30. Salir volando

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Lo que me faltaba. Lo último que necesitaba en mi vida: un número especial sobre halcones.

-Y aquí tenemos a nuestro halcón Lancelot - dijo la chica. Bueno, al menos no se llamaba Lucas -. El halcon es un pájaro muy nervioso.

Ya lo creo.

No quería ni mirar hacia Lucas, pero podía imaginarme a Natalia, a Pablo, y a todos los que le rodeaban dándole palmaditas en el hombro.

-Llegan a tener seiscientas pulsaciones por minuto. Por eso le tapamos los ojos para quitarle estrés.

Llevaba la cabeza (Lancelot digo, no Lucas) tapada con una caperuza de cuero. De cuero...

Eso me habría gustado llevar a mí: una caperuza que me cubriera toda la cabeza y que no me dejará ver ni enterarme de nada, porque estaba tan nerviosa que me va a estallar el corazón. Apuesto a que yo tenía más de seiscientas pulsaciones por minuto. Pero yo no llevaba caperuza, y había gastado todo el cuerpo que tenía haciendo una pulsera para Lucas.

-El halcon es todo ojos.

Y sin querer, sin darme cuenta de que no quería hacerlo, de que no debía hacerlo, volvi a mirar hacia Lucas.

- En realidad, tienen el cerebro muy pequeño. Es cien por cien visual.

El cerebro pequeño...

Cuando volvi otra vez la cabeza hacia la derecha, tropecé con la mirada de Unai. Acorralada. Yo si que se necesitaba salir volando, alejarme del maldito halcón, del eatonero carroñero... ¡Era una Garza! ¡Se supone que podia volar!

Pero allí, el único que parecía a punto de volar era Lancelot.

-Ahora le quitaremos la caperuza para que pueda volar. Antes de emprender el vuelo, el halcón sacude su plumaje - advirtió la chica -. Compacta las plumas y muchas veces defeca para eliminar el exceso de peso.

Como Pablo y compañía aún no han superado la etapa de «caca culo pedo pis», se echaron a reír nada más oír «defeca». Lo que me sorprende es que supieran lo que significa.

La chica coloca un cebo en mitad del campo y el halcón echó a volar.

-El animal más veloz del mundo - anunció la chica como quien dice «antes todos usted, ¡el hombre bala!». Pero no me habría impresionado más ver a un hombre saliendo disparado de un cañón.

Era increíble, entre terrorífico y conmovedor. Porque normalmente uno piensa en un pájaro volando y se imagina una estampa bucólica del pájaro a su aire, que si la libertad, que si la naturaleza, que si las nubes, que si el sol, Blancanieves cantando en un bosque con una golondrina... Pero el vuelo del halcón no tenía nada que ver con eso. Tenía mucho más que ver con una película gore, con el hambre, la necesidad, la sangre y las vísceras. El halcón no había salido a dar un paseo. El halcón sabía exactamente adónde iba.

-El halcón saca las garras y acuchilla a su presa en pleno vuelo - explicaba la chica -. Hace varias pasadas antes del acuchillamiento final, que es preciso, directo y letal.

Preciso, directo y letal. ¿Era mi imaginación aquella chica estaba disfrutando como una sádica con cada palabra que decía?

-El halcón cubre a su presa con las alas - y fue oir eso y verme en los brazos de Lucas en el Maracaná - y se alimenta rápidamente. Sabe qué en tierra es vulnerable.

¿Vulnerable el halcón? Y si el halcón, que devora a la presa, ¡que es el que mata!, es vulnerable, ¡¿entonces qué es la presa?! ¿Pardilla? ¿Idiota?

Mientras el halcón volaba, la chica seguia hablando:

-La única forma de recogerlos es de rodillas, por eso se dice que es el único ser capaz de hacer arrodillarse a jeques, reyes y emperadores.

Lo que le faltaba. Ya puedo imaginar la cara de chulería que estaría poniendo Lucas en ese momento.

-Ahora Lancelot va a volar entre uatedes. Durante el vuelo es especialmente importante que no levanten los brazos. No intenten tocarlo.

Lancelot empezó a volar bajo entre nosotros, sus árboles, sus arbustos. De izquierda a derecha, del centro al exterior del semicírculo.

- Parece que se está levantando un poco el viento - advirtio la chica.

Y Lancelot, el animal más rápido del mundo, el de cerebro pequeño y ojos grandes, ese pájaro nervioso que se alimentaba rápidamente y salía volando, a otra cosa, mariposa, a otra ración, halcón, ese acuchillador preciso, directo y letal que hacía que la gente se arrodilla a sus pies, voló hacia mí.

Y chocó. Contra mí.

Pam.

Sentí el tacto suave de sus plumas y el impacto solido de su cuerpo. Un camión con carrocería de seda arrollandome a su paso. La fuerza de la naturaleza, abofeteandome con la superioridad de quien no es un gusano en la cadena alimenticia, con la prepotencia del rápido, del fuerte, del guapo. Esas plumas que parecen pintadas de rotulador, y ese ojo de halcón que se clava en tu pupila, que acuchilla más que sus garras, que desgarra es más que su pico y qué te dice: «Espabila, bonita. La vida es esto. Un golpe detrás de otro».

Y no pude soportarlo.

Salí volando para no volver. Y Lancelot también.

Croquetas y wasaps - Begoña OroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora