Diez

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Soñé que me caía al vacío y nadie me ayudaba, que estaba sola y no sabía qué hacer, pero al final, me desperté, como siempre, mirando la traslucida tela roja que colgaba sobre los doseles de mi cama.

La claridad entraba a raudales y me tapé la cara con la manta. Se sentía tan cómodo, tan reconfortante. De haber pasado de la completa oscuridad al calor de la fina frazada, había un abismo infranqueable.

—Despertaste. —A mi lado, alguien habló casi en un suspiro, como si algo pesado le hubiera sido retirado del pecho.

Pero si la persona estaba aliviada o no, yo no me sentía lo suficientemente despierta como para reconocerlo por lo que, incorporándome abruptamente, abrí los ojos desconfiada solo para encontrarme con la cara de Alexandre.

Sus ojos celeste me miraban con algo de sorpresa bien disimulada y un dejo de alivio. No entendía nada. ¿Qué hacía en mi habitación? ¿Me estaba viendo dormir?

Abrí la boca en un intento por aclarar mis dudas, pero el impacto de verlo acercarse tan rápidamente a mí me hizo callar. En mi mente, había esperado un abrazo, pero se limitó a sentarse a mi lado y tomar mi mano.

—¿Estás bien? El médico dijo que habías sufrido un pequeño shock por el miedo y por eso te desmayaste.

—Me... desmayé... —Repitiendo lentamente lo que me había dicho, los recuerdos de haber estado parada en lo alto de un andamio me revolvió el estómago y los vellos del cuerpo se me erizaron.

—Estuviste fuera casi cuatro horas. —Asintiendo, contestó y yo lo miré directamente— Me diste un susto.

—¿Estabas ahí? —pregunté desconcertada. Estaba segura de no haberlo visto.

—Yo fui quien te bajó. —Como si fuera una obviedad, sus ojos me enfocaron con una expresión que decía: ¿No es obvio?— ¿No recuerdas?

Negué y volví a pensar, estaba segura de no haberlo visto, ah, pero ahora que hacía memoria, recordaba escuchar a alguien gritar mi nombre desde abajo.

—Gracias. —Dando vuelta mi mano para que nuestras palmas quedaran juntas, entrelazé mis dedos con los suyos gozando el hecho de que él diera un pequeño apretón.

—Es suficiente que estés bien. —Sonrió muy levemente.

Esa pequeña curva fue suficiente para hacerme entender que era sincero y el dolor anterior, así como las dudas, parecieron evaporarse. Me sentí un poco tonta por eso, pero era más dulce ese sentimiento reconfortante que el otro que me había picado la mente y el corazón persistentemente.

De repente, su sonrisa se desvaneció y su rostro se volvió serio.

—¿Qué se supone que pensabas hacer allá arriba? —Reprochó y aunque su voz apenas subió una octava, sentí que quería esconderme— ¿Te das cuenta de lo que podría haber pasado si te desmayabas y no hubiera estado para sostenerte?

—Yo... —Abrí la boca, pero no salió nada y Alexandre pareció enojarse un poco más porque las mejillas se le sonrojaron.

—Te habrías matado, o en su defecto, te habrías herido lo suficiente como para no poder andar en mucho tiempo. Ahora, repito, ¿Qué hacías allá arriba?

Por un momento, tuve la sensación de que él ya tenía la respuesta a la pregunta que me hacía, sin embargo, sus pupilas permanecían firmemente clavadas en las mías esperando a que yo respondiera.

—Quería ayudar a Belmont... Se iba a caer. —Acordándome del joven de ojos rojos y de su estado, no pude evitar sentir que la sangre me abandonaba el rostro— ¿Cómo está él? ¿Está bien?

AlizeéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora