Catorce

1.2K 236 120
                                    

Rumeurs me recibió con ese característico olor dulce a pasteles y té caliente que me aliviaba el humor. Aspiré hondo y esperé solo un momento antes de que Francis se me acercara. El traje de corte impecable lo hacía lucir un poco mayor de lo que en realidad era, pero le daba un aire elegante que iba justo con lo que pretendíamos.

No pude evitar la risa que se elevó desde mi pecho al ver las mesas llenas. El aire se había vuelto cada vez más frío, pero varias ventanas habían sido abiertas de igual forma y no veía ninguna queja en el rostro de esas nobles damas que charlaban sosteniendo las pequeñas cucharillas entre sus dedos.

Me asombraban sus espaldas rectas y sus gestos finos, y de vez en cuando me encontraba mirándolas con mayor ahínco, intentando reproducirlos frente al espejo. La mayoría de las veces me sentía ridícula, pero me decía que al menos, si pudiera imitarlas en una décima, en la próxima reunión social, me sentiría más segura.

—Es un placer verla bien, Señora. —La voz de Francis me sacó de mi contemplación y sonreí al tiempo que le entregaba mi abrigo a la doncella junto a la puerta. Hoy Margot no me había acompañado. Siguiendo las palabras de mi suegra, quería ver cómo se comportaban los empleados en mi ausencia y dejarla sería un seguro.

Habíamos acordado que sería tranquila y discreta, lo suficiente como para que los demás se relajaran. A veces me parecía que estaba jugando un juego de estrategia dentro de mi propia casa, pero la realidad me había dicho que no podía bajar la guardia.

Recordar el desagradable incidente protagonizado por una de las doncellas en el salón solo logró agriarme el rostro y ensombrecerme el humor.

La mansión se había vuelto todavía más silenciosa desde que Marion se hubiera ido. Había permanecido más tiempo del que hubiera deseado en la capital y había manifestado su añoranza por la tranquilidad de Ivoire*. En realidad, sospechaba que ya se había aburrido y que le parecía mejor volver a su casa con su propia gente.

Durante el tiempo que había permanecido a mi lado, todo había marchado bien. Jerome era un buen mayordomo y no había necesitado preocuparme en demasía por las cuestiones de la casa. Elegía el menú del día siguiente, supervisaba el registro final en los libros contables e intercambiaba tarjetas con algunas damas que habían manifestado su deseo por entablar relaciones armoniosas conmigo. O con el apellido.

Me reí en silencio y dejé caer la mano sobre la mesa. La rutina del día a día era más avasallante a cada momento, me gustaba la calma y la seguridad que me transmitía el saber lo que pasaría, a la vez... extrañaba mi antigua vida en donde pocas cosas estaban definidas.

—Señora, ¿desea que le caliente el té? —Una doncella de facciones delicadas, cuyo nombre no pude recordar, preguntó mientras se inclinaba en dirección a mí.

—Por favor. —Sonreí a medias y me limité a mirar el exterior del jardín. Era una vida ociosa, más ociosa de lo que me habría gustado. Aquí no estaban mis caballos, ni mis perros. No tenía que esconderme de la Señora Fleming, que era una ventaja, pero de alguna forma lo extrañaba.

—Aquí tiene. —Una mano blanca se extendió frente a mí sosteniendo una taza con su platillo. El aroma del té me llenó la nariz de una sensación agradable e hice el amago de agarrar el aza cuando la mano que lo sostenía tembló y la porcelana cayó.

Sentí el calor traspasar la tela del vestido y me levanté abruptamente por reflejo.

—Señora ¡perdóneme! —El grito de la joven pidiendo disculpas y cayendo de rodillas me desconcertó y fruncí el ceño.

—Está-

Quería decir que estaba bien, que no había problema, pero ella volvió a elevar su voz y mis cejas se juntaron aún más sobre mi frente. ¿Qué le pasaba?

AlizeéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora