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Bianca

Estaba escribiendo a toda velocidad en mi móvil en el grupo de WhatsApp que compartía con Doro, Barb y Tim, explicándoles con todo lujo de detalles lo que había pasado con mi padre, cuando oí voces en la habitación de al lado. El tap-tap de mis dedos sin uñas (no podía evitar comérmelas) sobre el protector de cristal de la pantalla era hipnótico y me relajaba, pero la voz de Jens se coló en mi necesaria purga emocional.

Me parecía que el tercer piso, de la enorme casa de diez dormitorios, originalmente había sido una sola sala enorme, que ahora habían dividido en cuatro (dos dormitorios, un baño, más grande que el de casa de mi madre y eso que solo teníamos uno, y una sala de juegos), ambas habitaciones estaban en un lado, con el baño en medio, y la sala de juegos enfrente. Solo el baño y el pasillo estaban centrados en el espacio superior, el resto era boardilla, pero de techo tan alto que ni en el lado más bajo podía darme con la cabeza. El caso es que debían haber hecho una obra posterior a la casa para sacar más dormitorios y que todos los septillizos tuvieran su propia habitación en la segunda planta.

En consecuencia, los tabiques no eran tan gruesos como deberían, ni estaban demasiado bien aislados. Así que no me costaba oír la voz de mi hermano a través de esta, ni sus pasos o su risa... Tenía una gran vida social, al parecer, porque pasaba mucho rato tecleando al ordenador y riéndose. Aquella vez me llamó la atención porque su tono era diferente.

Me levanté de la cama, bajándome la capucha de ewok del pijama y pegué la oreja a la pared para escuchar. Movida, sin duda, por una curiosidad morbosa. Traté de convencerme de que me daba igual lo que le pasase, pero apoyé las manos en la madera y la oreja entre ellas, tratando de crear un hueco que amplificase la voz.

―Lo siento mucho, Harper. ―Su voz me llegó nítida, como si le tuviera al lado―. Ha surgido una emergencia, no pretendía dejarte tirada.

Me controlé para no reírme. Supuse que había dejado plantada a alguien por ir a buscarme con nuestro padre. Pues bien, no era mi culpa y no pensaba sentirme mal. Podía haber pasado de mí, como el resto del día, nadie le había pedido ayuda.

―Claro que no estoy distraído ―siguió él―. Es que uno de los septillizos se encontraba mal... ―mintió el muy descarado―. Te prometo que te lo compenso mañana.

Puaj ―murmuré, apartándome de la pared.

Menudo mentiroso y encima, asqueroso. No tenía ningún interés en saber lo que hacía con Harper, fuera quién fuese, así que me dejé caer en la cama de nuevo y seguí con mis mensajes. Tim fue el primero en responderme, aunque no había acabado de contarlo.

Tim: Deberías tener más paciencia.

Bianca: Se piensa que puede prohibirme estar contigo...

Tim: No puede. Así que no merece la pena que dejes que te haga sentir mal, cariño.

Doro: Empalagosos... ¿No tenéis un chat privado? Por otro lado, también creo que deberías tener paciencia, no discutas con ellos, Bianca. Será peor para ti.

―Otra... ―dije al silencio de la habitación.

Un golpeteó en mi puerta me hizo esconder el móvil debajo de la almohada, como si hubiera estado haciendo algo malo. Un segundo después entro mi padre. Yo me subí las mantas hasta la nariz y le miré mal. Estaba enfadada aún.

―¿Puedo? ―preguntó, entrando a la habitación.

Yo asentí, ya estaba dentro. ¿Qué más daba?

―Es tu casa, a fin de cuentas ―murmuré, sin ánimo.

Cogió la silla de mi escritorio y la giró para sentarse de frente a mí, aunque me pareció que trataba de conservar las distancias.

Cuando muerdas la manzana - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora