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Bianca

El resto del fin de semana decidí hacerle caso a Jens y vivir el día a día. Ya nos preocuparíamos por esas nimiedades como ser hermanos más adelante.

El sábado por la mañana me desperté en mi cama, aunque Jens se tomó la molestia hasta de cambiarme las sábanas. Y no pude evitar sonreír, abrazada al peluche de Chewbacca que había dejado a mi lado. Me quedé allí tumbada mucho rato, haciendo recuento de las cosas malas y de las buenas, tratando de verlo con una perspectiva más positiva.

Era verdad que lo de salir con mi hermano era una mierda enfermiza y que, dicho de tal forma, parecía aún peor. Sin embargo, Jens me gustaba, me gustaba muchísimo. Y era correspondida. Además, éramos jóvenes, teníamos que disfrutar la vida, ¿no? No era una situación ideal, pero también podría ser peor.

Tras un buen rato me decidí por salir de la cama, quería dejar de darle vueltas y verle, para comprobar si era tan perfecto como recordaba. Rebusqué entre mi ropa, con gesto pensativo. Me había gustado su reacción ante mi pijama la noche anterior y decidí que provocarle era muy divertido, así que pasé de mi ropa habitual y revisé entre la montaña de ropa que mi madre se empeñaba en regalarme y que nunca me parecía apropiado usar.

Acabé eligiendo un vestido blanco muy ligero. Parecía una camisa, solo que me cubría hasta debajo del culo y se ajustaba a mi cintura con un cinturón negro. Dejé que me resbalase por un hombro y me miré un buen rato, jugando con las mangas largas, antes de decidirme a salir. Acabé por completar el atuendo con unas botas de estilo militar de color negras. Me di ánimos a mí misma, mientras me recogía el pelo en un moño un poco torpe en la nuca.

Jens estaba en el salón, tumbado en el sofá, con los pies sobre el respaldo, un chándal ajustado y un libro entre las manos. Miré alrededor, pero no había ni rastro de niños ni de padres, debían de haber salido. Me acerqué a él procurando no hacer ruido y le quité el libro.

―¿Estás leyendo esto? ―pregunté divertida, echándole un ojo.

Yo también había leído ese libro, con diez años. Era muy infantil, de un grupo de amigos descubriendo una casa encantada.

―Me aburría, es de... ―Se quedó callado de golpe, así que le miré para ver qué pasaba. Sus ojos me estaban recorriendo muy despacio y no pude evitar sonrojarme―. Estás...

―¿Y todo el mundo? ―cuestioné, devolviéndole el libro, porque parecía incapaz de hilar una frase con sentido. Quizá no le venía mal leer un poco más.

―En una fiesta de cumpleaños de un amigo de los niños. Bianca estás...

―¿Quieres un diccionario de sinónimos para tu cumpleaños? ―me metí con él, que se rio un poco y tiró de mi muñeca para hacerme caer contra su pecho, sobre el sofá.

―Estás rara ―acabó la frase―. Pero me alegra ver que sigues siendo la misma borde de siempre.

―Pensé que estaba guapa ―me quejé con un puchero, apartándome de sus labios cuando trató de besarme.

―Estás preciosa. Pero rara. Una cosa no quita la otra ―se rio un poco―. ¿Todo te parece mejor o peor esta mañana? ―cuestionó.

―Horrible ―reconocí―. Tan mal como haberme puesto guapa para ti y que solo me digas que estoy rara.

Traté de levantarme de encima suya, pero coló la mano sin ninguna vergüenza por debajo de mi camisa y me apretó el culo como si fuera masa para pan. Me reí un poco y acerqué mis labios a los suyos para tentarle, pero no le dejé besarme.

―Así que... ¿te has puesto guapa para mí? ―murmuró, moviéndose para abrazarme mejor―. ¿No será que empiezo a gustarte?

―¿Sabes lo que me gusta? ―Rocé una sola vez mis labios con los suyos, pero me aparté antes de que pudiera controlar el beso. Se quejó con un gruñido que me hizo reír.

Cuando muerdas la manzana - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora