XXXIX: La modista

291 41 11
                                    

Despertó en la cama de su habitación, no recordaba en qué momento se había tumbado. Lo último que había hecho era limpiar el polvo del comedor, o eso creía.

Se levantó lentamente de la cama, estaba un poco mareado. Era raro que se hubiera dormido, y mucho más que Amy no le hubiese despertado.

Fue al comedor, encontrándoselo vacío. Un sudor frío le recorrió la nuca, ¿dónde estaba su hermana? ¿Por qué no se encontraba en casa? Casi como un rayo abrió la puerta que daba a la calle. Salió y se quedó en medio del camino, mirando a los lados repetidamente. Esa zona no era muy transitada, por lo que apenas pasaba gente por ahí. Si alguien lo hubiese visto lo habrían tomado por loco.

—¡Amy! —gritó a pleno pulmón desesperado. Se puso en el peor de los casos.  No podía entender qué había sucedido, si ni siquiera salió de casa para ver a su madre como tenía pensado.

A lo lejos, en la parte izquierda, que era la de dirección costa, divisa una silueta rosa. Al parecer iba acompañada de una azul. Sin pensarlo dos veces sale corriendo hacia ellas a una velocidad vertiginosa. Su instinto no estaba equivocado, era quien buscaba.

—¡Amy! —Prácticamente se abalanza sobre ella para envolverla en un abrazo. Esta corresponde confundida bajo la mirada, también confusa, de su acompañante.

—Silver, ¿te pasa algo?

—Pensaba que te había pasado algo. Me he levantado y no estabas.

—Al ver que tardarías en llegar hemos ido a la playa a caminar un poco por el mar —dice todavía más desconcertada por ese "levantado".

—¿Qué tardaría en llegar?

—¿Seguro que estás bien Silver? —Ahora pregunta el otro erizo. Posa una mano sobre el hombro del albino a modo de gesto de cercanía.

—Has ido a llevarle el abrigo a madre, ¿recuerdas?

Sus pensamientos se revuelven momentáneamente. ¿Así que al final sí había ido a hablar con su madre? Ya sabía el origen de la causa de su enajenación mental.

—¿Eh? Sí, creo que no me he explicado bien. Cuando he llegado me he echado un poco y he tenido una pesadilla muy realista, al punto de confundir sueño con verdad. Siento haberos asustado. —Miente. Si su madre estaba detrás de eso, no podía permitir que Amy lo supiese.

La pareja se miró entre sí, no del todo segura de la actitud de su amigo, pero decidieron darle un voto de confianza. Al menos momentáneamente.

—Si vais a ver a la modista, hoy se lo comunicaré por carta. —Cambia de conversación el azul.

—Sí, no me gustaría tener que hacer esperar más a la pobre mujer —dice ella.

Silver asiente sin tener idea de lo que estaban hablando. Tenía que seguir disimulando, o intentándolo.

—Entonces ahora le notifico. Tengo que irme. Madre se ha acostumbrado a que comamos juntos todos los fines de semana. —Se excusa y se despide con la mano—. Espero vernos pronto.

—Ambos hermanos observan callados durante unos segundos como su amigo desaparecía de sus vistas—. ¿Volvemos a casa? Hay que acabar de limpiar —pregunta ella.

—Sí —responde ocultando su cara de confusión. ¿Ni siquiera habían acabado de limpiar?

Estaban estirados en la cama de su madre

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Estaban estirados en la cama de su madre. Ya que no habían dormido mucho, Amy propuso echar la siesta antes de ir a la costurera. Silver, como todavía continuaba desconfiado, dijo de dormir juntos. Ella, por no entrar en una discusión, aceptó.

La eriza dormía plácidamente, bastante contrario a su hermano. Él se encontraba despierto. Sí, estaba cansado, pero no podía dormir. Tenía demasiadas cosas en mente. Una de ellas el porqué de su amnesia repentina. ¿Qué demonios le habría hecho su madre para hacerle olvidar?

Pero estaba claro que ese tema no lo atormentaría por mucho tiempo, puesto que, en cuanto llegase y Amy estuviese distraída, cogería a su madre por banda. Y esta vez no se dejaría engatusar con sus trucos. Era seguro que ella era la bruja blanca. ¿Por qué no lo admitía y les ayudaba a resolver este asunto todos juntos?

Suspiró. Qué dura se estaba volviendo esta situación para él. Quizás sí que necesitaba una cabezada para despejarse. Cerró los ojos.

Pasados cinco minutos, justo cuando empezaba a sentir algo de sueño, nota como la rosada le balancea el hombro.

—Silver, despierta. Es hora de irnos —dice ella aún con voz somnolienta.

Abrió los ojos casi instantáneamente. ¿En qué momento se había pasado una hora pensando?

Se levantaron prácticamente a la vez, alisaron las arrugas de la colcha y salieron para ir cada uno a sus habitaciones. Sería mejor llevar el abrigo, en montaña abierta siempre hace más frío.

Salieron de casa, cerraron la puerta con llave y se dirigieron a la modista. Sería un largo camino, puesto que la dirección que Sonic les había dado se encontraba bastante adentrada en la montaña.

Caminaron mayoritariamente en silencio. Silver pensando en qué pasó el tiempo que había olvidado y Amy en qué le estaba ocultando.

El silencio habría sido bastante incómodo si no estuviesen tan metidos en sus pensamientos. De hecho, estaban tan centrados que no se percataron de lo cerca que se encontraban de su destino. Y eso que habían estado más de una hora caminando.

—Es aquí —dice la eriza.

Era una gran masía rodeada de frondosos árboles. Unos veinte metros alejada de la puerta, más o menos donde estaban ellos, había una columna de piedra con el número veintitrés de hierro incrustada en ella. Se veía que era un lugar muy cuidado y de gente burguesa.

Fueron hacia la puerta y picaron con timidez. Les abrió una loba de unos veinte años. Se esperaban a alguien distinto, más mayor, quizás.

—¡Hola! ¿Vosotros sois Silver y Amy Rose, no? —Asienten—. Un gusto que hayáis venido. ¡Pasad! —habla animadamente. Ellos entran. Si la vivienda por fuera era espectacular, por dentro no dejaba nada que desear—. Me presento, soy Amanda. Me alegra que estéis aquí hoy. —Sonríe. Era una chica muy enérgica—. El príncipe Sonic me ha explicado un poco vuestra situación. Yo pertenezco al servicio del reino Acorn. Nos encargaremos de ayudaros en todo lo que nos sea posible. —Sonrieron también. Era bueno saber que había gente buena en otros lugares—. Bien, ¿quién quiere ir primero? —Ojea a ambos.

Amy empuja disimuladamente al albino haciendo que dé un paso hacia adelante.

—¿Quieres ser el primero Silver? ¡Genial! —Con un rápido movimiento saca una cinta métrica de su bolsillo y la pone sobre los hombros y la espalda del chico, dejando asombrados a los hermanos–. Veo que la princesa Blaze me dio unas medidas bastante acertadas. Hombros y espalda correctos. —Mide sus brazos—. El largo es correcto, aunque habría que ensancharlos un poco de arriba para que vayas más cómodo. Permiso. —Enrolla el metro en su cintura—. Menos de lo previsto. —Se agacha y toma las medidas de las piernas—. Dos centímetros más largas de lo contemplado. —Silver mira hacia el frente algo incomodado. Nunca le habían hecho un traje a medida. Ninguna prenda de hecho—. Listo. —Se levanta—. Tendré que hacer unos cuantos retoquitos, pero no demasiados. Lo haré enseguida. Amy, tu turno.

El chico pasa al lado de su mejor amiga, le da una palmada en el hombro y una mirada de burla y venganza. La modista comenzó a medir.

—Espalda y hombros correctos. —Cambia a los brazos—. Un poquito más anchos y cortos. Permiso. —Rodea su pecho—. Una talla arriba. —Baja a la cintura—. Tres centímetros menos. —Termina en la cadera—. Perfecta. —Se agacha para tomar las medidas de las piernas—. Cuatro centímetros más cortas. —Se levanta—. Bien, ¡listo! Contigo tendré algo más de trabajo, pero en un rato lo tendréis todo arreglado. —Sonríe. Se notaba que le gustaba su trabajo—. Podéis comer algo o explorar la masía. Según me han dicho, esta será vuestra casa el día del baile.

Prejuicios [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora