Doce

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Las doncellas se movían rápidamente de un lado al otro. Mientras unas se encargaban de las uñas de mis pies, las otras estaban con mis manos. Con las piernas subidas a un pequeño banquito, otra se aseguraba de untarme con aceite de rosa.

Margot, por su parte, se encargaba mi cabello. Recientemente se había encontrado una forma de prolongar el calor de los bigudíes y aunque no era automático, con la inyección de un poco de magia, se lograba mantener el calor en ellos. Era algo novedoso e interesante, por lo cual, cuando mi madre se había enterado, no había demorado en adquirir unos.

El resultado era que, la magia que involucraban era tan mínima, que Margot, que poseía solo una chispa de ella, podía manejarlos con destreza y ahora mismo, su cara de satisfacción me decía que estaba más que complacida con ellos.

—Aún no puedo creer que sea el día —comentó al tiempo que enrollaba mi pelo alrededor de un bigudí— ¿Cómo se siente?

—Cansada... y dolorida. ¡No tires tan fuerte! —exclamé y me removí en el lugar, recibiendo un par de miradas represivas de parte de las doncellas que me atendían. Estaba disgustada. ¿Tanta preparación para casarse?

¿No bastaba con maquillarme, peinarme y ponerme un bonito vestido?

—¿No está emocionada? Hoy será su noche de bodas —canturreó y sentí que los colores se me subían apresuradamente a la cara. No tenía un espejo cerca, pero podía apostar a todo lo que tenía, que el rubor en mis mejillas podía competir con el de mi cabello.

No contesté nada, pero las risas de las jóvenes a mi alrededor terminaron de avergonzarme. ¿Qué necesidad?

No estaba nerviosa, por supuesto, no lo estaba porque no lo había pensado. En mi mente, todo lo referido a mi boda empezaba con ponerme un vestido, decir "Sí, acepto" y terminaba conmigo... bueno, casada.

No había nada, ni antes ni después, como si todo lo que involucrara el paso posterior y casi reglamentario en lo que implicaba un matrimonio, se hubiera borrado de mi mente. Ni siquiera me había sentido mal en la noche, había dormido bien y me había levantado sin problemas, después de todo, me sentía segura respecto a Alexandre.

Consideraba que el tiempo que habíamos pasado juntos y las crecientes interacciones se habían dado de forma armoniosa, así que creía que no había problema. También se debía a que me sentía segura y agradable a su lado.

Él no hablaba demasiado, pero cuando lo hacía, parecía hacerlo con sinceridad y me gustaba que me hablara de sus cosas. Quizá mamá tenía razón y era solo tener paciencia.

Un nuevo tirón en el pelo me despertó de mis pensamientos y miré como pude a Margot. Sabía que lo había hecho a propósito.

—De todas formas, no debe preocuparse demasiado. —Una de las jóvenes que se encargaba de limarme las uñas, me miró de reojo y sonrió con picardía— Solo deje que sea su esposo quien tome la iniciativa y déjese llevar.

Las reacciones a su comentario fueron variadas, algunas asintieron con confianza, otras se rieron y otras se sonrojaron. En este grupo, sin dudas, había de todo.

—Pero duele —dijo otra.

—Un poquito.

—¿Un poquito? —Abriendo los ojos, la misma que había declarado que dolía, preguntó incrédula— Sentí que se me iba el alma.

Fruncí el ceño y las miré preocupadamente. No quería saber tanto sobre sus vidas privadas, no obstante, tampoco quería callarlas.

—Pues tu marido habrá sido un bruto —declaró con firmeza y luego negó decisivamente dejando a su compañera con la boca abierta y el gesto confuso.

AlizeéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora