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Nos separamos para coger aire, y sonreímos a la vez.

-Lo siento. Llevo rato aguantándome. -Dice apretando sus manos sobre mis costillas.

-Pues no deberías. -Digo rodeando sus hombros con mis brazos.

-Lo sé... -Nos quedamos en silencio mirándonos. -Ven, te daré algo para que te cambies.

Liam me agarra de la mano, subo las escaleras detrás de él hasta llegar a un pequeño vestíbulo. Hay tres puertas. Tres habitaciones. Sólo hay una abierta por la que puedo ver un pequeño gimnasio. ¿Qué les pasa a los chicos con los gimnasios en casa? La verdad es que me parece una idea genial, si nosotras tuviéramos una habitación de sobra, me encantaría poder montarme uno, pero por desgracia, solo tenemos tres habitaciones así que...

Abre la puerta de lo que es su habitación, y veo que dentro tiene un pequeño cuarto.

Me sorprende ver lo recogido y ordenado que lo tiene todo. Encima de una cómoda pequeña, tiene un montón de camisetas dobladas perfectamente, y una pila de libros de los cuales reconozco algunos.

No puedo evitarlo, y me dirijo hacia ellos.

-¿Has leído El día que se perdió la cordura? -Digo cogiendo el libro.

-Sí. Me lo prestaron para leérmelo, y me gustó tanto que tuve que comprármelo para no devolverlo. -Dice rebuscando en la cómoda.

-Javier Castillo es de mis escritores favoritos. -Confieso.

-No me extraña. Me lo devoré en dos días. Toma. Puedes darte una ducha si quieres para quitarte el frío del cuerpo. -Abre la puerta del lavabo y me ofrece dos toallas, una para el pelo y otra para el cuerpo.

-Gracias. No tardo. -Digo dándole un beso en la mejilla.

-Te espero aquí fuera.

Abro la puerta y veo por el rabillo del ojo como se sienta en el borde de la cama.

Mientras me voy duchando, Liam me va dando conversación y vamos charlando. Me explica cuanto tiempo hace que vive solo, y que antes vivía con un amigo, pero que empezó con una chica y se fueron a vivir juntos. Cuando se fue, su habitación la hizo gimnasio y en la otra tiene una pequeña habitación que hizo para si alguien venía a dormir. Colocó una cama, y el resto de la habitación la usa como vestidor.

Cierro el grifo, me enrollo la toalla en el pelo, me pongo la ropa interior, y me paso por la cabeza la sudadera que me ha dejado Liam. Se me queda atascada en el pelo, por la toalla, y siempre pienso en lo idiota que soy por no hacerlo mas tarde. Se ve que todas hacemos lo mismo, o al menos el 95% de las chicas de la población.

Abro las puertas del mueble del lavabo para buscar el secador, pero no lo encuentro.

-¿Tienes secador? -Digo entreabriendo la puerta sin salir.

-Sí, perdona. Ahora te lo traigo. -Mientras va a buscarlo, decido sacarme la toalla de la cabeza y dejar que el pelo me caiga por los hombros mojado. Me lo peino un poco.

Abro la puerta para recibir el secador y cuando veo a Liam sin camiseta, solo con los tejanos casi me da un infarto. Por mucho que lo estoy intentando, no puedo apartar la vista de su torso.

No tiene los músculos excesivamente marcados, pero se nota que hace ejercicio porque está fuerte. Mi mirada recorre su cuerpo, y me detengo en algo que me llama la atención. Cuando se acerca a mí, no puedo evitar pasar los dedos sobre una cicatriz que tiene en las costillas.

-Fue hace mucho tiempo. -Por su tono, sé que intenta tranquilizar mis pensamientos. -Una pelea callejera sin importancia.

-¿Te dolió?

Después de ti.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora