Treinta y tres

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Sentí una mano posarse sobre mi hombro y volteé la cabeza en dirección a la persona que me miraba con un tenue tinte de preocupación. Sin proponérmelo, las esquinas de mis labios tiraron hacia arriba; Alexandre era más atento conmigo desde que volvimos a la capital hace seis meses y se notaba en los sutiles pero notables gestos que antes no tenía. ¿O quizá era yo la que no los notaba?

Más que la muerte de mi madre, lo que despertó mi conciencia fueron las palabras de mi padre. Yo también quería confiar y amar sin arrepentirme; creí haberlo logrado, pero las constantes incertidumbres y el movedizo terreno de mis sentimientos, no me dio la oportunidad. Ahora quería y estaba dispuesta a dejar de lado esas cosas.

—No te oí llegar. —Giré sobre mis pies para enfrentar su pecho y arrastré los brazos por su cintura hasta entrelazar los dedos detrás de su espalda. El sonido persistente de su corazón bajo la fina camisa trajo consigo un sentimiento de paz y el aroma del exterior—. Hoy hace tanto calor.

Advertí el movimiento de su cabeza al asentir y acepté su falta de sonido con calma.

—Escuché que saliste —dijo de repente. Sus manos pasaban por mi cabello suelto.

—Esta mañana recibí un mensaje de Francis —respondí con pereza—. Lograron mezclar el chocolate con el café en pequeños bocaditos*; ya envié una muestra al palacio.

Me deleité ante la imagen de esos finos postres y recordé el deleite en los ojos de Bastian cuando obtuvo una mezcla más suave de chocolate con leche que se derritió en su boca. Fleur no se quedó atrás tampoco, pero me sorprendió al encontrarla con la cara cubierta de crema de limón sobre la mesada de la cocina. En algún momento, mientras no prestaba atención, se escapó y se abrió paso entre los empleados hasta obtener la atención de uno de los cocineros.

—Es bueno que te distraigas... aunque el tiempo está demasiado caliente. —Levanté la cabeza al escucharlo y noté su ceño fruncido.

Eché un vistazo al jardín que había apreciado antes de su llegada y tuve que darle la razón. El verano cubrió la ciudad de un manto húmedo casi insoportable.

—Llegó una carta de tu madre. —Sus ojos, que hasta el momento ojeaban las frondosas copas de los árboles hicieron un movimiento brusco solo para clavarse en los míos. Vi piscinas celestes de agua inquieta y una chispa de incomodidad surgió en mi pecho antes de ahogarse con rapidez—. Jerome la dejó en tu estudio.

—Entiendo. —La presión de sus manos se apretó y mi pecho se pegó aún más al suyo.

—¿Temes que no esté lo suficiente delgada? —pregunté en broma y enseguida su apriete se aflojó. Sonreí en mi interior al ver el movimiento de sus labios curvarse en una ligera sonrisa—. Eres mucho más apuesto cuando sonríes.

Mi oración lo dejó sin palabras por largos segundos. Las ondas en sus orbes se apaciguaron y un tinte de diversión los tiño de calidez; entonces suspiré aliviada sin saber que mi cuerpo se había tensado.

Siempre supe que había algo mal entre Marion Bleu y Alexandre Blanchett, no podía precisar qué, pero lo sabía. Si no era con ella en específico, el problema estaba con Ivoire, porque mi esposo jamás tenía buena cara cuando se mencionaban sus tierras. Tenía un conocimiento superficial de lo que había sido su vida y sus padres, pero no podía aseverar que comprendía en profundidad; solo que a veces, la necesidad por tomar un carruaje y resolver mis incógnitas se hacía palpable.

—Hoy pensé en mi madre. —Cuando mi mejilla fue acunada en su palma, cerré los ojos y hablé—: En lo mucho que me hubiera gustado tenerla un tiempo más... me hubiera gustado que conviviera más con los niños. No lo viste, pero Fleur la seguía como una pequeña cola.

AlizeéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora