XXXI. El Abrazo

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XXXI

El Abrazo

Me sentía la peor persona del mundo. Mis ojos rojos goteaban sin cesar, sintiéndome como una completa basura, pudriéndose, estorbando al resto de gente. Pensaba en cuánto mal le pude haber hecho a otros sin darme cuenta, sin que me importara.

Odio este pensamiento egoísta de solo haberme preocupado por mis problemas a costa de injusticias y daños a otros. Me echo en el suelo, en posición fetal y con creciente dolor en el pecho a causa de toda esta culpa.

No creo ser la única a la que le ha pasado esto. Que justo en el momento más inoportuno, cuando necesitas silencio y tranquilidad para pudrirte en más profunda tristeza, te llegan llamadas acerca de promociones y ofertas. ¿Acaso pueden ser más inoportunos?

Agarro mi celular, cuelgo la llamada y lo tiro sobre la cama. Sigo envuelta en mi enojo y, unos pocos minutos después, vuelve a timbrar el móvil. Intento ignorarlo, pero las llamadas no dejaban de sonar. Esto había logrado colmar mi paciencia, por lo que, en un impulso de ira decidí agarrar el celular y descargar toda mi cólera contra el desconocido de la compañía que me estaba molestando tanto.

Sin siquiera mirar la pantalla, contesté la llamada y, sin que la otra persona tenga oportunidad de decir algo, empecé a lanzar lisuras y mandar a la mierda a medio mundo como nunca antes, hasta que me quedara sin aire y, tras unos segundos de silencio, la otra persona se aventuró a contestar.

-¿Carito? ¿Eres tú?- esa voz la conozco. Me quedé tonta por un par de segundos y luego volteo a ver la pantalla. No era una empresa cualquiera que llamaba promocionando ofertas, era Samuel. ¡Qué vergüenza!

-¡Ay! Disculpa, yo…- no sabía qué decir en ese momento.

-¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?- me pregunta de forma directa, pero no sé qué responderle.

-Nada, no te preocupes, no tengo nada- mentira, estoy pésima y con sé cómo manejarlo.

-¿Puedo ir a visitarte para que conversemos?- el tono en el que dijo esto me hizo pensar en él por un segundo. Como si de la nada apareciera una foto suya en mi mente.

-¡No! Voy a estar ocupada haciendo cosas, no sé. Adiós- le corté la llamada y me quedé en pausa por unos minutos, en silencio y sin pensar en nada, pero, poco a poco las lágrimas volvieron a brotar de mis ojos.

No habían pasado más de treinta minutos y tocan el timbre. Era Samuel, y, para colmo, cuando fuí a abrir la puerta, él estaba pagando los Makis que había pedido que trajeran.

Si, lo clásico hubiese sido una caja de chocolates, pero, en mi caso, cuando estoy muy mal, suelo comer demasiado o no comer absolutamente nada. Él sabe cómo soy, así como cuánto me gustan los Makis y justo pidió los cuatro sabores que más prefiero. Aparte, ya era casi noche y no había almorzado. ¡Es perfecto!

Voltea a verme, dándome una sonrisa inocente y yo solo atiné a abrazarlo. Pasamos a mi cuarto, directo a comer sobre la cama. Me contó todas las cosas que tuvo que hacer para llegar antes que el repartidor a mi casa, lo cual me pareció gracioso. Ya luego de almorzar, sutilmente me empezó a preguntar cómo estaba.

Le conté las cosas que había hecho hace unos meses, alterando la información para liberar de cargos a dos policías a cambio de que coloquen evidencias falsas en denuncias contra mi padre. Fue doloroso admitir esos actos. Con cada palabra que decía, mi tono de voz se hacía más rudo, me quejaba de mi misma y me empecé a insultar. Las ofensas iban aumentando su intensidad. El nudo en mi garganta dificultaba el paso de saliva, mi mirada, que no podía verlo a los ojos, se volvía a cristalizar y mi voz se empezó a quebrar. Él posó su dedo índice sobre mis labios para callarlos, no dijo nada, solo acarició mi mejilla, luego sostuvo el borde de mi rostro y lo apoyó contra su pecho. Me abrazó, me dio un beso en la parte alta de la frente y recostó su cabeza sobre la mía. Escuchaba los latidos de su corazón, era un lugar cálido y seguro donde podía llorar y desahogarme hasta quedarme dormida mientras él me decía frases comprensivas para tranquilizarme.

Después de poco más de una hora, despierto sobre el regazo de Samuel, él estaba recostado en la cabecera de mi cama, acariciándome el cabello. Se sentía tan bien que me quedé acurrucada unos minutos más después de despertarme. Luego me levanté y Samuel se acercó a ver cómo estaba. Me peinó un poco con sus manos y me acarició una mejilla, mandándome a que me lave la cara para despertarme mejor, lo cual hice al instante.

A mí regreso, lo veo sentado en el suelo, revisando los documentos de los que le había hablado. Todo el sentimiento de culpabilidad invade mi cuerpo nuevamente.

-Soy una estúpida, lo sé. Lo he arruinado todo- le digo con la voz cansada, casi a punto de llorar. Samuel se levantó y fue directo a abrazarme. Yo le correspondí el mismo rodeando su cintura con mis brazos.

-¡No! Aún se puede hacer algo. Mira, no sé mucho de leyes ni juicios, pero me parece que estos papeles son una gran evidencia. Existen colectivos de personas a las cuales les podemos contactar con ellas y hacerles llegar esta información de manera anónima y ellas lucharán para que se reabra la denuncia y esos malditos paguen por lo que hicieron.- estas palabras me llenaron de esperanza, realmente no todo estaba arruinado.

-Gracias, realmente me he comportado como una niña tonta que no ha sabido cómo hacer las cosas. Gracias por apoyarme, por ayudarme a crecer- nos sentamos en el borde de la cama, yo seguía abrazándolo y él me rascaba suavemente la cabeza.

-Carito, yo siempre voy a estar ahí para ayudarte, porque me preocupo por ti y por eso quisiera que crezcamos juntos, los dos, como pareja- con su mano sostiene mi rostro, como queriendo acercarlo al suyo, esto acelera mi corazón y me quedo petrificada por unos segundos, pero al final giro mi cara hacia un costado, mirando al suelo sin decir nada, no sé por cuánto tiempo.

Él entiende y baja su mano, quedando atento y a la espera de lo que yo vaya a decir.

-Samuel, eres la persona más linda que conozco, me has apoyado como nadie y no sabes cuánto te lo agradezco. Es por eso que no puedo estar contigo ahora- boto un suspiro profundo y veo la extrañeza en sus ojos.

-¡No! Esta no es una excusa, lo digo en serio. Por un lado, yo no me siento preparada para una nueva relación ahora, de verdad. Soy un completo desorden, y yo sé que tú tienes toda la intención de ayudarme, pero es algo que debo aprender a hacer por mi misma- veo su emoción apagarse con mis palabras, ahora es él quien ha bajado la mirada.

-¿Un clavo saca a otro clavo? No, tú no mereces eso. Por más que tú seas mucho mejor persona, no puedes aceptar ser usado como el reemplazo de otra persona- toco su hombro suavemente, aunque soy consciente de que mis palabras son duras para él.

-Tu preocupación por mí y tu voluntad de querer ayudarme son la mejor muestra del cariño que me tienes y eso lo aprecio bastante, pero tampoco sería bueno aceptar una relación como una forma de "compensación" por todo ello. Tú también mereces a alguien que te quiera de la forma como sabes querer y yo no soy esa persona, ahora no, lo siento- mi voz se fue suavizando progresivamente. Al terminar, parecía que él quería decirme algo, pero no sabía qué palabras usar, sin embargo, al alzar su mirada, sus ojos rojos lo habían dicho todo.

Esa noche no hubo ningún beso impulsivo, pero nos abrazamos desde el fondo de nuestros corazones y eso es mucho más valioso.

A la mañana siguiente le escribí a un colectivo que me dijo que contaba con abogadas voluntarias que podrían reactivar las demandas y ese mismo día fuí a entregarles los documentos que tanto me afligieron. Fueron muy cordiales conmigo y se nota su buena voluntad.

De admitir que aún me quedan rezagos de todo esto último que me ha pasado. Haber confrontado a Jonathan como lo debí haber hecho hace tiempo, ser consciente de las irregularidades que cometí por mi egoísmo y terminar rechazando a Samuel, a pesar de lo mucho que lo quiero. Necesito distraer mi mente, por lo cual llamo a Raúl. No soy de ir a fiestas, pero vamos a probar divertirnos con algo nuevo ¿Qué podría suceder?

Derecho de piso: Diario de una sumisa [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora