Capítulo 17

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Volvió al impoluto cuarto tras aquella larga conversación sin tener muy claro lo que pensar.
Comenzó a repetir en su cabeza todo lo que le habían dicho Silene y "El Oso" unos minutos antes.
Si conocían a Arlet es posible que ella formase parte de la Asociación en algún momento de su vida.
«Ella también padecía esta enfermedad» pensó el joven.

Sin previo aviso apareció ocupando todo su espacio personal el apuesto cisne negro. Cobain no tuvo tiempo ni de sentarse en la cama para pensar todo detenidamente.

–Ya te encuentras como una rosa chaval–dijo sonriente agarrándolo del brazo y empujándolo hacia la puerta– El jefe me ha dicho que ya estás preparado para el entrenamiento.

Esa frase ya la había escuchado muchas veces de la boca de Arlet y no pudo evitar sentir una punzada en el pecho al oírla.

–¿Qué entrenamiento?

No obtuvo respuesta.

[...]

–Adelante, pégame–dijo sin despegar aquella hermosa sonrisa de sus labios.

Cobain observó su postura defensiva, su cuerpo se movía en completa armonía y desprendía sensualidad y elegancia a cada paso que daba.

–Lo llevo deseando desde el día que nos conocimos–susurró Cobain.

Sin avisar, echó a correr a una velocidad ensordecedora, posicionándose en frente de Ian en menos de un segundo. Sujetó su brazo con la intención de hacerle la mejor llave de judo que aprendió en sus entrenos con Arlet. Logró que el cisne perdiese el equilibro y aprovechó la ocasión para tirarlo al suelo en un abrir y cerrar de ojos. Ian era verdaderamente alto y aprovecharía aquello a su favor. En el suelo tenía ventaja sobre él.
Pero algo le hizo perder la concentración, el cisne acababa de reventar el suelo con su caída. «¿Pero cuánto pesa este tío?»

Debido a la sorpresa Ian logró sujetar los brazos de Cobain y empujarlo hacia él. Sus cuerpos se chocaron y ambos terminaron mirándose fijamente en completo silencio.

–He ganado.–rio el cisne a escasos centímetros del joven.

Cobain al darse cuenta del contacto físico, de que sus piernas casi se entrelazaban con las de Ian, que respiraban al mismo ritmo, se levantó rápidamente. Sus mejillas comenzaron a arderle de la vergüenza.

–¿Pero que narices eres?

–Yo también padezco la enfermedad de Scilla–se pegó dos pequeños golpes en el pecho–mi piel y músculos son como un puto diamante, es muy difícil poder hacerme un simple rasguño–concluyó orgulloso.

–Es impresionante ¿Cómo puede ser eso posible?

–Pregúntaselo a Silene, es nuestra científica loca–comenzó a reír–sabe muchísimo a cerca de la enfermedad. Yo lo único que puedo decirte es que mi marca de nacimiento es roja y por tanto poseo una habilidad de combate.

Cobain miró para otro lado y guardó silencio. Le distraían demasiado esos ojos verdes tan extraños. Luego se llevó la mano a su hombro «mi marca es de varios colores a la vez y se fusionan unos con otros» pensó. No sabía que podría significar aquello.

–Me ha gustado verte avergonzado, eso significa que poco a poco vas expresando tus emociones– dijo Ian levantándose también–me alegra que sean hacia mí.

–No te confundas–respondió mientras le daba la espalda– no tengo ningún sentimiento hacia ti o hacia todos vosotros. En realidad me dais bastante igual.

Ian no dijo nada. Se limitaron a entrenar durante unas cuantas horas más hasta la cena. Pero esta vez Cobain no comió aislado en su cuarto. Le aguardaba una grata sorpresa.

Tras la sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora