XXV. El Eco

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XXV

El Eco

Y todo se fue a la mierda.

Mi trabajo, que se supone que es grupal, pero lo estaba haciendo sola, es un desastre. No solo porque he avanzado muy poco, sino que, al leerlo me he dado cuenta que es un completo desorden; tiene párrafos fuera de lugar y otros sin sentido.

En estas últimas semanas, el tema del juicio era lo único que tenía en mente. Incluso días después de la sentencia, cuando "celebraba" con Jonathan, la idea de cómo serían las cosas en adelante también me distrajo de mis tareas. Es por todo ello que no he podido concentrarme ni realizar el trabajo como se debe y ahora no sé qué demonios hacer.

¡Es desesperante! Ya voy casi 4 horas en la biblioteca sin saber qué libros necesito para el fin de semana. Saco un libro, le doy un vistazo y luego lo devuelvo, así sucesivamente. Lo peor de todo es que ni siquiera sé qué estoy buscando. ¡Voy a llorar!

-¿Carito? Desde hace unos días ya no vas a clases ¿Qué está pasando contigo?- es Samuel, me acaba de encontrar saliendo de la biblioteca.

-No tengo nada, solo estoy ocupada con el trabajo que tenemos que presentar- respondo en un tono cortante.

-Ya van meses que te ves descuidada y sin ánimos de nada; y ahora desapareces. En serio, algo no está bien contigo y quiero que me lo digas- corre a pararse frente a mí. Su mirada se clava en mis ojos, al punto que termino agachando la cabeza.

-¿Qué está pasando? En serio, quiero ayudarte- su mano sostiene mejilla, alzando mi perfil.

-Sabes, con los chicos estamos en la última parte del ensayo, si quieres puedes ayudarnos a terminarlo. ¿Qué dices?- no hizo falta que le dé ninguna explicación, es como si hubiera leído mi mente.

-El sábado en tu casa, nos reunimos todos y de paso te presto mis apuntes de las clases que faltaste- este chico me está salvando el ciclo, es sorprendente.

Este viernes al fin lo he pasado tranquila. Si bien he pasado varias horas leyendo el trabajo de Samuel y textos relacionados; también me he dado tiempo para hacer ejercicios; ir a la peluquería y ponerme unas cremas, pues había dejado de lado mi piel en estas semanas.

Al día siguiente, justo cuando estoy terminando de arreglar la sala, suena el timbre. Es Samuel.

-¡Hola! Quise venir un poco antes para explicarte mis apuntes. Los chicos no tardarán en llegar- me da risa su reacción. Apenas me vió, se dió cuenta de que ya estoy más cuidada.

Me he dado cuenta que él podría llegar a ser un gran profesor. La forma como me explica, soltando comentarios gracioso de rato en rato. Me siento muy cómoda estando a su lado. Y vaya que tiene un perfume que me gusta.

No sé en qué momento cambiamos a temas más personales, pero me siento en confianza de contarle cómo me he sentido mal últimamente. Él me abraza de costado mientras me dice unas frases de apoyo casi al oído. Cierro involuntariamente los ojos para escuchar con atención lo que me dice. En verdad me encanta el perfume que tiene. Quisiera decirle algo, pero solo atino a humedecer mis labios. El choque de nuestras narices me roba una ligera sonrisa.

El timbre suena. Son Adriana y Rolando, los cuales llegan algo desanimados al parecer. Lo digo porque la conversación se enfoca solo en el trabajo.

-Es la primera vez que están aquí ¿Quieren conocer la casa?- digo alegremente, pero, tras unos segundos de silencio, continúan hablando de la tarea.

-Verdad ¿Dónde está Raúl? ¿Demorará en llegar?- Adriana se me queda mirando cuando hago esta pregunta.

-No, él no ha querido venir ¿Podemos terminar de una vez el trabajo?- me responde de una forma áspera y vuelve a ver sus apuntes.

Habiendo pasado dos incómodas horas en donde Samuel intenta relajar la tensión, pero sin éxito, escuchamos un ruido, es la puerta abriéndose. Jonathan ha llegado mucho antes de lo que pensaba y su cara mostraba un cierto enojo, pues yo no le había dicho que los chicos vendrían.

-¡Se me van ahorita de mi departamento! ¡Nadie les ha dado permiso para estar aquí!- alza la voz apuntando con su brazo la puerta.

Extrañados y sin estar seguros de lo que está pasando, ellos se levantan y abandonan el lugar con unas caras de comprensible incomodidad.

Samuel voltea a verme como buscando alguna respuesta, a lo que yo asiento con la cabeza sin decir nada. Se escuchan murmullos al salir, como si se estuvieran quejando, pero, el estruendo de la puerta al cerrarse me impide reconocer lo que dicen.

-¡Claro! Uno sale unas horas y tú metes a tu "enamoradito" y a sus amigos. ¿Acaso no recuerdas que este es mi departamento?- tiene razón, debí haberle dicho que haría la reunión.

-Amor, lo siento. Mira …- me acerco a él con la voz algo quebrada.

-¡Cállate! Ya estoy harto de tus niñerías y excusas. Siempre tengo que estar aguantando tus disculpas. ¡No sabes hacer nada!- alza la voz por su enojo. No es la primera vez que me reclama por lo descuidada que soy.

-Lo siento, amor, pero no debiste botar a mis amigos. Ellos no… - bajo la mirada, mi nariz se empieza a congestionar y mi voz se muestra dudosa.

-¡Cállate! De seguro no es la primera vez que lo haces ¿Acaso me has visto la cara de idiota?- me interrumpe alzando un poco su voz. No sé qué decirle, sólo atino a retroceder un paso.

Camina hacia la sala y observa mi laptop, mi cuaderno y unos libros, mientras yo continúo con el perfil hacia abajo.

-¿Qué es toda esta mierda?- un sonido abrupto alza mi vista. Era el plato con bocadillos, él lo había tirado y se había partido en varios pedazos.

Me lanzo hacia Jonathan y forcejeo con él, buscando evitar que bote mi computadora al suelo; pero ésta termina chocando con el borde del sofá. Quiero pensar que no se ha malogrado.

-¡Estoy harto de tus estupideces! ¡Niña buena para nada!- frunce el ceño de forma notoria, su gesto me intimida. En verdad veo todo el enojo en su rostro.

Anteriormente ha estado enojado conmigo, pero nunca tanto como ahora. Me preocupa mucho porque debe ser que algo malo ha pasado en el trabajo o de camino a aquí. Si, debe ser eso.

-¡Por favor, cálmate! Estás destrozando todo. ¡Detente amor!- no recuerdo haber terminado esta última frase.

Había sostenido su brazo para controlarlo, pero, al instante siguiente, me encuentro sentada en el suelo, inmóvil, mirando al vacío y sin saber qué ha pasado. Podría jurar que Jonathan me está diciendo algo, incluso podría estar gritando; pero no escucho absolutamente nada.

Luego de unos segundos, empiezo a oír el eco de un chillido que va haciéndose cada vez más fuerte. El calor en mi rostro y un ligero palpitar en mi mejilla son sensaciones amargamente familiares para mí.

¿A quién tengo delante de mí?

Sus palabras empezaron a sonar, pero de forma distinta. Sus insultos y reclamos; su mirada despectiva y el tono amenazante con el que me habla; a lo largo del tiempo han sido tan propias de Jonathan como de… ¿Mi padre?

Derecho de piso: Diario de una sumisa [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora