𝐊𝐀𝐓𝐒𝐔𝐊𝐈 𝐁𝐀𝐊𝐔𝐆𝐎

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𝐇𝐄𝐀𝐑𝐓 𝐒𝐇𝐀𝐏𝐄𝐃 𝐁𝐄𝐃 




𝓣hyra decidió, una mañana, vivir eternamente en su corazón. Esa divinidad incomprendida de mirada sugerente, o esa figura resumida en un aspecto encorvado, cuyo cabello asemeja al sol cuando amanece. Pero hablar de él era complicado, pues así lo era él. Es decir, el ruidoso tono de su voz proyecta la calma, y en el centro de esa potente explosión estallaba el aroma a las rosas, quizá de dulces o caramelos, como les decía Momo. Contempló muchas opciones. Aparecían y desaparecían ante el rojizo matiz de sus ojos al mirarla. Y no era malo. Para Thyra, el mundo entero desaparecía de sopetón de tan solo toparse con la existencia más incomprendida dentro del salón.

En el embrujado espejo de las calles llovidas ve su reflejo. Sonríe recordando que él detesta la lluvia, como así detesta despertarse tarde y perderse las horas en la mañana. Hay tantas cosas que decir de él. Tantas cosas que también le quedan por descubrir. Él es esa gota de agua perdida en la metrópolis. Esa llovizna que él mismo dice odiar. Sin embargo, bajo esa contradicción nace, quizá, el motivo de sus sonrisas. Bakugo se escapa constantemente, pero siempre vuelve a ella.

—¿Qué pasó? —pregunta con calma.

—¿Tiene que pasar algo para que estemos un rato juntos, idiota? —refunfuña, a lo que Thyra se traga la carcajada y niega lentamente. Siente que el corazón se le encoje cuando están solos, pero ese encogimiento contradice la magnitud de sus sentimientos, que convierten a la ciudad en un sitio minúsculo.

Carga un porte relajado. Eso le fascina. Cualquiera de sus compañeros diría que no es propio de él caminar con una calma tan exorbitante, pero ella sabe que detrás de esa actitud defensiva el muchacho encerrado en esos huesos pide un descanso. Con ella puede ser él mismo. Bakugo tiene la suficiente confianza en ella para mostrarle sin temores su faceta más enigmática.

—¿Irás con Kirishima a la cafetería? Habló de ti un buen rato. Aceptaste verlos y están felices.

—Queda tiempo... Nos juntaremos más por la noche —le dice—. El muy idiota es pésimo para las matemáticas. Mierda, es lo más fácil del mundo... Solo tienes que seguir las malditas fórmulas al pie de la letra. Dijo que me compensaría jugando. Creo que se sumarán los otros.

Thyra se encoge de hombros.

—A mí me cuestan... A veces las fórmulas son confusas.

—¿Me pedirás que te explique como a ellos? —supone, burlón—. Tendré una junta de inútiles en la cafetería. Kaminari irá porque tampoco entiende nada. Bueno, pero era de esperarse de él.

—Oh —ríe Thyra—, me juntaré con Yuki a estudiar porque se lo prometí. Creo que Uraraka y Tsuyu vendrán, pero solo para comer helado y ver películas. Estudian mejor por su cuenta.

Bakugo la mira con una expresión indescifrable. Thyra quiere gritar. Todo en él es extraño y complejo, y eso es emocionante. Se ha dado cuenta, durante todos esos meses, que curiosamente él es esa utopía inalcanzable que se presenta en su realidad. Tiene esa clase de tacto reservado exclusivamente para ella, cuya suavidad la distingue del resto de sus compañeros. Bakugo y su suavísima expresión de amor, describe en ella la palabra especial que jamás saldrá de sus labios.

—Conmigo entenderías más rápido.

—Quedé con ellas... —murmura.

—Entonces ven otro día, idiota —prosigue. La primera reacción de ella es reír, tapándose la boca con las manos. Comparten el silencio mirándose durante pequeños minutos, ahora apoyados en una pared anexa a los arbustos.

El calor acentuado en la ciudad los mantiene a gusto. Dejó de llover. Entretanto, corre cierta brisa fresca. Thyra estornuda y, con ello, su cabello se dispara por todas partes. Bakugo, sonriendo con gracia, aparta un mechón de su rostro y lo coloca detrás de una de sus orejas con una suavidad inédita.

—Gracias... —susurra. Hay una agresividad sutil en ese silencio. Thyra piensa detenidamente en la belleza que posee. Algo semejante al mármol, por la dureza y luminosidad, que guarda el sorprendente roce de la seda.

Durante esos momentos no pueden quitarse los ojos de encima. Dentro de su cabeza, él piensa que está harto de jugar a las escondidas. Seguidamente, la dulzura con la que le habla logra estremecerla de pies a cabeza:

—Déjame besarte, Thyra —balbucea Bakugo, con una torpeza inusual. Se da cuenta que sus sentimientos hacia ella, durante todos esos meses, no hacían más que crecer. Eso lo aterraba. No había nada que hiciera temer al futuro héroe número uno; claro, hasta que sus pensamientos se veían frustrados por no poder quitársela de la cabeza. Pero, ¿eran sus pensamientos testarudos o él mismo negado a dejarla escapar de su memoria?

Traga saliva con dificultad. Lleva la garganta seca y su sangre desaparece, pero se acumula en sus pómulos. Se desata una lucha interna entre su mente y eso innombrable que esconde en su pecho. Para Bakugo el corazón solo palpitaba sangre y ahí, frente a ella, descubrió que en sus venas estaba escrito el nombre de una mujer. Le aspira visiones frescas, muy nuevas, que remarcan su semblante inexperto.

Mientras espera su respuesta sus venas se vacían, y la sangre, ahora sí, desaparece por causas inexplicables. «Maldita sea», piensa. Jamás pensó que el villano más tenebroso cobraría la forma de sus inseguridades, y también poseería la suavidad de una piel que tiraba a lo rosa bajo el atardecer, cuyo tamaño era menor que el suyo y, a diferencia de él, se mostraba segura, aunque por dentro temblaba igual que él.

Thyra se ríe de los nervios. Su risa de flor carnívora. Bakugo sonríe inconscientemente tras escucharla. La suavidad no es su fuerte, pero intenta tocarla con lentitud, agarrándola de la nuca y acercándola a sus labios repletos de la sed de un beso que pidió dejando atrás las cadenas. El viento serpentea entre ellos. «Al carajo con todo», piensa.

Cuando la besa se siente arrastrado hasta el piélago más insondable. Mueve sus labios cerrando los ojos, imaginándose que dejó de ser un náufrago, y ahora nada a las orillas seguras empujado por los oleajes. Pronto lo sabe. Se disuelve su amargura cada vez que la tiene entre sus brazos. Thyra se desmorona en sus extremidades, y él la rodea con fuerza, negado a dejarla partir. Se siguieron besando, sus labios irrumpían el silencio, y las palabras se intercambiaban sin sonar más fuerte que el viento. Se trazó un pacto en el aire. Descubrieron que, juntos, formaban una piza entera creada para nunca volverse a separar. 



𝐍𝐎𝐓𝐀 𝐃𝐄 𝐀𝐔𝐓𝐎𝐑𝐀

Un pedacito de dulzura arrancado del libro nuevo de Bakugo, para seguir tapando heridas aunque sea por unos cuantos minutos.

𝐋𝐄𝐌𝐎𝐍𝐀𝐃𝐄 | 𝐛𝐨𝐤𝐮 𝐧𝐨 𝐡𝐞𝐫𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora