Capítulo 17

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El día que me enteré de que mi mamá no iba a estar para siempre conmigo como me lo había prometido, se me cayó el mundo. Era apenas una adolescente que intentaba entender el mundo en el que vivía, rebelándome ante él cuando encontraba algo que no me gustaba, discutía y defendía a muerte mis ideales mientras intentaba razonar con otros. Sabía que vivíamos en un mundo totalmente injusto que no tenia planeado cambiar, pero saber que eso me estaba tocando a mí mucho más de cerca porque me estaba arrebatando a mi mamá cuando más la necesitaba, me hizo ver las cosas de otra forma. Estaba enojada con el mundo y con todos, no entendía porqué algo así tenia que pasarle a una persona tan buena, que ya había tenido demasiada mierda en su vida como para sumarle una más que resultó ser mortal para ella.

Lo peor de eso fue que tuve que verla sufrir, apagarse poco a poco hasta no quedar ni un granito de esperanza o brillo en sus ojos. Conocí otra faceta de ella que hasta ese momento desconocía: la infelicidad. Esa mujer que veía postrada en una cama de hospital no se parecía en lo absoluto a la mujer que me dio la vida, que me crio y que fue mi mejor amiga por muchos años. No la reconocía sin su usual sonrisa, su alegría constante que tantas veces me molestó o el brillo que siempre cubría sus ojos, poco a poco, con cada visita al médico, esas cosas que tanto la caracterizaban se esfumaron.

Le quitaron todo antes de quitarle la vida.

Un año más me dieron con ella, solo un año más antes de quitármela para siempre dejándome devastada, creyendo que estaba sola y que todo lo que estaba por venir tenía que hacerlo por mi cuenta y apoyarme en mi misma. Aunque los primero meses después de su partida la sentía tan cerca y eso me reconfortaba un poco, un día, de la noche a la mañana, dejé de sentirla y por poco casi caía en una oscuridad que prometía consumirme lentamente.

Entonces empecé a visitar su tumba más seguido, hablarle a esa piedra que tenia grabado su nombre mientras imaginaba que ella estaba justo frente de mí me ayudó por un tiempo, pero hablar por horas estando solo yo empezó a ser un problema, y continué, como pude, lo hice mientras intentaba procesar mi perdida. Pero cada año dolía más, me cerraba a la idea de que iba es estar sola el resto de mi vida y que nunca iba a poder estar cien por ciento feliz porque siempre me iba a faltar una parte importante de mi vida, la única persona que me amaba incondicionalmente.

Perder a alguien provoca un dolor inmenso, pero perder a una madre... no tiene comparación.

Pero este año había algo diferente, yo era diferente. Había cambiado.

El sábado por la noche puse por primera vez un pie en el que sería mi nuevo hogar. Llegué con dos bolsas de ropa, ocho lindas personas y un orgullo increíble que había experimentado muy pocas veces. Pensando en que lo había logrado, en que tenía al fin un lugar para mí y fue la excusa perfecta para mis amigos para celebrar, y a pesar de sentir un nudo en el estomago que con el pasar de las horas crecía y ese vacío en el pecho que concia perfectamente, me uní a ellos intentando mantener mi sonrisa mientras los veía reírse y divertirse.

Les pedí que se quedaran conmigo, que no quería estar sola porque no quería volverme a un hundir en esa oscuridad ni mucho menos sumergirme en esos tristes recuerdos que terminaban siendo los causantes de mis lágrimas. El domingo a la mañana me levanté temprano con la intención de acompañar a mi familia al cementerio y rompiendo con la costumbre de ir yo sola.

Ninguno hablo en el camino, todos tenían la mirada perdida y los ojos cristalizados. Las lagrimar no tardaron en salir cuando pusimos un pie en el cementerio y caminamos lentamente hasta donde se encontraban los restos de mi mamá. Los escuche hablarle con la voz quebrada, decirle lo mucho que la extrañaban y que la necesitaban mientras que otros pocos guardaban silencio y solo se acercaban para dejar un beso sobre su lapida y susurrar un «te amo».

Me quede detrás de ellos, abrace a los que se acercaban y esperé paciente hasta que todos se fueran para dejarme caer de rodillas frente a ella y empezar a contarle lo que había sido mi vida los últimos meses desde que la había visitado por última vez.

—Ahora tengo las guardias de noche, es más tranquilo a veces peor últimamente es un caos, no tenemos el personal necesario — le conté y me refregué los ojos intentando evitar que las lagrimas se escapen de ellos — ahora estoy buscando trabajo en otros hospitales, no quiero trabajar toda la vida en un lugar donde no invierten ni les interesa la salud de las personas sino ganar plata por el esfuerzo de otros pocos.

Pensé en lo que ella podría llegar a decir, había miles de respuestas, pero todas siempre terminaban igual: con ella diciéndome que hiciera lo que quisiera siempre y cuando eso me hiciera feliz.

Sonreí.

—Quiero ayudar a las personas, a todas las que sea posible. — empecé a divagar, hablar de tantas cosas que en un momento me perdí y no me di cuenta de lo que estaba hablando — es lindo, sí, eso es cierto, pero no quita que sea un mentiroso. Digo, entiendo que quiera cierta privacidad y por eso separe su profesión de su vida, pero ¿Por qué seguir ocultándose? No es como si a mí me importara contárselo al mundo o algo así. No soy de ese tipo de persona y muchas veces le aclaré eso.

Me doy cuenta de lo que estoy diciendo y quiero golpearme.

—Te extraño un montón, Má. Quizás algunas cosas serian mejores si estuvieras todavía conmigo — le dije con la voz quebrada, rindiéndome y dejando que las lagrimas cayeran mojando mi rostro y seguramente corriendo el poco maquillaje que estaba usando — no me sentiría tan sola a veces.

Una mano se apoyó sobre mi hombro haciéndome sobresaltar y voltear asustada.

—Nos tenés a nosotros — me dijo Lio poniéndose de cuclillas frente a mí.

Me limpié la cara con las manos y lo miré confundida.

—A todos nosotros — miré sobre su hombro encontrándome con todas las personas que amaba de pie mirándome.

—¿Por qué...?

—Nos pediste que nos quedáramos — me dijo Gala copiando la posición de mi amigo, vi de reojo como los demás se acercaban — nunca nos pediste eso, nos asustamos.

—Y pensamos que nos necesitabas a todos hoy — continuó uno de mis tíos.

Dije que había algo diferente este año, que yo había cambiado y me asustó eso porque lo que me hizo notar ese cambio fue la manera en la que había estado manejando este día. En años anteriores apenas unos días anteriores apenas unos días antes ya me derrumbaba, me perdía en mis memorias y me costaba volver después. Sin embargo, este año no sucedió lo mismo, me sentía triste y la extrañaba, pero no sobrepasaba el límite como antes.

—Me siento diferente este año, me siento más tranquila y no al borde de la locura. — les confesé — Es como si ya hubiese asimilado gran parte de mi nueva realidad, sé que no va a volver y que no debo solo llorar por ella y recordar los últimos meses juntas. Sonreír y pensar en nuestros mejores momentos sería mucho más sano tanto para mí como para las personas que me rodean, porque no quiero ser una muñequita a punto de quedarse año tras años.

—Me parece muy lindo lo que decís, Sabri. Además, sabes que tu mamá desde donde sea que esté te está cuidando y velando por tu bien.

—Lo sé. Creo que estoy creciendo, Lío. Tengo miedo.

—No es tan malo como parece.

—No quiero olvidarla — le dije entre lágrimas. Era mi peor miedo.

—No vas a olvidarla nunca, Sabri, solo que ahora el dolor es más llevadero y soportable. Duele, pero no tanto como antes. — me explicó mientras con uno de sus brazos me rodeaba para abrazarme y una de sus manos limpiaba las lágrimas de mi cara — Una madre no se olvida de la noche a la mañana y menos una como lo fue ella.

Y entonces lo entendí.

Mi mamá se fue sabiendo que me había dejado con personas que me iban a cuidar y que iban a estar ahí para mí siempre, y que no solo contaba con una familia sino con dos y que ambas me amaban tanto como yo los amaba a ellos. No estaba sola, nunca lo estuve en realidad. 

El chico de InstagramDonde viven las historias. Descúbrelo ahora