"Sabemos que se acuesta con un hombre".
Fue la frase que Conway leyó y que ahora, mientras barría el piso del altar de la iglesia, no dejaba de repetirse. Bien podría enfrentar a los jóvenes y hacer que dejen de decir aquello, pero todo lo que estaba escrito en ese papel era real. Nada era mentira.
Se preguntó cómo había sido descubierto si las veces que ambos hombres de encontraban, el silencio y la soledad los envolvía hasta dejarlos encerrados. Nunca se imaginó llegar hasta el punto de sudar por intentar retroceder el tiempo, no estaba completamente seguro de qué sería de él si el sacerdote Armando se enterase de lo sucedido. Todo ese mar de sentimientos lo comía vivo, su mirada aterradora y cínica no dejaba de atormentarlo aquella noche donde sólo corrió a refugiarse en los brazos de su Señor cuando en la tarde descubrió sus acciones impregnadas en un papel.
Movió la escoba de un lado a otro llevando el polvo hasta un rincón donde más tarde se encargaría de recoger aquellos restos sucios que manchaban el piso sagrado.
No imaginó que Gustabo entrase por un lateral de la iglesia mirando a su alrededor cual hombre asustado por la poca iluminación.
—¿Jack? —Aquel nombre retumbó por todo el espacio entre ellos. Conway sintió cada sílaba siendo envuelta y liberada como una hermosa melodía que automáticamente lo hizo mover el cuello para clavarse en el cuerpo que se acercaba hasta él. Gustabo tomó sus mejillas y depositó un casto beso en sus labios, otro en su mejilla derecha y uno más en su quijada. —Te encontré.
—Gustabo —le llamó. —Creí que ya estabas en la cama, es tarde.
—No puedo dormir —dio otro beso pegando su cuerpo al contrario en una señal de necesidad. El sacerdote retrocedió y su corazón latió muy fuerte cuando recordó lo que anteriormente había leído. Puso sus manos sobre el pecho de Gustabo y lo alejó con suavidad, el rubio lo miró dudoso y abrió los labios para hablar: —¿Pasa algo?
Conway negó con la cabeza. Le causaba terror contarle aquello, ya que no quería arruinar algo que hasta ese día le gustaba y aterraba. Era como su propio castigo que con anterioridad aceptó, el mal lo había tentado y él se había rendido dejando en claro su gran impureza y debilidad, pero ahora, él consideraba ese castigo como un regalo, ¿qué de mal tendría amar a un joven? Él igual amaba a Gustabo, pero no encontraba las palabras que diferencien ese amor que le tenía con el amor que le tenía a su Dios, todo para él era nuevo y difícil, algo que Gustabo jamás se pasó por la mente.
—No pasa nada, no olvides que aún me pongo un poco... —Gustabo sonrió y volvió a estampar sus labios en un beso mucho más desesperado que el anterior, beso que Conway aceptó con la sangre helada.
Abrió los ojos y pudo ver el rostro de Gustabo tan cerca del suyo que le fue imposible no tomarlo de la cintura y atraerlo más a su cuerpo. Si la gente se enteraba, qué más daría cuando no podría retroceder el pasado, y era más que probable que aquella nota sólo fuera un maldito juego para joderlo.
Cómo podrían enterarse de aquello cuando la iglesia estaba cerrada, cuando el cuarto estaba cerrado y cuando el purgatorio estaba en el mismo estado.Nada junto a ellos, solo un chico que esperó ansioso al otro lado de la puerta, chico del cual Conway jamás sospechó; chico al cual sólo odió en secreto.
Gustabo comenzó a sacarle la camisa con rapidez. Lo soltó y caminó guiándolo al altar donde una vez los interrumpieron, se quitó la camisa y lo miró a los ojos pidiéndole permiso, si aceptaba hacerlo en aquel lugar frente a todos los santos, podría sentirse mucho más amado y libre. Era un capricho suyo; un capricho tan egoísta como él.
Conway tragó saliva, y al ver el cuerpo desnudo del contrario, no pudo resistir su sed de tomarlo suyo. No supo cómo fue su reacción en ese momento ni el rostro que tenía, sólo recuerda haber subido el delgado cuerpo al altar teniéndolo sentado frente a él.
Recuerda haber acariciado el cuerpo de un hombre frente a su Dios, en la casa de su Dios; recuerda haberlo besado, lamido y gemido cuando entró en él y comenzó a moverse fornicando de una manera tan blasfema y profana a Gustabo. Dejó de existir el respeto en aquel mundo donde se respiraba la honradez y la devoción. Conway no merecía aquel título nobiliario con el que lo llamaban, tampoco merecía estar parado en ese lugar jadeando y ansioso por seguir bebiendo de lo que una vez se prohibió.
Aquellos cantos que se escuchaban en misa ahora eran sus gemidos y suspiros que salían de sus cuerpos como llamas al rojo vivo. Eran como dos piras en su punto culminante de incendio, la iglesia era su propio lugar, uno donde la seguridad y el secreto jamás reinarían en ese momento. Pues a pesar de ser dos jóvenes enamorados, ese altar no merecía ser tratado como el sostén de sus deseos, así como ellos luchaban por ver quién dominaba un beso húmedo como el sereno que caía esa noche, el sacerdote que los veía a la lejanía luchaba por no dejarse caer muerto al ver su hogar siendo manchado de esa manera.
El sacerdote besó el cuello que tenía enfrente mientras sus caderas enterraron su miembro en el cuerpo contrario una y otra vez. Lágrimas caían de sus ojos como muestra de su satisfacción corporal, el rubio sentía lo mismo mientras su espalda era vestida por la frialdad de cuarzo, hasta que después de unos minutos, Conway llegó al orgasmo dentro de él mientras mordía su hombro derecho y su pelvis se contraía hacia adelante simulando haberse unido a profundidad.
Gustabo gimió y logró imitarlo al segundo, su propio semen los manchó y esperó unos segundos para poder bejarse del altar y vestirse rápidamente temeroso a que cualquiera los haya escuchado, pues en ese momento crucial ninguno se preocupó del volumen que sus cuerdas vocales tenían. Al ipso facto de haber recuperado la noción, recordó que aún quería escuchar ese "te amo" de alguien más y ese alguien más quería decirlo las veces que fuesen necesarias.
—Gustabo, necesito decirte algo...
—Iré a mi habitación, te espero ahí —Gustabo se colocó su ropa sin importancia a estar completamente húmedo y manchado. —No tardes, ¡yo necesito decirte algo!
Conway asintió y lo vio correr a la salida, parecía muy ansioso y emocionado. El pelinegro esperó que salga para subirse los pantalones y secar su sudor con el purificador que seguía doblado sobre el altar. Al estar en condiciones de salir, llegó hasta la puerta lateral izquierda, pero una mano en su hombro lo detuvo al instante.
Y una fuerte cachetada lo hizo caer al piso como si fuese una bolsa de basura. Estaba parcialmente oscuro, las velas del altar casi no llegaban a alumbrar lo que tenía enfrente, pero la luz de la luna era suficiente para mostrarle un rostro tan horrible que se preguntó si ese semblante era el de un muerto.
Armando lo veía con el ceño fruncido y los labios entreabiertos dejando salir aire por la desesperación que sentía por todo su cuerpo, en su mano derecha tomaba una biblia y con la izquierda un rosario que era fuertemente apretado. Su cuerpo entero estaba encorvado por la furia que sentía, Conway jamás había visto a un ser humano desprender tanto odio y frustración de esa manera.
Aquella noche, Gustabo se quedó dormido a la espera de su amante que nunca más volvió a visitarlo.
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SAINTS | Intenabo
FanfictionJack Conway, un hombre que toda su vida fue entregado al Señor, conoce a un joven que intentará convertirlo en lo que era antes: un pecador. Y entre plegarias, el placer humano suele ser más fuerte que la voluntad de Dios. ⚠️ Contendrá violencia, na...