36. BUM

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Por fin legué.

Lo reconozco: no es 100% verdad que diera IGUAL quien se cruzara en mi camino.

Cuando subí por un terraplén y apareci detrás del lugar de la exhibición, en el barracón donde estaba la cafetería y los baños, vi un montón de gente. Distingui a Perales, a Alfonso y Lahoz, y a Blanca, a Magda, a Pablo... Y pase de ellos.

Pase de largo.

Me pareció oír que alguien me llamaba.

No hice caso.

Fui al baño. Y ahí, delante del espejo, pintándose los labios, ¡pintándose los labios!, estaba Natalia, tan concentrada que ni se dio cuenta de que yo entraba. Al estirar el brazo derecho para pintarse, bajo su manga asomo MI pulsera.

Y entonces la «buena persona» que era yo dobló a los brazos y los estiro a esa velocidad insuperable que imprime la rabia.

La empujé con todas mis fuerzas. Quise estamparlala contra la pared, descalabrarla, lanzarla a miles de kilómetros de mi, hacerla desaparecer... Ella no tuvo tiempo a reaccionar. Perdió el equilibrio y se cayó al suelo.

No puedo recordar el sonido que hizo Natalia al caer, pero si tengo clavado del «clang» del pintalabios al rebotar sobre la fría baldosa.

Y recuerdo también que cuando, al instante, corri a encerrarme en uno de los baños, por más que me diera prisa en echar el cerrojo; no pude dejar fuera la imagen de una loca con cazadora blanca, los ojos como platos, el pelo revuelto, las mejillas rojas y la boca abierta; la loca que me había mirado justo antes de cerrar la puerta desde el espejo corrido del baño.

Se le había quedado enganchado en el pelo un trozo de hoja seca.

Se me había quedado enganchado en el pelo un trozo de hoja seca.

Croquetas y wasaps - Begoña OroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora