XXVI. El Café

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XXVI

El Café

Me levanto con cierta dificultad, agarro mi morral, que estaba en el sofá, e intento salir de aquí. Él agarra mi brazo para que me detenga, pero, cuando mis ojos húmedos voltean a verlo, se encuentran con una mirada intimidante que me asusta. No, él no va a pedirme perdón, creo que ni se ha dado cuenta de lo que acaba de hacer, solo quiere que no interrumpa su monólogo de insultos y ofensas. Esto no se trata de mí, se trata de él.

Salí corriendo y terminé caminando por más de tres horas; llevándome de preguntas y dudas. Ya es algo tarde y realmente no sé a dónde ir, por lo cual enciendo mi celular. Lo había apagado cuando Jonathan me empezó a timbrar, poco después de haber salido y noto la gran cantidad de llamadas perdidas que tengo de él.

El mapa del móvil me indicó que hay un hotel a un par de cuadras y una tienda donde comprar algo para cenar a su costado.

Ahora, acostada en la cama y mirando el techo, hago un recuento de todo lo que ha pasado hoy, paso a paso. Recuerdo como se ha comportado en ocasiones anteriores, cuando me ha reclamado por otros motivos.

¿Qué motivos?

Siempre criticaba las cosas que hacía dentro de la casa. Al inicio solo era por la comida que preparaba, como si fuese mi obligación darle de comer. Pero, luego me empezó a reclamar por no completar con las tareas de la casa, a pesar de que cada vez tenía menos tiempo por la universidad y el trabajo.

¿Acaso esto es parte del contrato?

No eran solo quejas, las palabras que usaba cada vez eran más y más duras. La forma en la que me minimizaba, dudando de mis capacidades, como si fuese una inútil fueron cada vez más constantes. Lo que comenzó con una corrección en el cómo servir un vaso de Whisky se fue degenerando hasta el día de hoy. Me incomodaba mucho, pero confiaba en que cambiaría.

¿Confianza?

Llamé a Raúl, pero su celular estaba apagado; le timbré a Adriana varias veces, pero sin éxito. Al final, Samuel, de una manera algo seca y cortante, me explicó por WhatsApp que tampoco se ha podido comunicar con Raúl, pero que Adriana estaba enojada y, por ello, no quería hablar conmigo. Le pregunté por qué y me respondió con una sola frase —Porque a ti no te importó alejarte— Ante esto yo me quedé confundida; la conversación quedó ahí, pero yo me quedé pensando en ello. Recuerdo la forma en la que Jonathan se refirió a ellos antes de botarlos ¿Acaso todas las veces que me apuraba para que salga lo antes posible "sin distraerme" fueron porque no quería que me junte con ellos? ¿Convencerme de hacer todos los trabajos (incluso los grupales) sola era un acto de posesividad? ¿En algún momento él demostró que confiaba en mí?

Pero, se preocupó por hacer justicia por mí, ¿No?

Quiero pensar que sí, pero en ningún momento sentí que realmente se preocupó por lo que yo estaba sintiendo. Al margen de todas las acusaciones extras que hizo, las cuales no tuvieron sentido ni fueron necesarias, él solo se enfocaba en ganar el juicio; incluso, con esa excusa, pasaba casi todos los días fuera hasta la madrugada y llegaba borracho la mayoría de veces. Mientras yo tenía la cabeza hecha un huracán de confusión, incluso después del veredicto, pero a él nunca mostró que le importase. Fue su victoria, su capricho, su ego todo el tiempo.

¿Cómo me pudo manipular tanto sin darme cuenta?

Como ya dije, comenzó con un pequeño detalle, sin embargo, iba aumentando su frecuencia, cada vez se quejaba de más cosas y sus reclamos eran más y más ofensivos. Esto me llegó a incomodar bastante, pero intentaba entender los motivos por lo que lo hacía; quizás era porque podía estar estresado o había tenido algún problema.

¿Realmente no me daba cuenta o si era consciente, pero no me importó ni mi propio bienestar?

Siempre encontraba una justificación a sus acciones, por más que él no me pidiera disculpas, por más que no tenía evidencias de lo que pensaba. Tan solo quería pensar que todo iba bien, sin importar lo mal que me sentía, sin importar el daño que me hacía.

Me detengo unos segundos. Mi respiración está un poco agitada, como si hubiese estado declarando a  viva voz, cada una de estas cosas; sin embargo, todas estas preguntas, los recuerdos y las respuestas sólo han retumbando en mi cabeza al punto de que me ha empezado a doler un poco.

Abro la ventana y tomo lo que queda del vaso de café que compré con mi cena. Me recuesto nuevamente en la cama intentando relajarme, pero, del cuarto del costado se empiezan a escuchar ruidos propios de una apasionada noche. Al inicio me incomoda, sin embargo, traen a mi mente otra clase de recuerdos.

¿Acaso lo único que mantenía la relación era el sexo?

¡No! Definitivamente no, la relación no solo era eso, al menos eso creo. Me quedo pensando por unos instantes, buscando algún otro argumento, sin embargo, lo único que encuentro son excusas, ideas que yo mismo me forzaba a creer para justificar toda la agresión que Jonathan me causaba.

Los gemidos aumentaron su intensidad, que, sumados al chirrido de su cama, resultaban incómodos para cualquiera.

Al enamorarnos, todos nos enfocamos en lo bueno que tiene la pareja. Adoramos y admiramos muchas características, minimizando algunos defectos que tiene el otro, pero, ¿Hasta qué punto esto es adecuado? ¿En qué punto uno deja de ser comprensivo y termina justificando cada cosa mala que hace la otra persona? ¿Acaso…?

Ya no eran gemidos, la chica que estaba al otro lado de la pared gritaba como si estuviera poseída, las frases que le decía a quién se refería como "Señor Márquez" o "jefecito", eran tan propias de una película para adultos.

Cerré mis ojos, rápidamente tapo la cara con una almohada, ahogando un grito de impotencia. Una gota cae por el costado de mi rostro, mientras la inflamación de mis fosas nasales dificultan mi respiración. Aprieto el cojín con fuerza, como si quisiera asfixiarme. Quizás, por unos segundos, quería hacerlo.

Abrazando la almohada, un nuevo grito sale del fondo de mi alma, esta vez sin emitir sonido alguno. Mi cuerpo se puso en posición fetal, aferrándose al cojín, con los ojos empapados, hasta caer dormida.

Había entendido que los gritos exagerados, los elogios superlativos que le decía esa chica a un tipo, que parece ser su jefe en el trabajo, eran una mentira. ¡Todo era falso! Un teatro montado para ocultar la cruda realidad, al igual que mi relación.

Fuí yo quien aceptó que él me utilice, que me limitara; que me aleje de mis amigos y viva preocupada por su desconfianza. Yo soy la responsable de haber aceptado todo este maltrato. ¡Soy una maldita estúpida!

Derecho de piso: Diario de una sumisa [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora