Capítulo XXII: Amable y Aterrador

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Lo que pudo haber sido el inicio de una nueva guerra, ahora se convirtió en una escena llena de terror absoluto por parte de los dioses nórdicos, con la llegada del gran Dios de las Bestias, Rudra, acompañado de cuatro pequeños ejércitos de poderosos mortales, y del mismísimo todopoderoso Dios Hindú de la Destrucción. Y era natural que nadie, ni siquiera Odín mismo, pudiese detectar la presencia del último.

Los dioses son seres que encarnan las fuerzas de diversos aspectos o conceptos de la realidad: como materias, energías, pensamientos o incluso ideales. Y por eso son capaces de alcanzar niveles de poder que ningún mortal, por muy poderoso que sea, será capaz de percibir, porque está fuera de su comprensión.

En cambio Shiva es un dios que encarna uno de los aspectos contrarios a la materia y la forma: la anti-materia y transformación. Él encarna el fin de toda forma material y energética, para su posterior transformación en nuevas e infinitas formas. Además, a diferencia de dioses como Zeus y Odín, que fueron consumidos por sentimientos y emociones negativas que corrompían su divinidad, como la avaricia y la lujuria, Shiva estaba más allá de todo eso.

En su juventud, para aprender a dominar la energía Prana, el Poder de la Destrucción y la feroz entidad que dormía en su interior, Shiva pasó siglos meditando en soledad, y durante ese tiempo se despegó de anhelos innecesarios e impuros. De este modo logró un estado de absoluta paz, que le permitió alcanzar lo que era conocido como Nirvana, Moksha o Iluminación: alcanzó la Liberación Espiritual.

Como tal, trascendió su propia naturaleza y divinidad al estado puro de un verdadero dios: un ser alejado de todo lo innecesario, y conocedor de las verdades y mentiras de la realidad. Esto lo elevó a un nivel de poder tan alto, que solo un Dios Primordial podía comprender. Y es por esto mismo que al principio muchos ignorantes subestimaban a Shiva, al grado de considerarlo un "simple hombre inmortal" frente a Zeus y otros dioses reyes, e incluso llegaban a creer que era uno de los inmortales más débiles.

Pero en aquellos tiempos de ignorancia total, el rey de Asgard ya conocía el verdadero y temible poder de Shiva, porque tuvo la desdicha, o fortuna, de verlo en acción siglos atrás, cuando el padre de los olímpicos, en su infinita locura, ignorancia y deseos de supremacía, cometió el inigualable error, de desafiar al Panteón Hinduista.

[Recuerdo]

Siglos atrás, cuando la mayoría de los Panteones apenas habían establecido los pilares de su reino, y los varios de los Dioses Primordiales aún vivían, se llevó a cabo una reunión en los confines del Reino de los Devas, entre el recién nombrado líder del Panteón Griego, y los nuevos líderes del Panteón Hindú.

El lugar de la reunión era un vació espacial, de colores turquesa, azul y celeste, con espacios lineales de color negro en el que se encontraban las estrellas. En el centro de aquel espacio circulaban planetas alrededor de un gran sol de color rojo carmesí. Y arriba de ese sistema solar, yacía Shiva flotando en posición de meditación. 

—Así que eres Shiva, el tercero de la suprema Trimurti Hindú.

Shiva abrió los ojos, y vio que por fin llegó el nuevo líder del Panteón Griego. Era un hombre adulto de piel pálida, largo cabello y barba de color grisáceo, ojos violetas, complexión musculosa, túnica negra y brazaletes plateados de origen griego. Además era cuatro veces más alto que Shiva, iba descalzo y caminaba por el vació del espacio como si pisara un charco de agua. Y traía un intrincado cinturón de plata, en el que colgaba un reloj de arena.

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