XXVIII. La Soledad

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XXVIII

La Soledad

Al día siguiente, después de clases, Samuel me acompaña a la casa de Raúl, al cual le había dado la excusa de que era necesaria una reunión de urgencia pues habían correcciones posteriores al trabajo grupal que se tenían que solucionar lo antes posible. Obviamente, Samuel no le dijo que estaría yo presente, sólo serían ellos dos. Sin embargo, él no se mostraba interesado en lo más mínimo. No fue hasta que estuvimos frente a su casa que Samuel lo llegó a convencer que lo deje pasar mientras yo me ocultaba unos pasos al costado.

Se abre la puerta y me acerco a la entrada, en ese momento Raúl se da cuenta de mi presencia e intenta cerrar la puerta, pero Samuel lo impide. Él, con una mirada de evidente incomodidad, voltea alejándose de nosotros. Volteamos a vernos por un segundo y, sin decir nada, entramos a seguirle el paso.

-Raúl, yo sé que no he sido muy buena amiga con ustedes en estas semanas, pero ya no será así ¿Podemos volver a ser amigos como antes? ¿Qué dices?- me acerco a él, intentando poner mi cara lo más amable posible y apoyando mi mano en su hombro.

-Si ya terminaste, puedes irte de una vez. Ahí está la puerta. ¡Vete!- su voz seca y cortante me deja congelada. Quita mi mano de su hombro sin voltear a verme.

-¿Qué pasó? Por favor, Raúl, no has ido a clases en días y en verdad queremos saber qué ha ocurrido contigo- interviene Samuel en un tono serio y cálido al mismo tiempo.

-¿En serio quieren saber qué pasó?- la voz no tenía el tono cándido con la que siempre nos hablaba, en su lugar, intentaba sonar rudo, pero la tristeza hacía difícil que pueda pasar saliva.

¡Mierda! Lo que me explica me destroza por dentro.

Raúl es un chico que va a estar sonriendo cada vez que esté frente a ti, jugando o haciendo bromas para alegrar a los demás, esa siempre ha sido su máscara. Lo que no cuenta es que no pasan ni tres días seguidos sin que alguien lo discrimine, lo insulte o incluso hasta que lo golpee en la calle, en su barrio o por redes sociales.

Su refugio siempre fue su casa, el único lugar donde podía ser él mismo, donde podía reír a carcajadas y cantar sus canciones de pop coreano a viva voz, aunque no entienda ni una palabra, pero también lloraba en los brazos de su mamá, no sólo por sus amores fallidos, sino por lo miserable se sentía al ser discriminado.

<<Los puñetazos y patadas duelen, pero las palabras hieren mil veces más>> me dijo una noche durante una pijamada, con los ojos rojos y negándose a llorar.

¿Y el resto? Muchos piensan que son buenas personas al no insultarlo, siendo "comprensivos" con él o tratándolo como si fuese normal, nada más hipócrita que eso. La gente debe entender que no hace un "favor" al no discriminar, simplemente no hay motivos para hacerlo. Todos somos personas iguales, sin importar el sexo, religión, color de piel, orientación sexual ni nacionalidad.

Ésta vez solo le dieron un puñetazo y un par de patadas, por más cruel que suene decirlo.

¿Quiénes fueron? Eso ya no importa.

¿Heridas? En el labio inferior, pero el alcohol en las manos de su mamá deja de arder.

¿Y esos gritos? Es su papá, triste por ver a su hijo golpeado con tanta frecuencia, cansado de escuchar lo que dicen de su familia en el barrio, harto de la reputación que tiene por ser padre de un chico gay.

¿Están discutiendo? Si, pero Raúl desde el baño no logra escuchar sobre qué, pero sabe cuál fue el motivo por el que comenzó la pelea. Alguien se había cansado de ser "comprensivo" con su hijo homosexual.

¿Ya acabaron? Sí, ya paró el reclamo, pero también terminó la relación, ese matrimonio. No eran felices, quizás realmente nunca lo llegaron a ser. Sólo fueron una pareja que pensaron que teniendo un trabajo, una casa y un hijo, serían una "familia ideal".

¿Raúl puede hacer algo? No, para cuando salió del baño su padre se había ido, sólo quedaban los lamentos de su madre que no querían estar frente a nadie.

¿Y el chico? Él solo fue a su cuarto, cerró su puerta de un golpe y lleno de preguntas se resistía a llorar.

¿Es acaso su culpa? No, fue un conjunto de muchos problemas que se negaban a ver, pero él no lo sabe. Lo único que gira en su cabeza es que él es la razón por la cual su madre está sufriendo en la sala.

¿Y ahora? Su hogar, su refugio, su mundo se está destruyendo y no sabe qué hacer con tanto dolor, con el abrumante miedo, con esta sofocante impotencia.

¿Ayuda? La única persona que queda, aquella a la que le ha contado de todo, quien le prometió estar ahí para él, no contesta. Fueron tres o cuatro llamadas en media hora, incluso entre tanto dolor, él se preocupó por su amiga, de que le hubiera pasado algo, hasta que vio lo peor. Un simple estado en redes sociales, una imagen, un chiste de enamorados, de esos en doble sentido, fue la evidencia de que ella estaba bien, que no estaba en problemas y que podía contestarle, pero simplemente no le importaba. Fue ahí cuando más solo se sintió y ya no pudo contenerse ni un momento más, abrazó su almohada y con un grito ahogado se quebró.

Pasaron los días en profundo abandono, donde ya no hablaba con su madre, la cual seguía llorando en su cuarto cada noche mientras fumaba durante horas. Días esperando una llamada de vuelta de aquella persona que se suponía que se preocupaba por él, pero que nunca llegó. Adriana notó su malestar e intentó ayudarlo, pero el daño ya estaba hecho. Ya no le interesaba nada, dejó de ir a clases, comía poco e incluso había días que no lo hacía.

Veo el dolor en su mirada, la decepción. No era mi obligación estar ahí, pero él contaba conmigo y le fallé.

No sé qué decir, creo que nada justificaría lo mal amiga que fuí con una persona tan cercana como Raúl. Solo lo abrazo por debajo de sus brazos, en silencio. Al inicio él intenta alejarme, hasta que el sonido de mis quejidos invadieron toda su sala.

Pudieron haber pasado segundos o quizás media hora en los que estuve aferrada a su pecho, con los ojos empapados y sollozando fuertemente, hasta que él terminó apoyando su mentón en mi cabeza y abrazándome.

Raúl entendió mi lamento y que realmente no fue mi intención haberlo dejado de lado. Es ahora que tenemos que comenzar una fase de sanación, para recuperar la confianza y nuestra tranquilidad, progresivamente, porque él no me ha perdonado aún y creo yo tampoco lo he hecho conmigo mismo.

Derecho de piso: Diario de una sumisa [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora