Capítulo 4

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A Cobain siempre le había fascinado el cielo. Era una de las pocas cosas que amaba en el mundo.
Le parecía que la oscuridad y la luz, juntas, eran lo más bello que podía existir, pero lo que más calmaba sus demonios eran las luces de colores que salían al amanecer luchando entre medias de la noche y el día.
Al principio le hubiese gustado compartir con alguien esos momentos de felicidad, explicarle a cualquiera que no fuese su hermana lo que significaba para él aquello, pero no había nadie que quisiera escucharlo, nadie que quisiese estar con él.
Al final lo entendió.

–¿Cobain Patterson está escuchándome?

El joven aludido se encontraba en uno de los pupitres más alejados de la clase, en una esquina solitaria, al lado de la ventana. Estaba completamente dormido, llevaba varias noches teniendo pesadillas recurrentes que apenas lo dejaban descansar más de una hora. Ni siquiera durante ese tiempo pudo subir a su amado tejado para ver las estrellas y calmar el estrés con unos cuantos cigarros, había hecho un frío invernal esa semana.

–¡Cobain Patterson! ¡Llevas semanas sin presentarte a clase y cuando vienes no haces nada! –no obtuvo respuesta –¡Salga ahora mismo de mi clase!

Era habitual que pasase más tiempo fuera de la clase que dentro, normalmente los profesores le echaban sin motivo aparente pero esa vez sí que se lo tenía merecido.

Mientras Cobain caminaba por el aula con la intención de cumplir las órdenes de su profesor, en su trayecto lo acompañaron risas, burlas y algún que otro codazo de sus compañeros. El muchacho aun así, mantuvo la neutralidad e indiferencia que lo caracterizaba y aceleró el paso.
Cuando por fin llegó a la puerta y pudo acceder al pasillo, cerró los ojos de agotamiento, sus ojeras aquel día eran de un tono violáceo muy apagado, estaban más pronunciadas que otros días atrás. Se llevó una de sus pálidas manos a la cabeza, sus dedos comenzaron a entrelazarse entre sus oscuros mechones, desordenándolos y bajó finalmente hacia su rapada nuca. Frunció el ceño. Le habían pegado un chicle en el pelo.

Cada día esas tonterías le sentaban peor, joder, que ya tenían muchos de sus compañeros la mayoría de edad y otros como Vice deberían estar cursando su segundo año universitario.
«Vice Baldwin» Cobain recordó cómo poco a poco, entre sus huesudos dedos, Vice se quedaba sin aire aquella noche en la fiesta, hacía ya unas cuantas semanas. Como sus pequeños ojos pardos se iban cristalizando y apagando. Rápidamente borró esa imagen de su mente, quería olvidar todo eso. Él no era así.

–¡Pero si es el mendigo!

Vice, tan oportuno como siempre, acababa de aparecer por el pasillo donde Cobain, apoyado en la pared, trataba de despegar el asqueroso chicle de su nuca. Desde hacía ya muchos años el pelirrojo lo solía llamar mendigo o piojoso, ya que Cobain era bastante desarreglado, no le importaba mucho el no vestir a la moda y muchas veces era tan despistado que llevaba la misma ropa varios días seguidos, sucia y de vez en cuando rota.
A veces parecía un pordiosero derrotado. Además, su despeinado pelo no ayudaba mucho en su apariencia.

–Te estaba buscando– Vice se acercó lentamente hacia el joven y colocó uno de sus brazos en la pared, muy cerca de la cabeza de Cobain, amenazante–No has tenido los cojones de presentarte a clase desde la fiesta de Azul, amigo– inclinó hacia delante su cuello y bajó la cabeza para poder mirar cara a cara a Cobain, la altura de Vice era verdaderamente intimidante –las cosas no pueden quedar así ¿sabes?

Cobain ya estaba harto de ese tipo de amenazas, ese día no le apetecía jugar al gato y al ratón, tenía un chicle en el pelo. Se agachó con una velocidad envidiable, saliendo de la encerrona de Vice.
Separó con fuerza el chicle de su nuca y lo tiró a una papelera cercana.
Se podría decir que por primera vez Cobain estaba huyendo de la poderosa sombra del pelirrojo, sencillamente no tenía ganas de añadir una cicatriz más en su cuerpo.

Tras la sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora