Treina y cinco

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Firmé con mi nombre al final de la carta, dejé que la tinta se secara y sellé el sobre antes de pedirle a Zoé a mi lado que lo enviara. Esta era la segunda carta que enviaba en una semana sin obtener respuesta.

Mi espalda tocó el respaldar de la silla y dejé salir un suspiro cansado. En los últimos días, no había descansado demasiado, ya fuera por el repentino desmayo de Bastian, que había durado días en que nadie supo darme una respuesta o por la caída de Fleur en la fuente.

—Señora, debería descansar. —La voz de Irina llegó desde la entrada, en sus manos llevaba una bandeja en donde la boca de la tetera exhalaba un vapor perfumado. Todas mis doncellas parecían más cansadas que yo: yendo de un lado al otro, contactando con el médico, corriendo a mandar las cartas, ocupándose de mí.

—No puedo —respondí sin vacilar y vi sus movimientos al servir el té en la taza. Alexandre no estaba, al parecer algo grave había pasado en el ducado y su figura desapareció más rápido de lo esperado; mi estado de ánimo debido al asunto, descendió tan rápido debido a esto, que la siguiente sucesión de eventos superó mis expectativas.

Bebí el té con rapidez, casi sin saborearlo y me levanté. El mundo dio vueltas a mi alrededor durante un momento antes de que lograra estabilizarme y atravesé el umbral de la habitación antes de caminar por el pasillo hacia la habitación de Fleur; Margot estaba con ella y Bastian permanecía callado a su lado, con los ojos fijos en la niña en la cama.

Sentí que una grieta se abría en mi corazón en cuanto lo vi, la extrañeza que a veces me mostraba y la seriedad con que parecía vivir me recordaba el extraño incidente en el mercado.

Toqué el hombro de Margot, cuyas ojeras oscuras la hacían parecer mucho mayor de lo que en realidad era y la obligué a retirarse; sentí sus pasos detenerse en la habitación exterior y supuse que se quedaría allí hasta que volviera a llamarla, así que reprimí las ganas de suspirar una vez más y dejarla estar.

—Mamá —llamó Bastian y enseguida volví la mirada hacia él, su rostro solemne me provocaba una sensación de rareza inexplicable—. Fleur estará bien.

Al mismo tiempo que las palabras cayeron, su pequeña mano tomó la mía; la seguridad refulgente en sus ojos hizo que los lados de mis labios se elevaran hasta formar una sonrisa y sin dejarle tiempo a reaccionar, lo arrastré a mis brazos. Bastian era un niño tímido, del tipo que enmascaraba sus sentimientos y hablaba poco, no porque no sintiera, quisiera o deseara, sino porque así era él; pero ahora me parecía que, aparte de esa repentina seriedad adquirida, también había una seriedad extraña a la habitual y un cierto brillo que calmaba cualquier inquietud; quizá el cambio era bueno.

Recordé el grito de Margot y mi sorpresa al darme la vuelta y ver su cuerpo tirado en el suelo. Lo apreté con más fuerza y apoyé mi mejilla contra su coronilla; las finas hebras blancas me hacían cosquillas y de forma inconsciente pasé mis dedos por ellas deshaciendo el lazo que las mantenía atadas.

Si fuera como siempre, Bastian se alejaría de manera incómoda y mantendría su mano en la mía como única muestra de que no le desagradaba mi contacto; pero esta vez me devolvió el abrazo y hundió más la cabeza en mi pecho.

Tal vez me preocupaba en vano, tal vez no había razón para desesperar.

Respiré profundo y miré la cama antes de separarme de Bastian para cambiar el paño en la frente de Fleur. Su mejilla ardía, pero el médico dijo que todavía estaba en una temperatura segura; sin embargo, no me convencía.

—Florecita… —susurré muy cerca de ella, pero no hubo respuesta. Mi pecho parecía congestionarse por cada minuto que pasaba, pero volví a mi lugar sin decir palabra alguna.

AlizeéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora