Jens
Las siguientes semanas fueron una pesadilla. Bianca dejó de hablarme del todo. Ni se molestaba en fingir que lo hacía delante de mis padres o de la gente del instituto. Y yo no podía quitar la vista de ella.
Tenía miedo por lo que pudiera pasarle, porque cada día parecía peor. Tenía ojeras, los labios llenos de heriditas de mordérselos y, pese a que su piel tenía el tono de papel siempre, me pareció que incluso había perdido el color. Solo revivía brevemente cuando entrenaba con Ellen y las demás. Me colé varias veces en el gimnasio mientras lo hacían procurando que no me viesen, solo para verla.
El resto del tiempo se lo pasaba encerrada en su habitación o cocinando. Mi madre descubrió un filón en ella y me pareció que incluso despedía a alguna de las cocineras que iba habitualmente a casa. Además, ponía a Bianca a hacer de niñera a menudo y ella lo hacía sin quejarse.
Un par de veces apareció su novio por casa (aunque iba a diario para llevarla al instituto), con sus amigas, pero me pareció que ella los despachaba rápido. Y Bianca apenas salía, salvo para trabajar para el profesor de biología cuidando de sus hijos. También volvía más animada de esos momentos, pero en cuanto llegaba a casa o cuando me veía, era difícil saberlo, cambiaba completamente y volvía a ser esa sombra depresiva.
Yo dejé de salir también, porque no estaba de humor. Bianca había malinterpretado mis sentimientos y la situación y yo no me atrevía a corregirla. ¿Qué se suponía que debía hacer? Solo quería abrazarla y prometerle que todo iría bien, pero ella llevaba razón, quizá lo mejor era que nos alejásemos para olvidar esos sentimientos mutuos que podían ser tan destructivos.
Solo me atreví a hablarle para ofrecerle ir al baile de invierno con nosotros, pero se limitó a cerrarme la puerta en la cara. Yo fui con Harper y mis amigos, pero no conseguí divertirme. Ni siquiera me sentí bien cuando nos nombraron reyes del baile, pese a que llevaba tres años intentando obtener esa corona. ¿Qué más daba?
Aquella noche al volver a casa, me encontré a Bianca en la cocina, comiéndose una manzana sentada en la encimera. Me recordó a la primera noche que se había quedado allí.
―¿Ya eres el rey? ―me preguntó, con tono amargo.
Yo solo pude encogerme de hombros, porque aquella corona no valía nada. Ya no me importaba lo más mínimo.
Ella me dejó una manzana sobre la mano, como había hecho yo aquella primera noche y salió de allí, dejando que la desesperación me ahogase un poco. ¿Cómo podía hacer que me perdonase?
Después de eso, no interaccionamos más, al menos hasta Nochebuena. Las navidades pintaban tristes sin ella, pero por la mañana, mientras ayudaba a mi madre a ultimar la fiesta para los socios de mi padre que darían aquella noche, me di cuenta de que sería mucho más triste para Bianca y no me atreví a retrasarlo más. Necesitaba que me perdonase.
Ni siquiera podía concebir aún como había metido tanto la pata. ¡Yo solo quería tranquilizarla, que supiera que yo también sentía algo estúpido y sin sentido! Quería decirle que podríamos superarlo juntos, de alguna manera, pero en lugar de eso, metí la pata hasta el fondo confesando que la había espiado...
Así que, ignoré a mi madre que me estaba pidiendo un ramillete de muérdago y salí de casa a la carrera, con un plan formándose en mi mente a toda prisa para conseguir el perdón de Bianca. Haría que las cosas dejasen de ser raras como fuese.
-o-o-o-
Bianca
Me metí en la cama antes de la hora de la cena. Abrazada al peluche de Desdentado que me había regalado mi madre para mi dieciséis cumpleaños. Oía la música que venía desde abajo de forma amortiguada y, de vez en cuando, me llegaba el ruido de una risa escandalosa o copas al entrechocar.
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Cuando muerdas la manzana - *COMPLETA* ☑️
Novela JuvenilLa vida de Bianca Winter da un brusco cambio de sentido cuando pierde a su madre en un accidente de tráfico y acaba viviendo con su padre, al que apenas conoce, su madrastra y ocho hermanos, con los que nunca ha tratado, en la casa Müller. Jens Mül...