Diecisiete

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—Será un niño chismoso. —La risa de Scarlett acompañó sus palabras en cuanto el niño revoltoso en mi estómago se movió contra su mano.

No podía negar que a veces lo pensaba, porque en cuanto me abría paso hacia Rumeurs y sentía el sonido de las voces, el bebé "chismoso" comenzaba a moverse; al principio me parecía curioso y adorable, ahora me resultaba doloroso. Durante la noche se mantenía tranquilo y pese a que de vez en cuando mi espalda dolía, no tenía mayor inconveniente, pero Rumeurs era otra cosa.

No se movía cuando salía a la calle o cuando estaba con otras personas, salvo en el raro caso de que Alexandre le hablara.

—Puede ser que sí. —Le di la razón y le di un sorbo a mi té con satisfacción—. Aunque espero que sea una niña de ser así.

—Los hombres siempre han sido más chismosos que las mujeres —dijo desdeñosa y sonrió. Pese a que ya no le faltaba mucho para dar a luz, todavía se la veía salir de paseo, sonreír y socializar como si nada. Su ancha sonrisa, labios inusualmente rojos y ojos oscuros estaban ahí y me miraban amistosos—. A mí me sorprendería que fuera mujer en cambio.

No pude evitar reír y le di la razón. Ahora que mis días eran más inactivos que antes y que Alexandre volviera un poco antes que de costumbre, nos habíamos encontrado hablando más y era por él que yo me enteraba de muchas cosas que quizás nunca hubieran llegado a mis oídos.

—¿Cómo están las cosas con él? —El bonito gesto de la joven se agrió y me dieron ganas de reír. Scarlett no quería a Alexandre y no tenía una razón particular para ello, simplemente, no le gustaba.

—Están mucho mejor. —Sí, lo estaban y una sonrisa floreció sobre mis labios al decirlo. Por fin me sentía en paz con el matrimonio entre nosotros y el peso invisible sobre mis hombros se había disipado. Tenía una casa armoniosa y un esposo que, aunque lo disimulara, se preocupaba por mí; y esa era la clave del éxito, según alguna noble mujer que no conocía, pero cuyas palabras habías trascendido.

—Bueno, eso es un alivio. —Sonrió—. No quiero que el niñito en tu estómago sea infeliz.

—¿Cómo sabes que es un niño y no una niña?

—Eso es porque mi hijo tiene que tener un amigo.

—¿Y cómo sabes que es un niño el tuyo? —pregunté divertida y me llevé a la boca un trozo de pastel de limón.

—Solo lo sé, porque soy su madre y si digo que es niño, es niño.

—Lo siento mucho por esa criatura.

—¡Oh! ¡Por favor! —exclamó y se rio con ganas mientras se abrazaba el vientre y bajaba la cabeza—. Cariño mío, agradecerás que yo sea tu madre.

Negué divertida, pero no la contradije. Quizá sería una fortuna para ese pequeño que Scarlett fuera su madre y no otra; al menos, tenía la seguridad de que su vida sería bastante divertida. No podía decir lo mismo de mí, yo tenía miedo de no estar a la altura; tenía miedo de no ser una buena madre o de no ser lo que se esperaba; que el día de mañana me mirara y me dijera que no había sido lo suficientemente buena.

—No pongas esa cara, tu hijo agradecerá que lo ames. —La voz de mi amiga me llegó baja y suave, a diferencia de su ser común—. Ese es todo tu trabajo, ámalo tanto como puedas.

—¿Será suficiente?

—Es más de lo que muchos pueden decir sobre sus propios padres.

No pregunté nada después de ver pasar la amargura en sus ojos y asentí. Quizá solo me estaba preocupando de más.

AlizeéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora