XXII. Policías y ladrones

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XXII

Policías y ladrones

Han sido tres semanas realmente agotadoras, no solo porque me he estado horas extras en la oficina con miles de documentos por revisar, sino que además, al llegar a casa me he tenido que quedar hasta altas horas de la noche con lecturas, tareas y hasta trabajos grupales que, por recomendación de Jonathan y debido a lo ocupada que he estado, me he visto en la necesidad de hacerlo sola. Los chicos, al menos Adriana y Samuel, me dijeron que me podían ayudar, pero casualmente, cuando ellos podían, tenía más papeles que organizar y me resultaba imposible. Duermo menos de cuatro horas casi a diario, mis comidas han sido un desastre, tomo desayuno y almuerzo en el carro o a veces ni lo hago. Los dolores de cabeza son pan de cada día.

Todo este estrés se manifiesta en mí mediante ojeras, el cabello despeinado y mal cuidado, sueño constante, uñas necesitadas de manicura y ropa no muy bien combinada. Lo sé, no es que normalmente le de demasiada importancia a esta clase de cosas; pero, nunca está de más al menos lo básico para verme presentable y el fuerte entrenamiento que hacía disciplinadamente; aunque eso también lo he tenido que dejar de lado. A decir verdad, desde la semana pasada solo me arreglo cuando voy a estar con mi novio, de ahí, para todo lo demás si me he descuidado bastante. La gente a mi alrededor ha venido notando esta dejadez, sin embargo, en la universidad ya casi no hablo con nadie y, en la oficina, pues ya he aprendido desde el inicio, a que no me importe lo que piensen de mí. Gano más dinero que las otras asistentes y soy más joven que ellas. Creo que con la única que me llevo bien es con la chica practicante de recursos humanos, probablemente porque también es jóven.

El poco tiempo libre lo paso en pareja. Siento que eso es lo que necesito ahora. Ya habrá momento para volver a salir con los chicos, pero ahora estoy priorizando mi relación. Estar con el horario hasta el límite me ha ganado algunas quejas en casa, las cuales he tenido que ir compensando. Lo bueno es que él me ha sabido tolerar cuando me equivoco.

Me había quedado pensando en lo que pasó la otra vez en la oficina ya que las reuniones generalmente son solo con clientes. Por suerte, con el pasar de los días, mis sospechas terminan siendo corroboradas de cierta manera. Hoy Jonathan llega tarde al departamento, otra reunión lo mantuvo ocupado toda la tarde y noche. Me levanto del sofá, donde estaba haciendo mi tarea desde temprano, y voy a calentar la comida para cenar. Sirvo los platos en la mesa, lo noto muy cansado, se ve que ha sido un día largo para él. Me pide un Whisky, el cual le traigo rápidamente (esta vez usando el modelo de vaso adecuado y hielo, como él me ha enseñado). Luego de unos minutos, ya más relajado, voltea a verme y conversa conmigo mientras terminamos de comer para contarme unas buenas noticias.

Los policías, con los que se había reunido la vez anterior, iban a ser destituidos, enjuiciados y condenados a una condena no menor a treinta años de prisión por cometer ciertos "actos irregulares". Esto quiere decir que, no solo perderían sus empleos, sino que irían a prisión y se terminarían rodeando de aquellos delincuentes que fueron encarcelados por ellos. ¡Vaya que eso no suena para nada amigable!

Sin embargo, la acusación que caía sobre sus cabezas, de la cual no tengo ni idea hasta ahora de sobre que trataba, ha sido declarada infundada. Claro, a cambio de unos cuantos favores que no dudaron en realizar. Primero, la sustracción de algunas evidencias de casos de hace un año y una que otra más reciente; adulterar un par de denuncias que habían sido archivadas hace meses, cambiando el nombre del victimario e incorporando las pruebas robadas. Todo esto en una estación de policía de un fuera de la capital, en una ciudad que ya conozco.

A veces es complicado saber si todo esto que estamos haciendo puede ser considerado como "bueno". A simple vista, cualquiera pensaría que no lo es, y estarían en lo correcto; no obstante, al recordar todos los abusos, el maltrato y la violencia que él nos causó, que incluso acabó con la vida de mi mamá; llego a la conclusión de que es un mal necesario, quizás la única forma de que se haga justicia.

Terminamos de hablar sobre el tema, yo ya estoy en la cama viendo la televisión mientras él se cepilla los dientes en el baño. Le empiezo a contar sobre las cosas que hice hoy, aunque no me presta mucha atención pues no voltea a verme cuando le hablo. Se enjuaga rápido la boca y viene a la cama a acostarse a mi lado. Aquí sigo con mi relato, pero, para mí mala suerte, a los pocos minutos me doy cuenta que él ya está dormido. Me incomoda, pero tengo que entender que estaba muy cansado.

A la mañana siguiente, saliendo de una clase veo a Ana, la asistente social con la cual ya nos hemos hecho amigas desde lo sucedido en el campus de la facultad. Ella me pregunta cómo he estado en estos días, supongo que su duda parte del cambio en mi apariencia.

-Pues he estado demasiado ocupada con la universidad, el trabajo y la casa. Eso es todo- respondo de una manera simple y con una ligera carcajada.

Me comenta que desde hace muchos días que no me ve por la facultad caminando con los chicos ni paso tiempo en la biblioteca, como solía hacerlo al inicio. Quiere saber si ha pasado algo, alguna discusión o conflicto en el cual ella pueda apoyar. Me quedo pensando unos segundos. No sé casi nada de ellos, sin embargo, no creo que estén resentidos conmigo; es más, en caso lo estuviesen (lo cual me parecería una tontería) no le daría tanta importancia. Ya tengo la cabeza llena de problemas con las tareas, la oficina y las peleas que a veces me gano en la casa por hacer las cosas apurada o no saber cocinar bien, aunque esto último ya lo estoy aprendiendo.

Como el tema de mis amistades me empieza a resultar algo incómodo, cosa que veo que ella nota, cambio de asunto y empiezo a contarle sobre mi nueva vida: mi relación de pareja y nuestra convivencia. Él me cuida y me enseña cómo ir mejorando para crecer juntos. Va a recogerme a la universidad, trabajamos juntos en la oficina y compartimos todo en la casa.

¡Hablando del rey de Roma! Justo mientras hablo de mi amorcito, recibo una notificación al celular. Es él, ya está en la entrada y esperando a que salga. Levanto la mirada para volver a ver a Ana; parece que entendía la emoción que tengo al hablar de mi vida amorosa, pues me corresponde con una cálida sonrisa inclinando ligeramente la cabeza.

-Ya me tengo que ir, lo siento. Te prometo que ya te seguiré contando otro día, cuando haya tiempo- le comento mientras me levanto de la silla y recojo mi mochila.

-No te preocupes. Siempre voy a estar aquí para cuando quieras conversar, puedes contar conmigo. Y, por favor, cuídate- me responde ella con un gesto tranquilo aunque ligeramente serio.

Voy corriendo al encuentro de Jonathan. Me saluda con un beso y me dice que me tiene noticias. Esto me extraña un poco, por lo cual intento preguntarle a qué se refiere. Me lleva en el carro a un parque que queda a unas cuadras de la universidad, estaciona el carro, se desabrocha el cinturón de seguridad y voltea a verme. Trago un poco de saliva por la tensión del momento.

-¡Ya es oficial! Dentro de 3 semanas será el juicio, justo hoy se ha realizado la citación. ¡Al fin recibirá su merecido!- me cuenta de golpe, con una cierta emoción en su tono de voz.

No sé qué decir. Estoy sorprendida y, de cierta forma, también me genera ansias el querer saber qué pasará. Por suerte, Jonathan entiende mi situación y me dice que no trabaje hoy, me llevará a casa para que me relaje y avance con las cosas de la universidad. Él, por su parte, aún hará algunas cosas afuera y quizás llegue tarde. Es lo mejor, porque ahora no tengo cabeza para nada. Parece que todo llegará a su fin muy pronto.

Derecho de piso: Diario de una sumisa [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora