𝐎𝟐 │𝐊𝐀𝐓𝐒𝐔𝐊𝐈 𝐁𝐀𝐊𝐔𝐆𝐎

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              𝓐 pesar de haber tenido siempre una afición por el aire y los parajes, también tenía que decir que el trabajo de guardabosques no era para cualquiera. Fácilmente todo deseo de soportar la jornada podía disolverse al entrar en contacto con la humedad intensa concentrada en los lagos cuyas aguas, ante la oscuridad, asemejaban a corrientes de petróleo. Según cómo se miraba Cinabrio, podía parecer salido de un cuento de terror. Ante la mirada que llevaba, familiarizada con los bosques amplios, aquello podía decir que era muy distinto a lo común.

—¿Tendremos que bajar toda la torre para ir al baño? Carajo, por lo menos en las otras los baños se incluían en la habitación —dijo Katsuki subiendo cuidadosamente los escalones.

A los pies de los soportes, un pequeño baño químico se apoyaba en un barrote de metal. En un primer momento no quise abrirlo por miedo a encontrarme con un desastre, pues cualquiera que trabajara por la zona sabía que los guardabosques no se dedicaban específicamente a limpiar cacharros. El humor que manejaba la mayoría era tan pésimo como para convertir un trabajo en equipo en uno muy individual.

—¿No tiene llave?

—Solo pestillo —dijo.

Una extraña sensación me embargó. Abrimos la puerta de la habitación al terminar de subir todos los escalones. La cabina se llenó del aroma de la madera, dándome una peculiar comodidad. Aún alumbrábamos el sitio con las linternas, pues no dábamos con el interruptor. Pero, a pesar de todo, estar "lejos" de los estrechos senderos donde corríamos el peligro de ser comidos por osos, era mucho mejor.

Di un vistazo rápido al cuarto. Había una sola cama armada en la esquina de la cabina, una gran pizarra blanca sobre un escritorio, colgando de la pared, y la cocina, por lo menos, contaba con ollas y sartenes. Debíamos durar en el trabajo un par de días, a lo sumo dos o tres semanas en el caso de querer recibir más dinero, y que hubiese un solo sitio donde dormir tampoco era un gran problema. Había dormido junto a Katsuki varias veces. Nuestra relación, al igual que el bosque, era extraña.

Él dejó las mochilas a los pies del escritorio donde estaba la computadora, y localicé el interruptor de luz al costado de la única puerta de acceso. Caminé hasta allí arrastrando las botas. La luz no se encendió.

—Olvidamos activar el generador antes de subir —le dije.

Katsuki movió los hombros.

—Quédate aquí, iré yo. Creo que lo vi en medio de los soportes, cerca del baño.

—¿Seguro que quieres ir solo?

—¿Me ves cara de ser un meón como Izuku?

Lancé una pequeña risa, y la puerta se abrió. La mayoría de las cosas en la cabina eran útiles para el trabajo de varios guardabosques. Los encargados de restaurar las construcciones a veces se quedaban de pasada en los cuartos y olvidaban algunas de sus herramientas, pues era común ver destornilladores, martillos y clavos hasta por debajo de las camas. Pero bajo la nuestra sólo había espacio y un poco de polvo que no tuve la intención de limpiar. Aunque era cierto que todo sitio se veía mucho más sucio de lo normal al ser alumbrado por la luz tan blanca de una linterna.

Según nuestros cálculos, la temporada se debía hacer un poco más leve debido al invierno. ¿Quién se quería congelar en el gran riesgo de tropezar y hundirse en los lagos? Esas láminas de hielo encima de sus aguas no eran lo suficientemente fuertes para soportar el peso humano. A lo sumo aguantaban el de algunos animales. Solo esperé que, en el caso de que alguien tuviese que hundirse en esas aguas, fuese un oso.

𝐋𝐄𝐌𝐎𝐍𝐀𝐃𝐄 | 𝐛𝐨𝐤𝐮 𝐧𝐨 𝐡𝐞𝐫𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora