Relato III: Caída de un Tirano y Ascenso de un Rey

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La batalla más grande que se ha visto en el Panteón Griego continúa; luego de que el poderoso Dios de las Bestias humillara y arrinconará al Rey del Olimpo, éste último no tuvo más elección que usar su técnica definitiva. La misma tecnica que uso para superar la magia del tiempo de su padre, el titán Cronos, y que le permitió vencerlo para convertirse en el amo absoluto del Panteón de los Inmortales Griegos.

—Je, je... Por fin decides luchar en serio —dijo Rudra, teniendo ahora una mirada seria, y una sonrisa que denotaba una pizca de emoción salvaje, al ver la forma que adquirió Zeus. 

Luego comienza a descender al fondo del cráter; con lentitud baja las piernas al suelo, y se pone de pie en una roca. Después estirá los brazos a los lados, mueve la cintura y hace un poco de ejercicio para entrar en calor, como un boxeador a punto de librar una buena pelea en el ring. 

—Como muestra de cortesía, te dejare lucirte por un rato, cachorro sobrevalorado —dijo Rudra poniendo ambas manos en la cintura, quedando vulnerable a cualquier golpe; desafío que Zeus aceptó con gusto y sin vacilación.

¡¡¡Grothiá Sýnnef: Rayo Celestial al 100%!!! —conjuro Zeus, potenciando el nivel de la electricidad al máximo. Y tras emanar un flash cegador, el suelo tembló y las casas que habían adelante de él fueron arrasadas por un golpe de viento brutal. Todo ocurrido en menos de un parpadeo, debido a que, en término literal, el Rey del Olimpo se movió a una velocidad comparable a la de la luz, que incluso para él se detuvo el tiempo. 

Y mientras se movía a dicha velocidad, impacto un golpe en el pecho de Rudra, cuya potencia aumentó a niveles inimaginables por lo veloz que se había vuelto Zeus; el golpe envió volando al dios tigre con tanta fuerza, que gran parte del suelo se levantó, se oyó el horrible tronar que se oye al romperse la barrera del sonido, y él atravesó por completo la parte superior rocosa del Monte Olimpo. 

Sin embargo el Rey del Olimpo no tuvo intenciones de dejarlo contraatacar; porque en cuanto el dios-tigre legó al otro extremo, recibió un segundo puñetazo en el rostro, que lo envió volando al templo de Artemisa, donde, además de atravesarlo, lo derribó en su totalidad.

Acto seguido Rudra recibió una lluvia de golpes, procedentes de todas direcciones, por parte de un Zeus que se movía a una velocidad tan alta, que hasta para los demás dioses griegos les era difícil seguir con la vista; ellos solo podían verlo como un flash azul, que se movía más rápido que una estrella fugaz. Aparte cada golpe al impactar provocaba ondas sísmicas de tal gran magnitud, que todo el reino que componía el Panteón Griego temblaba; incluso aquellos temblores llegaban hasta las puertas del Panteón Israelita, y las tierras de los territorios de ambos Panteones.

A pesar de que Zeus era un dios del rayo, no tenía magia ni poderes propios ligados a dicho elemento; los relámpagos solo eran creados gracias a su Arma Sagrada Grothiá Sýnnef, los cuales tenían un límite, por lo que tras un determinado número de usos, Zeus tenía que esperar un largo tiempo para que su Arma Sagrada volviese a cargarse de energía, para así generar más rayos.

No obstante Zeus aprendió a usar los rayos de sus armas para potenciarse así mismo, aprovechando las virtudes que ofrece su propia fortaleza física, sumada con las de su cuerpo inmortal; la acción consiste en invocar sus rayos sagrados, mientras se sujeta cualquier parte del cuerpo, para que así aquel poder eléctrico llegue a su cerebro y corazón, provocando como reacción en su cuerpo inmortal un despertar completo de los sentidos, junto con una elevación de su fuerza vital, y de los latidos de su corazón a un punto, en que podría matar a un mortal.

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