XVI: Álvaro

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De nuevo se habían dirigido a casa de los Rose. No podían evitar pensar continuamente en el asunto, lo mucho que había cambiado la situación con ese simple ataque. Todas las apariciones anteriores eran en lugares poco concurridos, y si se daba el caso de que atacaban en un lugar muy transitado, desaparecían tan rápido como llegaban. ¿Por qué esa aparición pública tan repentina?

—Silver recordó un detalle muy importante sobre el ataque: el poseído había hablado—. Antes olvidé mencionar que el chico estaba susurrando algo.

—¿Llegaste a escuchar lo que decía? —pregunta la eriza.

—Sí, y eso es lo más extraño. Cuando lo aparté del hombre seguía susurrando. Se detuvo repentinamente y comenzó a olisquearme para después empezar a gritar lo que estaba diciendo antes: blanca.

—¿Blanca? —hablan al unísono.

—Así es.

—¿Será el nombre de alguna mujer? —Intenta deducir Blaze.

—Lo dudo —cuestiona—. Es como si hubiese reaccionado a algo mío... —Por un momento la sala queda en silencio, sin saber qué decir—. Amy, piénsalo. ¿Por qué de toda la gente siempre acaban atacándonos a nosotros?

—¿Quizás porque somos los que nos lanzamos de cabeza a la pelea? —razona la rosada con tono de obviedad.

—No, tiene un punto —interfiere el azul—. En el callejón, cuando la señora nos siguió, te atacó a ti primero sin dudarlo a pesar de que estábamos juntos.

—Por eso ataca principalmente en la zona donde vivís —añade la gata, empezando a encajar piezas.

—Podría tener sentido, pero eso no explica absolutamente nada. ¿Por qué precisamente nosotros? No somos unos pueblerinos destacables en ningún hábito. Somos niños con carencias de todo tipo, personas sin interés.

—Quizás es por vuestros buenos valores y gran corazón —habla Sonic indignado por las palabras de la chica. ¿Personas sin interés?

—Y eso es algo que destaca mucho —continúa Blaze.

Ambos hermanos erizos se miran entre sí. Lo que habían dicho no tenía ningún tipo de relación para ser objetivos de los poseídos, pero les parecía enternecedor que tuvieran esa visión de ellos.

—Agh. —Se sienta en el sofá—. No sé, no le veo la lógica. —Suspira derrotada, no se le ocurría por qué eran motivo de ataque—. Está bien, supongamos que sí, que vienen a por nosotros. ¿Por qué hoy han decidido exponerse tanto? Nuestra atención ya la tenían, no hacía falta esa escena. —Silencio de nuevo, la misma duda que al principio.

—Puede... —Inicia la gata captando la atención de los demás—. Puede que sea porque ya tienen el poder suficiente como para ir por vosotros.

Amy vuelve a suspirar, esta vez con más pesadez que la anterior. Pensar que eran los protagonistas, la causa, le resultaba espeluznante.

—Ojalá Shadow encuentre algo pronto —desea Sonic.

El silencio vuelve a reinar, cada uno sumidos en el mismo pensamiento.

—Silver desvía su mirada hacia el reloj: la una y media de la tarde—. Deberíamos empezar a recoger las cosechas antes de que se haga más tarde.

—Sí, quizás consigamos despejarnos un poco.

—¿No deberíais comer algo primero? Podríais desfallecer con el estómago vacío.

Ambos hermanos se miraron con incredulidad. ¿Desfallecer? ¿Ellos? No pudieron evitar soltar una sonora carcajada.

—Créeme, no lo haremos —asegura Amy.

—Es lo habitual en nuestra vida —añade el hermano. Había estado bien eso de comer varias veces al día, pero no podían acostumbrarse. Sabían que tarde o temprano dejarían de mantener el contacto con ellos, era absurdo habituarse a algo que sería pasajero.

—Podéis esperar aquí por mientras —dice la eriza arremangándose las mangas de su camiseta.

—No creo que tardemos mucho. —Entrega cuatro grandes cestas a su hermana.

—Dejadnos ayudar. Así terminaréis más rápido —propone Sonic.

—Se volvieron a mirar entre sí, dejando que Amy tome la palabra—. De acuerdo, cualquier ayuda es bienvenida.

Silver entrega dos cestas a cada uno. Normalmente, al ser solo ellos dos, demoraban unas tres horas en tenerlo todo listo. Con suerte hoy tardarían menos.

Se dirigieron a la parte de las cosechas. Multitud de verduras y alguna que otra fruta se extendían a lo largo de la tierra. Se podían distinguir ajos, berenjenas, habas, maíz y patatas, entre otros. Los Rose explicaron qué debían recoger primero y cómo hacerlo, ya que sospechaban, acertadamente, que no tenían la más mínima experiencia. Blaze y Sonic admiraban lo rápido que recogían. Ellos, sin embargo, iban a un ritmo lento y con múltiples movimientos torpes. Por suerte consiguieron tenerlo todo en menor tiempo de lo que lo hacían normalmente, gracias a la ayuda recibida.

Las cestas pesaban una auténtica barbaridad, pero Silver y Amy parecían llevarlas como si nada. Entraron a la casa de nuevo y dejaron las cosas en la cocina, un poco cansados.

—¿Qué haréis con tanta comida? —pregunta Blaze curiosa.

—La mitad de cosas las venderemos en la plaza para así conseguir un poco de dinero para otras necesidades —explica Amy.

—Y de la otra mitad, una parte la repartiremos entre los que lo necesitan —añade Silver. Era un valor que su madre les había inculcado desde bien pequeños.

—¿Cómo el pintor? —deduce Sonic.

—Exacto.

Era admirable que, a pesar de tener poco, ya quisiesen repartirlo con otras personas. El cobalto sonrió inconscientemente encandilado por la bondad. Su hermana accionó igual también por la misma causa.

Los cuatro juntos procedieron a quitar la tierra y lavar lo recolectado en un barreño de agua fría. Descartaban aquello que estaba en mal estado y dividían lo que se iban a quedar de lo que venderían. Permanecían en un silencio agradable mientras trabajaban, estaban tan tranquilos que no parecía que tuviesen un gran problema sobre los hombros.

A penas eran las tres de la tarde. La gente estaba, o bien en los negocios del centro del barrio, pescando en la playa o recogiendo sus cosechas al igual que ellos.

Lástima que la paz fuese interrumpida por unos golpes firmes en la puerta. Se sobresaltaron un poco, ya que estaban bastante concentrados en lo que hacían.

—Sonic, Blaze, acompañadme por favor —ordena Silver—. No conviene que nadie os vea por aquí.

Caminan por el pasillo y los hermanos se quedan en la entrada de una de las habitaciones, atentos a la situación. Amy abre la puerta, dejando ver a un chico.

—Buenas tardes, Amelia. ¿Está tu hermano Silver? —pregunta el chico aparentemente nervioso.

—Se gira—. Silver. —La figura del erizo aparece por el marco de la puerta—. Es Álvaro, quiere hablar contigo —dice rodando los ojos aprovechando que estaba de espaldas al susodicho. Odiaba que la llamase Amelia, ese no era su nombre. Pero él se había empeñado en decirle así. El albino, a diferencia de su hermana, contiene la mueca. La verdad es que no era una persona que quisiese ver en su casa.

Álvaro era un erizo amarillo brillante de ojos azules y veintiún años. Por lo general era un chico normal al que no le importaría ofrecer su amistad, pero el problema es que estaba enamorado de Amy hasta unos límites que ya consideraba enfermizos.

—Hola Álvaro. ¿Qué se te ofrece? —Sonrió por cortesía, no porque le naciese. Seguramente le iba a pedir que hablase bien de él a Amy o alguna cosa por el estilo, pensó. La eriza se alejó del escenario hacia donde estaban escondidos sus amigos, expectantes por saber quién era el sujeto. El chico soltó un suspiro al ver que su amor platónico cambiaba de sala. Intentó dar un paso para adentrarse en la casa, pero Silver lo detuvo—. Verás, estamos un poco ocupados limpiando las cosechas. ¿Qué ocurre?

—Álvaro echó un vistazo por encima del albino hacia la cocina, comprobando que no le mentía—. Silver... Vengo a pedirte la mano de tu hermana.

Prejuicios [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora