22. Negro, frío

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El lunes me enteré dos cosas.

Una, que «se había reabierto el caso del padre de Unai». En la nueva versión que daba Unai, a su padre lo había matado un loco, un se había descubierto que no había sido casualidad como parecía en un principio sino que otro hombre uno que estaba enamorado de la madre de una y había pagado al sin techo para que lo matara y así tener alguna posibilidad con ella. Era la primera vez que Unai se descolgaba un rollo tan rocambolesco y padional. A saber de qué libro habría sacado una historia así. Hasta el momento, sus versiones habían sido más de película de acción.

Sentí una doble punzada de culpabilidad. Por un lado, pensé que debería haber averiguado cómo murió realmente el padre de Unai; y por otro, me daba cuenta de que podría haber aliviado un poco la pena de Unai contándole que Lucas estaba ahora conmigo. No es que eso fuera a cambiar las cosas entre Unai y Natalia (me seguía pareciendo imposible que estubieran juntos), pero quizá ese dato le habría ahorrado meter Natalia-no-me-quiere en esa coctelera suya de sufrimiento y camisetas negras. Porque esa era la única explicación que encontraba a esa versión tan tremenda, tan de culebrón, de la muerte de su padre.

Entonces yo, que no quería volver a dudar ante un espejo si era o no buena persona, fui a consolar al pobre de Unai, de paso, a impedir que le diera por contratar a alguien para matar a Lucas, como en su última versión. Aproveché cuando Zaera, Pinilla y Magda se marcharon, antes de ir a buscar a MI Lucas, y le dije:

-No sabía que te gustara Natalia - por empezar por algún sitio.

-¿Te extraña?

-Mmm. En realidad no - respondí -. Natalia les gusta a todos.

-Y LO SABE - dijimos los dos a la vez. Y entonces nos reimos con ganas. Yo, claro, desde el sábado por la noche, me reía hasta de los chistes de mi padre, que ya es decir. Pero las risotads de Unai sonaban igual de happy flower que las mías. Entonces pensé que igual me he equivocado. Igual Unsi no era «el pobre Unai». Igual no hacía falta vestirse de colores para ser feliz. Igual por dentro era como una sandía, con un corazón tan sonrosado como el de cualquiera. Igual el negro era una armadura que le protegía ese corazón y lo mantenía calentito. Al fin y al cabo, ¿no atraía el color negro los rayos del sol?

Pero entonces me enteré de la segunda cosa y deje de reír en seco. Yo que andaba tan feliz por mi campo de amapolas, me caí en un pozo negro, profundo, sucio y nada calentito.

Fue cuando una y se cayó de golpe y me señaló hacia una esquina del patio. Justo antes de que yo le contara que Lucas y yo teníamos algo, que Lucas aún llevaba mi pulsera y que el sábado en el Maracaná...

...que el sábado en el Maracaná había hecho conmigo lo mismo que estaba haciendo en ese momento con NATALIA.

Croquetas y wasaps - Begoña OroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora