XLIV: Desacuerdo

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Sabía que no conseguiría escapar del castillo bajo la vigilancia de los guardias, por ello optó por salir por su pasadizo secreto.

Mientras caminaba por el largo pasillo, rumbo a la salida, en la montaña, notaba como la sangre le corría violentamente por todo el cuerpo. En especial por las sienes. No importaba la edad que tuviese, él no era un crío. Un niño no sabría racionar solo, no sabría la gravedad de ese asunto.

Había veces en las que, simplemente, le gustaría desaparecer de su hogar, pero no podía hacerlo. Dejar allí, sola ante el peligro, a su hermana le traería un pesado cargo de conciencia. Además, aún tenía que descubrir quién asesinó a su padre. No descubriría nada si no salía de casa, aunque sentía que en ese lugar iba a recibir la respuesta que buscaba.

Apartó la roca hueca y quedó a merced de los rayos del sol. Respiró hondo un par de veces. Ahora mucho mejor. De todas maneras necesitaba desahogarse con alguien. Sus pies casi se dirigieron solos.

Era bueno tener amigos cerca de la zona donde vivía. Con los años se había vuelto desconfiado y tímido, le costaba hacer nuevas amistades y mantener las antiguas. Era un descanso empezar a saber con quién podía contar o no. Lamentablemente, su madre no estaba en la lista de personas de confianza. Cada día se lo demostraba un poco más.

Sin apenas darse cuenta, se encontraba en la puerta de casa de los Rose.

Golpeó la puerta. Esperaba no molestar. Se quedó sorprendido al ver como Silver le había abierto. Vestía el traje blanco que le regaló.

—¡Hola Sonic! Pasa, no te quedes ahí parado. —El príncipe entró, no sabía que estaban llevando a cabo.

Amy llevaba un vestido rosa y blanco que le había regalado su hermana de palacio. Reconocía la gran parte de los vestidos de Blaze. Habían apartado la mayoría de muebles a un rincón, exceptuando el sofá, dejando un hueco enorme en el salón.

—¿Qué hacéis? —preguntó un poco descolocado, casi le hacían olvidar el incidente que había provocado su enfado.

—Aprender a bailar. No es nada fácil —confiesa la eriza.

—Además, como no estamos acostumbrados a este tipo de ropa, se nos dificulta aún más.

Se sintió culpable. Les había invitado al baile, pero los abandonó en cuestión de organización y conceptos.

—Los dos notaron su cara de desánimo—. ¡Pero no te preocupes! Antes del sábado bailaremos a la perfección. A testarudos no nos gana nadie —dice Amy con ánimo.

—Sentémonos todos. Nos conviene descansar de tanto baile. —Los tres se sientan en el sofá—. ¿Qué te trae por aquí?

—La verdad... Necesitaba hablar con alguien. He discutido con madre.

—¿Por qué? —pregunta la rosada.

—Por Blaze.

—¿Por Blaze? —dicen al unísono.

—Sí, ha empezado de nuevo con sus estupideces. —Suspira—. Me ha enseñado la lista de pretendientes de Blaze. —Los hermanos se miran entre sí, ahora entendían el motivo de su visita—. Pero es peor de lo que yo pensaba. Muchos de esos... —Suspiró pesadamente. Le daba demasiada aversión ese término—. "Pretendientes" le doblan la edad.

—¿Qué? —dijo el albino incrédulo. ¿De verdad la reina era capaz de eso? Es decir, Blaze ya le había hablado de ello, pero creyó que la madre tendría en cuenta la opinión de sus hijos.

—Eso es terrible.

—Lo peor es que tiene el descaro de decir que lo hace porque le convienen. ¿A una chica de dieciséis años le conviene un hombre de treinta?

Prejuicios [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora