Seis

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—Nos gustaría agradecerles a todos los presentes por haber venido a celebrar el compromiso entre nuestras dos familias. —Parada en el medio del salón, mi madre había tomado la iniciativa de hablar mientras la duquesa Marion se mantenía a un costado sin decir palabra alguna, pero con una sonrisa lo suficientemente amplia como para mostrar su contento con la situación— Aunque esto podría llamarse una conclusión evidente a algo que ya estaba planeado, nos alegra que los dos implicados hayan mostrado su acuerdo y esperamos que desde ahora, hasta el día de su boda y en adelante mucho tiempo más, sigan siendo tan buenos amigos como han demostrado serlo hasta ahora.

«Amigos suena bastante cercano».

Alexandre ni siquiera había podido llamar mi nombre más de tres veces en el tiempo que llevábamos frecuentándonos, pero mi madre parecía muy contenta con como estábamos llevando la relación aduciendo que, sin dudas, todo estaba yendo mejor de lo esperado. No estaba del todo errada, podría decirse que las interacciones entre él y yo habían avanzado al punto en que podíamos tener una conversación sin que resultara incómodo y habíamos descubierto un par de cosas en común que sin dudas había anotado en mi mente para el futuro, pero algo así como amigos, temía que eso fuera una ilusión demasiado grande.

Incluso el discurso grandilocuente me parecía una exageración vergonzosa.

—Dioses... —Suspiré y negué muy levemente al tiempo que las palabras seguían avanzando en un torrente interminable. Los asistentes a la velada oscilaban sus edades entre los quince y los... ¿sesenta? Estaba segura de haber visto a una persona con las arrugas suficientes para haberle contado sus anécdotas a la mismísima diosa, pero no me atrevía a ser tan desagradable, incluso en mi mente.

La cuestión era que, sin duda alguna, aquellos cuyas edades se acercaban a las nuestras habían empezado a mirarnos con cierta indulgencia que solo podría corresponderse a quien había pasado por una vergüenza similar, mientras que aquellos mayores, parecían verdaderamente emocionados con el discurso que, de la boca de mi madre, se había continuado a la de mi suegra.

Alexandre, quien se había mantenido parado a mi lado con la espalda recta y la barbilla bien levantada, dando la impresión de ser alguien que no podría ser tocado por cansancio alguno, de repente se inclinó levemente hacia mí y mirándome de soslayo, murmuró un par de palabras que casi me hicieron reír en voz alta.

—Si se siente mejor, prometida mía, la vergüenza es compartida.

—De hecho, no sabe cuán consolada me siento.

La burla en el tono fue tan leve que me atreví a pensar que no la habría notado, pero tal y como venía pasando desde hace unos cuantos encuentros, lo había hecho y contrario a mostrarse desdeñoso como las primeras veces, el borde de sus labios se había levantado ligeramente atenuando la sensación severa en su rostro.

—Me alegra ser de ayuda.

—Ni tanto, no se crea. —Resoplando, dedicándole una fugaz mirada, creí conveniente mostrarle como su madre alargaba aún más sus palabras en un discurso por demás rosado que viniendo de sus labios, parecía un poco extraño.

Pero había entendido que Marion Blanchett era tan blandita por dentro como dura por fuera y que, sin dudas, esta vez, esa parte suave de sí había salido a flote debido al tema a festejar. Un compromiso... EL compromiso... NUESTRO compromiso.

Por un momento sentí que se me vaciaba el estómago ante la aterradora perspectiva del matrimonio, pero pronto me convencí que en realidad no es que hubiera demasiadas opciones, incluso aunque papá dijera que podía alimentarme incluso hasta que yo misma ya no pudiera pararme sobre mis propios pies y tuviera que recurrir a un bastón para sostenerme.

AlizeéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora