Capítulo 13

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Le retumbaba la cabeza cuando despertó, le costaba mover un solo centímetro de su cuerpo y su piel era tirante, le dolía y quemaba. Sus párpados apenas tenían las fuerzas suficientes como para abrirse y sus ojeras parecían haber cobrado vida.

Fue entonces cuando su nuca comenzó a palpitar y recordó todo lo que había pasado. Como acto reflejo abrió los ojos de par en par realmente aterrado, y tras este impulso, su cabeza aún dio más tumbos. Le resultaba realmente difícil poder mover cualquier extremidad, pero con gran esfuerzo pudo levantar una de sus manos. Observó que estaba completamente vendado, de pies a cabeza y esas vendas estaban manchadas de sangre, de su sangre ya seca.

Realizó una vista panorámica de la habitación en la que se encontraba y no le resultó para nada familiar, aquellas cuatro paredes que lo rodeaban eran de un tono blanco completamente deslumbrante, tanta luminosidad le hacía daño en las retinas, pero no pudo pestañear ya que hasta eso le dolía. Tras analizarlo todo a su alrededor pudo visualizar una pequeña cámara que lo miraba desde lo alto de una de las esquinas. Era una cámara realmente sofisticada, parecía tener sensor de movimiento y sonido, podía saberlo ya que unos años atrás las veía anunciadas por todo Osidia. Aquello quería decir que seguramente las personas que lo estaban observando a través de ese aparato ya sabrían que había despertado.

Cobain se levantó con brusquedad de la cama, era blanca, del mismo color que toda la habitación, dando la sensación de que se encontraba en una especie de hospital. Sus piernas crujieron y su espalda chilló, todos los huesos de su cuerpo le dolían considerablemente y se lo estaban diciendo a gritos.

Decidió hacer caso omiso a los pinchazos que sentía con cada movimiento y trató de caminar hacia la puerta, también completamente blanca. Pero tan solo dio dos débiles pasos cuando cayó desplomado en el frío suelo de aquel siniestro lugar. Las heridas en sus brazos se abrieron y comenzó a manchar con su sangre parte de los azulejos del piso. Reprimió sus gemidos de dolor pero su respiración cada vez era más fuerte.

Trató de arrastrarse hacia la puerta con ayuda de sus brazos ensangrentados, pero éstos, sólo se resbalaban debido a que el suelo estaba realmente limpio y pulcro. Era desesperante, por más que lo intentase la puerta no se movía de su sitio y por más que tratara de aproximarse se resbalaba de nuevo, provocando que se abriesen más heridas en su piel. Una lágrima de impotencia se deslizó por su rostro y comenzó a arderle también. Sabía que su cara estaba completamente quemada, y seguramente le faltarían unos cuantos mechones de pelo en la cabeza. Sentía que en cualquier momento podía volver a desmayarse de dolor y aún no avanzaba. La puerta aún seguía en su sitio.

De un momento a otro aquella puerta que Cobain miraba desesperado se abrió, y tras ella tres personas se acercaron corriendo hacia él, una de ellas la recordaba. Esos ojos no los olvidaría nunca, azabache en los bordes del iris y verdes en cuanto más se acercaban a sus pupilas, esos labios carnosos de un tono café precioso y esa amplia sonrisa burlona pegada en su rostro. Ian.

Aquel joven se quedó apoyando uno de sus hombros en la entrada de la puerta con los brazos cruzados, pero su sonrisa desapareció en cuanto vio a Cobain en aquellas condiciones. Una mujer bastante bajita que podría tener fácilmente unos treinta años, con unas enormes gafas que ocupaban gran parte de su rostro y que vestía una enorme bata blanca tres veces más grande que ella, sujetó el torso del magullado joven con sumo cuidado.

Otro hombre ancho y grueso con un traje completamente negro y corbata, de estatura media y que probablemente tendría unos cincuenta años, también sujetó el cuerpo de Cobain. Entre los dos volvieron a tumbarle en la cama, cuyas sábanas comenzaron a mancharse con la sangre que no dejaba de brotar del cuerpo del muchacho.

–Sabía que harías alguna tontería de estas, Cobain.

El hombre que pronunció aquellas palabras acarició con delicadeza la frente de Cobain recibiendo de éste un gruñido de dolor. Rápidamente apartó su mano de la piel del muchacho y realizó un gesto con la cabeza al resto de personas que se encontraban en la sala para invitarles a salir. La mujer de enormes gafas asintió y se marchó cerrando la puerta tras ella, Ian antes de esto aún miraba la escena con una mueca de ¿preocupación? en el rostro.

Tras la sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora