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Bianca

El viernes fue un poco mejor que el resto de la semana, pero solo por la perspectiva de ver a mis amigos y poder pasar la noche con Doro y Barb. Sin embargo, cuando la sirena que daba fin a la clase de biología e inicio a la comida sonó, me quedé clavada en el sitio.

El comedor era, sin lugar a dudas, el peor sitio del mundo para alguien como yo. Eché un vistazo sobre mi hombro a Jens. Su novia Harper iba colgada de su cuello como un mono, mordisqueándole la barbilla. Arrugué la nariz asqueada. Pasaba de que volviesen a tirarme la comida, como los últimos tres días.

Miré al profesor que recogía sus cosas con las gafas de sol puestas. No se parecía a ningún otro profesor que hubiese tenido antes. Llevaba la camisa arrugada, la corbata medio deshecha y no se había quitado las gafas de sol en todo el tiempo. Además, cuando entró a la clase, todas las chicas habían suspirado al unísono. Era guapo, pero estaba segura de que tenía más que ver con su aire... «rebelde». En el fondo, todas esas pijas estiradas querían a un malote poco realista en su mundo.

Me acerqué hasta la mesa del profesor, mientras los alumnos salían y tiré de lo que habíamos dado ese día para intentar buscar una excusa. Por suerte me gustaba la ciencia, y biología no se me daba mal. En mi colegio no íbamos tan atrasados como mi padre se creía.

―¡A la rarita le gusta el señor eme! ―gritó Harper antes de que pudiera decir nada.

Yo puse los ojos en blanco. ¿Ya tenía un mote? ¿La primera semana? ¿Qué había hecho tan rarito? ¿Tratar de sentarme con su estúpido novio? Pues vaya estupidez de crimen. Prefería ser una rarita que una zorra como ella, así que me limité a enseñarle el dedo corazón. Jens la arrastró fuera de la clase cuando ella se giró hacia mí para seguir insultándome.

―No es eso ―aseguré al profesor, cuando se giró hacia mí con curiosidad (o algo parecido, con las gafas de sol era difícil saberlo)―. Tengo una duda sobre células eucariotas... ¿tienen todas mitocondrias?

El profesor me miró como si fuera tonta. Se levantó las gafas de sol, incluso. Cogí aire al enfrentarme a sus ojos azules. Eran de un tono similar al mío y me llamó la atención.

―Segura de que no te gusto, ¿no? ―cuestionó.

Miré alrededor para comprobar que ya no quedaba nadie allí.

―Del todo ―respondí con sinceridad.

Suficientes problemas tenía ya como para enamorarme de un profesor.

―Entonces, ¿por qué no quieres ir a comer? Está claro que, si sabes lo que es una célula eucariota, no tienes esa duda...

Suspiré y me senté sobre una de las mesas, a una distancia prudente de él, para que no se hiciera ideas raras.

―Harper es el problema, ella y su séquito. No quiero pasarme tres horas encerrada en el baño otra vez. Así que paso de ir al comedor.

Me miró fijamente a los ojos un tiempo que me pareció eterno. Tanto, que empecé a ponerme nerviosa. Al final cogió un taco de folios que había en la mesa y me lo pasó, junto con un boli.

―Ven conmigo ―me ordenó, dejándose caer las gafas de sol a su sitio de nuevo.

Yo le seguí. Me daba igual todo. Solo quería no tener que ir al comedor. No quería ver a mi estúpido hermano riéndose con su estúpida novia de mí... Dolía mucho.

El señor eme me llevó a un comedor más pequeño, que estaba lleno de profesores. Me señaló una mesa del rincón que estaba sola y yo corrí a sentarme, mientras él llenaba un par de bandejas de comida.

Cuando muerdas la manzana - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora