto de los dioses, ni menos para algunos de los otros Reyes Demonio. Y por eso lo sucedido en la fiesta fue el punto de quiebre para obligar a toda la familia del Paraíso, a tomar medidas para proteger tanto a Lucifer como al resto del cosmos; poco después de terminar la fiesta, San Miguel le dijo a San Gabriel que llegó el momento de castigar a su gran hermano mayor.

Immortalem: Inicio del Nuevo MitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora