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Jens

Entré al laboratorio de biología sin muchas ganas. Llevaba evitando a Harper dos días, pero allí tendría que verla sí o sí. Y entre la manía que Peter tenía de llegar tarde y que en el laboratorio siempre había más libertad, la temí de verdad.

La animadora estaba sentada al fondo y me dirigió una mirada que destiló odio en cuanto me vio. Yo fui directo a donde Bianca escribía un mensaje en su móvil. Me miró con una ceja alzada cuando me acerqué a ella.

Tampoco habíamos hablado mucho en los últimos dos días. Yo había salido a tomar algo con Ellen la tarde anterior (aunque obviamente no pasó nada más allá de que la invité a un refresco y me excusé con que tenía que volver pronto a casa), como Bianca me pidió. Y traté de dejarla en paz, no quería agobiarla más. Me limitaría a cumplir con lo que esperaba, o quería de mí, y punto.

―¿Qué me dijiste tú en mi primer día? ―preguntó pensativa, dándose unos golpecitos en la barbilla.

―Que te comieras una manzana. ―Me hice el loco, haciéndola reír―. Y, lo que no te dije, fue que a veces me comporto como un capullo. Pero tú no eres tan mala como yo.

Apartó la mochila de la silla libre, con una sonrisa, y se movió para que pudiera sentarme a su lado. Yo lo hice encantado, suponiendo que era una pequeña victoria. Un paso más en nuestra amistad. Yo solo quería estar cerca de ella, como amigo, aunque fuese, si no podía ser algo mejor.

―No eres tan capullo ―musitó finalmente.

Por suerte el profesor entró en ese momento. Aquel día se había quitado las gafas de sol y pude ver perfectamente su mirada clavada en nosotros. Frunció un poco el ceño, con disgusto, pero no comentó nada. Me pregunté cuánto le había contado Bianca de nosotros para que pusiera esa cara. Me pareció que yo no le caía muy bien.

Explicó el ejercicio que íbamos a hacer. Básicamente era pincharnos en el dedo para sacarnos una gota de sangre y ponerlas en un papel para tintarla con diferentes colores y descubrir así nuestro grupo sanguíneo. Al parecer, cada tinte reaccionaba con diferentes grupos sanguíneos.

―Lo haréis por parejas, así descubriréis el grupo sanguíneo de vuestro compañero ―explicó, dándole los papeles a Bianca para que los repartiese por la clase.

―¿Es como una prueba genética? ―preguntó ella, cuando empezó a repartir los papeles―. Quiero decir, igual que el tema de los genes recesivos y dominantes. Si tienes una sangre y tus padres otra diferente, significa algo.

Sentí su desesperación en la pregunta, aunque esperaba que nadie más hubiera notado nada. Parecía deseosa de verdad, aferrada a cualquier cosa que le dijera que no estaba mal. Que no había nada mal con nosotros. Me hubiera gustado poder abrazarla en ese momento, pero no me moví mientras Peter daba unos «lápices» acabados en una agujita para hacer las pruebas y repartía guantes para todos.

―Que nadie se pinche a lo loco y no uséis la misma aguja dos personas, si no queréis que la siguiente clase se titule: «enfermedades de transmisión sanguínea y por qué he sido tan idiota de coger una» ―explicó Peter, antes de responder a Bianca―. Así es, Winter, pero es complejo, hay tres alelos que dan lugar a cuatro grupos sanguíneos. Y, al igual que con el color de pelo o de ojos, es mucho más complejo que simplemente ver negativos y positivos.

Yo dejé de prestar atención cuando Bianca volvió a mi lado. Peter explicó los diferentes tipos de grupos sanguíneos y todo lo demás, pero yo no quité la vista de mi hermana, que jugaba con el papel en su mano sin perder detalle de la explicación. Parecía tan desesperada por aquello... No necesité que me lo explicase para saber lo que pasaba: quería no tener parentesco conmigo a cualquier coste.

Cuando muerdas la manzana - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora