Veinte

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La inquietud que experimenté durante las dos semanas de ausencia de Alexandre, no supe explicármela. Vi el techo de la habitación durante más tiempo del que lo había hecho nunca y para mi desgracia, Bastian parecía sentir mi estado de intranquilidad, porque no podía separarlo de mi lado sin que rompiera a llorar. 

Ahora mismo, me encontraba caminando por la habitación meciéndome de un lado a otro. Se suponía que este era el trabajo de una niñera, pero yo no quería que cuando mis hijos crecieran, corrieran detrás de las faldas de una extraña. Según Scarlett, lo extraño era mi pensamiento, pero mi propia madre consideraba que una niñera era una ayudante y no una madre. 

Sin embargo, aunque pensaba eso, Margot entró en la habitación con pasos silenciosos y dejó una bandeja con una taza de té a un lado. Su gesto adormilado. 

—Vaya a dormir, yo me encargo. —A estas alturas, en realidad agradecía su ayuda, quizá, si estuviera lidiando con esto sola, me habría desmoronado hace tiempo. La falta de sueño no me permitía hacer mi rutina normal como siempre. 

Suspiré y miré la cara dormida del pequeño copo e hice el intento por pasarlo a los brazos de mi doncella. Juraba que nunca había hecho algo con tanto cuidado y delicadeza, pero aún con todo, apenas pude agarrar el asa de la taza, cuando comenzó a escucharse el sonido de leves quejidos. 

No pude evitar el pasarme la mano por la cara con frustración antes de dejar el té o intacto y volver a tomarlo entre mis brazos. Para entonces, ya lloraba y su rostro había comenzado a ponerse rojo. 

—Shh, no llores Copito, mamá no se fue —me senté al borde de la cama y hablé mientras le palmeaba la espalda, solo entonces su llanto comenzó a menguar—. Puedes volver a dormir, Margot, me quedaré con él. 

La doncella me miró un momento antes de soltar un suspiro cansado y tenderme la taza. Era incómodo beber de esta forma, cuando tenía miedo de que cualquier mal movimiento pudiera provocar un accidente, pero lo necesitaba. 

—¿Qué la preocupa? —preguntó y yo me detuve a medio sorbo. Ni yo entendía muy bien lo que me preocupaba—. ¿Es por la mujer del otro día? 

«La mujer del otro día», repetí en mis pensamientos. Al principio había sido algo sin importancia, pero cuando me detuve a pensar bien en las cosas, encontré que era muy extraño.

¿Por qué una doncella querría verme a mí específicamente y por qué lloraría con tanta pena? 

Pero ese era uno de los tantos pensamientos que me aquejaban. 

—Un poco —contesté y esperé por la reacción de Margot. 

—Ya envié a algunas personas a averiguar, pero en realidad no se descubrió demasiado, nadie la había visto por aquí antes, salvo Anette, que trabajó con ella. 

—¿Y qué hay de Anette? 

—Nada. —Negó—. Ella llegó recomendada por la casa Bleu, fue entrenada como sirvienta personal y su hermano trabaja en los establos. Dijo que la chica, Evelyn, trabajó un corto tiempo en la mansión Bleu cuando aún eran niñas y luego no volvió a saber mucho de ella, de vez en cuando tenía una noticia o dos, pero nada relevante. 

—¿Y es confiable? 

—Corroboré la información con la ama de llaves de los Bleu, y dijo que sí, que una pequeña con su descripción había trabajado para ellos en la mansión, luego su madre enfermó y regresó a su casa para cuidarla; después de eso, no le siguieron la pista.

—¿Es así? —Dudaba, me daba la impresión de que las cosas no podían ser así. 

—Hasta el momento, no tenemos mucho más. —Margot se encogió de hombros y ahogó un bostezo que terminó por contagiarme. 

AlizeéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora