XXII: El papel

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Blaze y Silver, para descongestionarse un poco, habían ido a la biblioteca. Cuando estaban juntos pasaban mucho tiempo allí.

El albino había avanzado considerablemente en la lectura en el tiempo que llevaban. La gata se sentía muy orgullosa de ello. Un día incluso le pudo leer un pequeño párrafo de un libro. Por iniciativa propia también se propuso aprender a escribir. Ahora que conocía las letras le sería fácil, eso pensaba. Se encontraba dibujándolas una y otra vez con gran insistencia. Delante tenía a su amiga, aparentemente leyendo. Ella no podía evitar alzar la vista para observarlo. Era muy persistente; no dejaba de hacer algo hasta que le saliese perfecto, y no una, sino varias veces.

—¿Ocurre algo? —pregunta el erizo. Ya la había visto mirándolo con discreción unas cuantas veces.

—¿Eh? No, nada. —Oculta la cara disimuladamente en las páginas del libro. La perseverancia era una virtud que le llamaba la atención en las personas.

—Ah, es que como es la quinta vez que me observas, pensaba que tenía una mancha o algo por el estilo. —Su madre le había repetido en demasiadas ocasiones que era muy directo y sincero. Él no le veía ningún problema. La verdad no era un problema.

—Ella por su parte se sonrojó. ¿De verdad estuvo contando todas las ocasiones en que lo observó? Pensaba que había sido más discreta y no se habría percatado—. Me parece sorprendente lo persistente que eres. Has escrito tu nombre lo mínimo veinte veces.

—Ahora él se sorprendió. ¿Había visto todos los movimientos de su mano? Parece que ninguno estaba cien por cien a su labor—. No me gusta que las letras salgan tuertas —admite. Hubo un pequeño silencio, un poco incómodo. Últimamente, les solía ocurrir sin saber el porqué.

—Blaze cierra el libro que estaba leyendo y se levanta a dejarlo en una estantería, liberándose de esa situación—. Voy a pedir un poco de fruta. ¿Quieres tú también?

—Sí, gracias. —Sin girarse, escucha como la puerta se cierra. Procede a darle la vuelta al papel e intentar escribir un nuevo nombre: Blaze.

La gata al cerrar la puerta sacude la cabeza y se apoya en ella unos breves segundos, pensando. ¿Por qué a veces se sentía tan avergonzada cuando conectaban miradas?

—Con discreción, alguien que la había estado observando se acercó—. ¿Se encuentra bien princesa? —pregunta una coneja adulta.

—¿Eh? Sí. Solo estaba un poco mareada y necesitaba aire. —Era la madre de Cream, Vainilla. Siempre había sido una mujer muy atenta, tanto con su hermano como con ella. Le tenía un gran afecto.

—¿Quiere que avise al médico de la corte?

—No será necesario, gracias Vainilla. Estoy algo cansada, nada más. ¿Podría traerme un poco de fruta a la biblioteca, por favor?

—Enseguida princesa Blaze. —Se retira.

—Con la mente más despejada, la gata se dirige al despacho para recoger unos documentos y volver a la biblioteca. Aún le quedaban muchos escritos por revisar. Abrió la puerta de la librería y el chico se sobresaltó un poco. No pudo evitar que se le escapase una pequeña risa—. Ahora nos traerán la comida. —Deja los manuscritos en la mesa—. Deberás esconderte cuando vengan. —Se percata de que al papel donde el erizo estaba escribiendo le falta un trozo.

—Sí. —La princesa se sienta—. Toma. —Extiende su mano para entregarle el trozo faltante del papel, ella lo coge—. Parece que me es más fácil escribir tu nombre que el mío propio.

—Ella observa el trocito con su nombre escrito en él. La tipografía era realmente bonita, se notaba el esfuerzo—. Muchas gracias Silver. —Sonríe.

Prejuicios [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora