LVII: Tiempos difíciles

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Blaze se había quedado en casa y él salió con la carroza a pasear por el reino

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Blaze se había quedado en casa y él salió con la carroza a pasear por el reino. Sabía que la gente estaba muy ilusionada por su cumpleaños y quería hacer acto de presencia en la ciudad. Como costumbre, empezó por los barrios de clase alta y fue descendiendo hasta el de los Rose.

El carruaje se encontraba lleno de obsequios en su honor. Sabía que los ciudadanos estarían felices por verlo. Lo consideraban un gran gobernante, pues se preocupaba por su pueblo de una manera diferente a otros reyes y príncipes.

Llegó a ese barrio que ya era tan común para él. Era extraño, pero sentía que ese lugar era su hogar. Se bajó cerca de la plaza, seguido de sus guardias, quienes no mostraban una expresión tan severa como en otras ocasiones. Allí, en la calle mayor, saludó a su pintor de confianza. Se notaba que ya trabajaba para el palacio, pues iba vestido con ropa nueva y tenía una gran cantidad de pinturas. Aun así seguía pintando con los dedos, que era su especialidad, y en el pueblo, su más grande fuente de inspiración. El hombre le entregó un cuadro a modo de regalo que con gusto aceptó.

Acabó llegando a la plaza, donde parecía que todo el barrio lo esperaba llenos de alegría y buenos deseos para el erizo. Pasó un rato con ellos y, una vez más, aceptó lo que le obsequiaban. El coche de caballos se encontraba repleto. Con la mirada fue buscando a sus amigos y a la madre de estos, pero no los encontró. Quizás no habían podido venir porque estaban ocupados. No tenía tiempo de ir a visitarlos. Primero, ya que sería demasiado llamativo para sus guardias ir a una casa en específico, y segundo, debía ir al cementerio antes de que anocheciese. Sabía que tarde o temprano los vería. Se despidió de su pueblo y volvió a la carroza. Dentro, además de todos sus regalos, estaba el ramo para su padre.

El carruaje ascendió hasta lo más alto del reino, que era donde se encontraba el camposanto. En la puerta de este pidió a los guardias que lo dejasen solo, los cuales obedecieron un poco a disgusto. Podían casi asegurar que en el pueblo no había nadie que quisiera atentar contra el príncipe, pero la obligación de ellos era acompañarlo para garantizar su protección.

El erizo caminó un largo trecho hasta el mausoleo familiar, perímetro el cual estaba vallado. Sacó una llave oscura y abrió la verja para entrar al templo de su padre. Nunca llegó a conocer la razón por la que su madre pidió que se construyese uno solo para él.

Unas rejas en el techo dejaban pasar la luz que iluminaba el pequeño sepulcro. Se agachó y dejó el tan especial ramo sobre la tumba de mármol. Alzó la vista para leer la inscripción de la lápida, como siempre hacía.

Saúl
1797-1823

A todas las personas que pasaron por tu vida las hiciste dichosas tan solo con tu presencia.

Y de verdad que era cierto.

—Hola, papá, soy Sonic. Hoy cumplo dieciocho. —Se sienta en el suelo. Había mucha gente que lo tacharía de loco por hablar a una tumba, pero esa acción le relajaba—. Te echo de menos. —Mira las mangas de su chaqueta—. Mamá me ha regalado tus gemelos. Dijo que querías dármelos después de que nací, y Blaze ha escogido tu ramo. —Suspira con tristeza—. Las cosas no están bien en casa. Madre la obliga a casarse con Infinite Hearst, aun sabiendo que le lleva dieciséis años. Ella no lo ama, quiere a otra persona. —Vuelve a levantar la mirada hacia la lápida, como si su padre estuviese sentado en frente de él escuchándolo—. Está enamorada de un chico de su edad que se llama Silver. Aunque madre jamás aprobaría esa relación, ya que no es de clase alta. —Suspira de nuevo, esta vez con una pequeña sonrisa—. Ojalá pudieras ver la dicha en los ojos de ambos cuando se ven, cómo hablan y se sonríen. Hacía tiempo que no la veía sonreír con esa felicidad, quizás desde que te fuiste. —Guardó un silencio triste. Siempre sintió que no era el momento de que se fuese. Con veintiséis no era la hora de nadie.

Frotó sus manos enguantadas la una con la otra, ahí dentro hacía frío. Al hacerlo, las mangas se le levantaron un poco, mostrando la pulsera de tan característico color que le había regalado Cream. Sonrió instintivamente.

—Silver tiene una hermana que se llama Amy. A ambos los conocimos en un accidente. Ella me ha ayudado mucho escuchando mis problemas con madre y me ha llevado a explorar nuevos lugares. He pisado el mar, padre, y he visto cómo brilla cuando cae el sol. Quizás yo también esté enamorado, no sé cómo terminaré por descubrirlo. —De nuevo silencio, esta vez pensativo. ¿De verdad miraba, hablaba y sonreía a Amy como su hermana lo hacía con Silver? Él creía que sí. Sus pensamientos fueron interrumpidos por un escalofrío en la nuca. Había recordado otras cosas—. Hay algo más que debo decirte y es que nuestro reino se enfrenta a un poderoso y temible enemigo: la magia negra. No lo entendí demasiado, pero las magias deben reunirse para contenerlo. Aunque yo no sea mago, haré lo posible para proteger al pueblo, a mamá y a Blaze de ello. Si todo sale bien, volverá la paz, romperé el compromiso de Blaze y encontraré a tu asesino. No lo olvido. —Se levanta—. Si, por el contrario, nada ocurre igual que lo planeado, entonces te veré ahí arriba. Sea como sea, hasta pronto, papá.

El erizo sale del mausoleo mientras se estira para desentumecer los músculos. A juzgar por la posición del sol, habría estado una media hora dentro; pronto sería de noche. Esperaba que sus guardias lo estuviesen esperando sentados en la carroza. Cerró de nuevo la verja con llave y bajó hasta su transporte. Había pocas personas en el cementerio.

Los guardias estaban exactamente en la misma posición que la última vez que los vio.

—Siento la espera, muchachos.

—No importa su majestad. —Abre la puerta del carruaje—. Volvamos al palacio, le deben estar esperando. —El chico subió y se pusieron en marcha a su destino.

La carroza pasaba cerca de una arboleda, era una de las entradas al bosque. El sol ya se escondía, aunque todavía había una poca claridad, la suficiente como para distinguir con nitidez. El príncipe pudo observar en la espesura de los árboles una decena de ojos rojos ya conocidos para él. Cualquiera que intentase restarle importancia habría pensado que era una jugada de su imaginación sumada a la velocidad a la que se movían, pero no era así. Estaba completamente seguro de lo que acababa de ver, pues esos orbes ya los tuvo encima una vez.

Este era el principio de lo que iba a ser una gran batalla, y lo peor es que no había nadie que pudiera ayudarlos. Los magos no se habían manifestado, o eso pensaba él.

Prejuicios [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora