𝐋𝐄𝐌𝐎𝐍𝐀𝐃𝐄 | Recopilación de escritos cortos o extensos.
Sigue en proceso de edición y reedición.
• Algunos de los personajes que voy a utilizar en este libro no son míos, son creación de Kōhei Horikoshi.
• Queda completamente prohibida su...
And you were beautiful and vulnerable, and power and success Goddamn, I fell for you, your flamethrowers, your tunnels and your tech
Había más escritos sobre la mesa, pero me dediqué a enjuagarme los labios con la mano en silencio. Se me retuerce el estómago como si dentro de este hubiese veneno, mi garganta luce como una lija por dentro, pidiéndome un poco de agua. Los nervios siempre me colocan así, más que malestar emocional es algo más físico... Algo de lo cual no soy capaz de manejar. Veo que la caligrafía es borrosa, casi luce como un completo mal chiste, pero el sexto sentido me taladra las espaldas diciéndome a murmullos entrecortados que aquello es todo menos un chiste que se olvidaría en menos de dos semanas.
—¿Shiraoka-chan? —La voz calmada de Mina surge desde la parte exterior del salón. Me veo obligada a girar la cabeza casi de forma brusca.
Ella parece entrever el malestar que me consumía, por lo que solo me regala una sonrisa endulzada.
—¿Ocurrió algo?
—Solamente más cartas extrañas —le digo, inconforme ante la sensación de no tener otra respuesta más satisfactoria.
—¿Más cartas? ¿Tienes un admirador secreto o algo?
—No creo que esto sea de un admirador... —declaro, y parece que el pulso se me descontrola por un segundo.
—¿Qué dicen? —pregunta preocupada. Mina se acerca con cautela, casi ni siento el ruido de sus suelas chocar con el piso.
—Son amenazas... Es como si no quisiera que me acercase a nadie del salón.
—Mhmmm, ¿no será broma de los chicos?
—Son demasiado grandes como para estar haciendo estas bromas —le digo, y de verdad quería pensar que había una mínima posibilidad de que fueran ellos.
—¿Le has dicho a Thyra? —me pregunta. Mina tiene su codo recargado contra la mesa y los labios fruncidos en una línea recta e inexpresiva mientras relee una y otra vez las cartas. Su cara es un completo poema, sé que está enojada, pero también sé que no sabe qué decirme para que no me ponga nerviosa.
—No, ya sabes cómo es... Si le cuento esto se volverá loca —En efecto, era verdad.
—Tienes razón —afirma—. De todas formas, tendrás que hablarle a alguien de esto... Ya sabes, algún directivo de la academia.
