Prólogo

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Jens

No podía dormir porque mi padre había tenido la genial idea de darle la habitación de al lado a mi nueva hermanita. Y llevaba horas llorando. Lo entendía, en realidad. Había perdido a su madre y acabado en una casa desconocida, con un montón de gente, para colmo. Los septillizos podían ser mis hermanos, pero hasta a mí me abrumaban en ocasiones.

Sin embargo, yo tampoco elegí aquello. Sugerí a mi padre que le diese otra habitación, más lejos de la mía, a poder ser, pero claro, se limitó a mirarme mal y seguir a lo suyo. No es que en la casa hubiera problemas de espacio, pero mi habitación era la mejor, o lo había sido hasta la invasión reciente. Estaba en la última planta abuhardillada, la tercera, y prácticamente no había nada más allí, salvo una sala de juegos con un billar, unos dardos, y cosas así que solo usaba yo, mi dormitorio, un baño y lo que antes había sido un trastero y ahora era la habitación de Bianca.

Por su culpa tenía una terraza compartida con ella, a la que ya no podría salir tranquilo, que daba al patio trasero y la piscina, y un baño a medias. Por suerte no parecía de las que acumulaban muchos potingues, porque no quería que invadiera mi espacio más de lo que lo estaba haciendo.

Cogí una manzana de un cuenco que había sobre la enorme isla de la cocina y me senté en una encimera. No tenía hambre, pero si tampoco podía dormir, no tenía nada mejor que hacer...

Oí los pasos por el pasillo enmoquetado antes de ver a Bianca asomarse a la cocina. No lo hizo con timidez, como haría alguien en una casa ajena. Parecía bastante segura de dónde iba, pese al pijama de felpa con un gorro con orejas que llevaba y que le hubiera quitado la dignidad a cualquier otra persona.

Me miró sobresaltada y atiné a ver sus ojos azules en la oscuridad de la cocina, antes de que encendiese la luz. No me habló. De hecho, rehuyó mi mirada, como llevaba haciendo desde que nos habíamos «conocido» el día anterior en el funeral de su madre. Ni me había dirigido la palabra ni mirado más de unos segundos y yo sentía cierta... curiosidad. Era mi medio hermana, a fin de cuentas, ¿no? No estaba mal que nos conociésemos un poco.

―¿Has encontrado la cocina con facilidad? ―traté de bromear―. He sugerido a mis padres mil veces que pongan mapas por los pasillos, como en los hoteles.

Me miró un segundo, entrecerrando los ojos, como si pensase que yo era idiota. Me di cuenta de que los tenía muy rojos. No era raro, llevaba horas llorando, a juzgar por los sollozos que se colaban en mi habitación desde la suya.

Sabía que no iba a reírse de mi chiste, pero la verdad es que esperaba una respuesta un poco más elaborada que ignorarme de nuevo. Sacó una botella de leche de la nevera.

―Yo no bebería de ahí ―le dije, cuando se acercó a mí en busca de un vaso.

Le alcancé uno del armarito que tenía a mi lado. Ella lo cogió mirándome mal de nuevo, como si se lo hubiese envenenado o algo. Se fijó en la botella entonces.

―¿Qué le pasa? ―me preguntó finalmente.

―Es la botella de Dustin. Es intolerante a la lactosa... y a muchas más cosas. Esa cosa no es leche... sabe a agua con algo.

Volvió a la nevera y dejó la botella con cierta violencia, antes de cerrar la puerta de la misma manera. Luego regresó a mi lado y abrió el grifo con tanta fuerza que me salpicó un poco. Salté de donde estaba sentado para que no mojase más el pijama. Hacía algo de frío y el mío era mucho más fino que el de ella. De hecho, solo era un chándal viejo y una camiseta de tirantes que me quedaba demasiado estrecha como para poder usarla a diario.

―Hay leche de verdad, si quieres... ―insistí.

―No, no quiero.

Se bebió el vaso de agua entero, sin respirar.

―No te va a matar ser más simpática... ―resoplé.

Me di cuenta un segundo tarde, cuando me miró con los ojos llorosos, de lo desafortunado que había sido mi comentario.

―Quiero decir... ―empecé, para disculparme.

―Olvídalo. No tengo interés en serlo ―aseguró, dejando el vaso en el fregadero y dándose la vuelta―. No he tenido padre ni hermanos en dieciséis años. ¿Por qué os iba a necesitar ahora?

―Porque no te queda más remedio ―le recordé. Sujeté su mano cuando iba a irse y le coloqué la manzana sobre la palma. Me miró con el ceño fruncido―. Come algo, te vendrá bien.

Luego salí de allí, de vuelta a mi habitación. Oí un golpe a mi espalda y supe que me había tirado la manzana, aunque no había acertado, claro. Sonreí levemente, mientras subía los escalones hacia mi habitación de dos en dos. Quizá tener una medio hermana no era tan aburrido, espués de todo...

¡Aquí estamos de nuevo! Ya lo he dicho mil veces, pero lo repito: si no habéis leído los libros anteriores de la saga no pasa nada, porque lo vais a entender igual

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¡Aquí estamos de nuevo! Ya lo he dicho mil veces, pero lo repito: si no habéis leído los libros anteriores de la saga no pasa nada, porque lo vais a entender igual. Sin embargo, deberíais leerlos, porque son muy guais.

¡No olvideis contarme vuestra opinión en los comentarios, dejar vuestros votos y todas esas cositas preciosas! ¡A ver si conseguimos más récords que en el libro de Cuando te coma el lobo! 

¡Gracias! <3

¡¡Nuevos capítulos sábados!!

¡¡Nuevos capítulos sábados!!

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Cuando muerdas la manzana - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora