Capítulo 2

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Conway necesitaba una explicación o un poco de información sobre ese tal Gustabo. Había pasado toda la tarde entre oraciones, pero la imagen de él siendo un objeto capaz de blasfemar seguía en su cerebro como un disco que no dejaba de girar.

Se levantó y el dolor en sus rodillas lo hizo flaquear y sentarse un rato en el banco más cercano, fueron horas las que estuvo en esa posición de penitencia que le hicieron ya no sentir su propio cuerpo. Mordió su labio inferior y después de unos minutos contemplando la iglesia, se levantó, pero la imagen del padre Grúas entrando por la puerta principal le hizo detenerse y hacer una reverencia ante él.

—Lo estaba buscando, no fue a cenar con los demás feligreses —sentenció manteniendo un rostro serio y frívolo. Conway asintió e hizo otra reverencia con intención de disculpa. —Hice que le dejen un poco de comida, un servidor del señor la llevará a su habitación cuando la terminen.

Armando se volvió y caminó hacia la entrada sin decir nada más; era un hombre de pocas palabras que vivía ya en sus sesenta años. Conway lo describiría como alguien que tuvo que vivir y aprender bajo lo empírico. Jack no sabía qué era lo que ese viejo de ojos cansados y boca fruncida le causaba, sus palabras eran igual de frías y su semblante era capaz de hacer encoger a toda persona que recibía su reproche.

Gustabo solía ser alguien vulnerable a su lado, era al único sacerdote que sus compañeros respetaban. También, había otros más que suplían las comuniones mañaneras, y al igual que con Jack, Gustabo mostraba una actitud arisca.

Pero con el sacerdote Grúas era diferente, su cuerpo se hacía más pequeño, y su voz demandante que le ordenaba ir hasta la habitación de Conway a llevarle comida, lo intimidó hasta el punto de salir a zancadas hacia ese lugar. Miró de reojo al viejo que lo seguía mirando sin perderlo de vista, y caminó por la oscuridad de una iglesia que parecía más una villa por la amplitud que tenía.

Gustabo pasó frente a los dormitorios de sus compañeros, las puertas seguían abiertas y tanto niños como adolescentes de ese área lo miraban con asco. Era un adulto que fácilmente podría ser humillado por menores, y cuando pasó por su propio cuarto, su compañero de habitación salió para evitar que los demás de alrededor hagan algo contra su mejor amigo.

—Vaya, hombre... —el pelirrojo de ojos rasgados y de acento característico incapaz de pronunciar la erre, pasó su brazo por el de Gustabo a la par que admiraba las puertas de los demás dormitorios. El rubio chasqueó la lengua y cuidó que la comida que llevaba en manos no caiga por la brusquedad de su amigo. —Ahora el sirviente de esos idiotas...

—Sólo le estoy llevando comida —Gustabo miró a su derecha y un chico de cabellos extravagantes salió de su habitación caminando directo a él con una sonrisa llena de maldad. Su mejor amigo cambió de lugar y encarando al chico más alto, lo detuvo para que Gustabo logre salir de ese lugar. —Vamos, Horacio, ¿no ves que estoy ocupado siendo la putita que tanto dices que soy? Déjame cumplir mi trabajo en paz.

—¡Gustabo, cállate! —Yun gritó hacia su compañero.

—Yun, enano de mierda, muévete... —El más alto de todos empujó al pelirrojo que rápidamente regresó a su posición. Su sonrisa gatuna hizo que Horacio retrocediera. Tenía el objetivo de molestar al rubio como todas las noches, pero si se metía con la pulga que estaba contra a él, estaría en grandes problemas si el sacerdote Armando lo descubría. —Bueno, pero no tardes, Gustabito. Aún tienes cosas que hacer para mí.

El recién nombrado ignoró las palabras y siguió caminando dejando a su compañero detrás. Sabía que ese chico que rozaba los veinte años podía arreglarselas solo y sin su ayuda.

Llegó hasta la habitación de Conway, un atisbo de verguenza bañó su cuerpo al recordar lo que había hecho, pero no podía mostrarse vulnerable ante nadie más; no podía seguir viviendo bajo el cuidado de gente menor que él o humillado por cualesquiera que quiera dañarlo.

SAINTS | Intenabo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora