Capítulo 2

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Perdí la cuenta de la cantidad y variedad de tragos que había tomado, en algún punto de la noche dejé de contar cuántos llevaba y me perdí en las risas, la música y en el momento. Fue una de esas noches en la que me permitía relajarme y no preocuparme tanto por lo que hacía o decía, aunque eso tenía sus consecuencias, como todo en realidad.

Me acordaba del boliche, las luces, la música, de cómo bailaba con mis amigos, sus risas, sus payasadas, las conversaciones que tuvimos entre gritos y el desastre que causamos, pero después de eso todo era bastante confuso porque ni siquiera recordaba cómo había llegado a mi casa o a mi cama.

Me puse de pie sintiendo de inmediato una fuerte puntada en la cabeza, un dolor casi latente que se expandía con cada paso que daba, un perfecto recordatorio de que no tenía que perder el control, era una tortura, pero sé que valió la pena. Me duché y me arregle como para pasar todo el día en la cama haciendo valer mi franco, no sin antes tomarme alguna pastilla que detuviera el dolor de cabeza y también el muscular, aunque este último creo que era un pedido de auxilio de mi cuerpo diciendo que descansara un poco. Y era eso justo lo que tenía planeado hacer porque no pensaba salir de la cama en todo el día más que para ir al baño o buscar algo para comer, la idea era pasar mi sábado mirando alguna serie en Netflix que deje a medias por colgada o falta de tiempo, pero lamentablemente eso no iba a pasar y no porque no quisiera sino por el grupo de personas que estaban sentados en la sala de mi casa que note cuando crucé la puerta de mi cuarto para ir por comida.

Estoy más que segura que no era la única que incluso en sus veinticuatro años todavía se escondía de las visitas para no tener que lidiar con ellos, ya saben, sonrisas falsas, conversación forzada y tener que fingir que te agradan. Sin embargo, en esta ocasión eso no estaba entre mis opciones.

—Hola Sabri — me saludó una de las amigas de mi tía y me vi obligada a acercarme para saludar a cada una de ellas como corresponde y no quedar como una maleducada —Uy, estás arruinadísima ¿Trabajaste anoche?

—Uff, sí. Toda la noche.

Algunas de ellas notaron el tono sarcástico en mi voz y se rieron. Otras se lo tomaron en serio, lo noté por sus expresiones.

—¿Qué hiciste anoche? — me preguntó mi tía.

—Salí con los chicos —respondí mientras me preparaba algo para comer— Fuimos a un boliche en Palermo.

—¿Fuiste con ese lindo que a veces está por acá? — indagó una de ellas con un claro interés en mi amigo.

—Sí fui con él y el resto de los chicos. Buen boliche, tienen que ir.

La mayoría de ellas todavía estaban pisando sus veinticinco años así que la joda y los boliches era algo imprescindible todavía.

—Hoy salimos, así que puede ser una opción. Porque íbamos a ir a Cuba, pero vamos siempre y no hay mucho para hacer.—me comentó mi tía Tati mientras me ofrecía un mate el cual no dudé en aceptar.

Para mí, el mate era uno de los beneficios de ser argentina, poder compartirlo y disfrutar con amigos o familiares lo volvía un tanto especial, además de su sabor. Aunque cebar no era mi fuerte, siempre me salía un poquito mal.

—Bueno, me dicen y les pasó la ubicación.

—¿Vas también?

—No, no. Estoy cansada — le di un mordisco a la tostada que me había preparado y esperé hasta tragar para volver hablar — Además hoy viene Lio y Gala para ver una peli, algo tranqui.

La cara de Romina cambió al instante al oír su nombre, se apoyó sobre sus manos inclinándose hacia adelante para escucharme con atención. A pesar de que en varias ocasiones mi amigo le había dejado en claro que no quería absolutamente nada con ella, seguía insistiendo con eso y las veces que la veía siempre buscaba alguna excusa para que el tema de conversación sea él. Era algo así como una pequeña obsesión o capricho.

El chico de InstagramDonde viven las historias. Descúbrelo ahora