Once

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El día que cumplí dieciséis años tuvo doble función.

Aprovechándome de la ocasión y convenciendo a mi madre, utilicé el hecho de que debía invitar a más de la mitad de la nobleza de la ciudad, para inaugurar Rumeurs.

Estaba segura de que más de una persona dentro del círculo había estado hablando sobre lo que la hija de los Roux pretendía al ir de un lado para el otro, corriendo alrededor de una pequeña tienda. Hablaban, sí, porque era lo único que ellos podían hacer al respecto.

Mi madre no había dicho nada y mi padre que había viajado desde la frontera para estar presente en mi boda, había dicho que hiciera lo que quisiera. Naturalmente, esta declaración había generado un pliegue adicional en la frente de su esposa y en mí, una risa satisfecha. Suponía que mamá no estaba contenta con una cláusula tan liberal.

De todas formas, la realidad era que cuando las invitaciones fueron emitidas, las confirmaciones a ellas fueron recibidas casi inmediatamente. Ya fuera por mi estad especial o por conocer por fin el lugar del que tanto habían comentado.

—¿Debería recogerle el cabello? —Parada detrás de mí, Margot me miró a través del espejo. Quedaban casi dos horas hasta la que se le, había indicado a los invitados y solo quedaba organizar mi cabello ligeramente húmedo antes de que me apresurara a supervisar las cosas.

Al final, siendo que el lugar no sería mi casa, la única que se había encargado de todo había sido yo. Tenía una sensación de opresión en la boca del estómago y una incapacidad de quedarme quieta que mi madre había atribuido al nerviosismo.

—Sí. —Dándole el visto bueno a mi doncella que parecía impacientarse a cada segundo que pasaba, me desentendí de mi entorno y comencé a pensar si estaba todo listo.

Todavía podía recordar la expresión burlona en los ojos de mamá cuando me senté a desayunar en la mañana. Mientras tomaba su té junto a papá, me había saludado con cierta sonrisa que le conocía muy bien, esa que parecía estar disfrutando de un espectáculo gracioso y es que las ojeras bajo mis ojos eran tan notables, que no pude más que reprenderme por no haber logrado conciliar el sueño casi hasta bien entrada la madrugada.

Lo peor de todo es que mi padre había levantado las cejas divertidamente en mi dirección y echándole una mirada a mamá parecía burlarse de mí sin palabras. A veces... no, con mucha frecuencia me preguntaba si habría alguna falla en el proceso de mi nacimiento y no me habrían mandado al vientre equivocado. Quizá había algún rencor entre ellos y yo proveniente de otra vida.

Sea como sea, luego de desayunar rápidamente, me había apresurado a supervisar que todo fuera bien y para mi alivio, aparte de aquellas cosas que necesitaban ser tratadas casi sobre la hora, estaba todo hecho.

—Bueno, ¿qué opina? —Preguntándome, Margot me miró con cierta expectación que me hizo reír. Incluso si no me mirara, estaba muy segura de poder salir sin preocupación y como era de esperarse, el resultado no me decepcionó.

Encogiéndome de hombros, eché en falta la sensación del cabello cubriéndome el cuello.

—Es hermoso. —Sonreí y sin esperar un momento más, me levanté y miré detrás de mí, para ver cómo el cabello recogido en algunas trenzas se asentaba firmemente sobre mi nuca— Veamos si mi madre ya está lista.

—¿No buscará nada para su cuello? —Ignoré la pregunta de Margot y salí directamente arrastrando la pesada falda.

Inmediatamente después de salir de la habitación, encontré a mamá sentada en el comedor junto a mi padre. Ambos parecían estar listos hace bastante.

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