34. Niveles

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Mi padre revisa obsesivamente (mi padre todo lo hace obsesivamente) los niveles del coche. A fuerza de oído he acabado por aprendermelos: el nivel del aceite, el nivel del agua, el nivel de líquido de frenos... Si ves las piernas de un hombre que parece haber sido medio devorado por un Passat gris metalizado, hay un 89% de probabilidades de que estés bien a mi padre. Cuando no está en la oficina, mi padre vive ahí, entre el motor y el capó de su coche.

No sé si los niveles están comunicados, a tanto no llego. Ignoro si al subir el nivel del aceite baja el agua o si van cada uno a su bola. Pero los líquidos de mi cuerpo si funciona así: se comunica. O eso me pasó haya en medio del prado.

Cuando el nivel de lágrimas se quedó a cero, me subió el nivel de concentración de sangre. Toda, TODA la sangre de mi cuerpo se agolpan en el centro. En mi corazón. Estaba segura de que debajo de la cazadora blanca, del jersey morado, de la camiseta gris, tenía la piel al rojo vivo, de lo mucho que me ardía.

Porque mi corazón era una granada de mano y alguien, Unai, mi abuelo, Lucas, Lancelot, yo misma... yo que sé quién, había tirado de la anilla y la había accionado como quien abre una lata de limonada. Ahora los trozos de metralla iban a impactar contra el primero que se pusiera en mi camino.

Me daba IGUAL quien fuera.

Croquetas y wasaps - Begoña OroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora