Capítulo 16

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Pequeño recordatorio de las advertencias de esta historia: no olviden que contiene blasfemias y descripción explícita de relaciones sexuales. No se busca ofender a ninguna religión, es ficción.

En ninguna de mis obras los protagonistas tienen lazos sanguíneos.

Sin nada más que agregar, ¡disfruten!








La manera en la que Conway lo besaba le hacía perder el aire rápidamente. Sus manos se resbalaron por la tela sagrada que lo cubría para llegar a un tramo de la estola y deslizarla hacia el piso para deshacerse de ella. Aún podía oler el incienso en el cuerpo de Jack y aquello le incitó a seguir profanando algo tan puro.

La saliva de ambos comenzaba a resbalar por la comisura de sus labios dejando a la vista que aquel acto estaba tan necesitado que el cura tomó al menor de la espalda baja para hacer que su erección se aplaste con el cuerpo que tenía por delante.

Gustabo gimió al sentir la erección chocar contra su abdomen y abrió la boca para dejar sacar otro más cuando Conway se restregó más en él y aprovechó morder su labio inferior con suficiente fuerza como para sentir el sabor metálico de la sangre acompañar sus bocas.

Sus cuerpos estaban muy calientes. Conway se separó de él con brusquedad para empujarlo a la cama manteniendo la misma mirada fría en su rostro. Giró su cuello y vio bajo la cama los ramos de palma benditos.

—Gustabo... —Dijo un tanto nervioso perdiendo por completo aquella dura postura. No sabía lo que pedía, sólo eran sus instintos los que lo conducían hacia el Averno.

—No sabía que le gustaba eso, padre —contestó el rubio cegado por la sorpresa de ver a un emisario proponer aquel acto cargado de dolor y lujuria. —Adelante.

Conway los tomó y pasó sus dedos por toda la extensión de hoja larga pensando muy bien en lo que quería hacer. Gustabo retrocedió su cuerpo sobre el colchón y esperó lo que Conway quería hacerle al levantarse y quitarse la casulla para quedar en pantalones de vestir y una camisa blanca que comenzaba a trasparentarse por el sudor.

Gustabo podía ver cómo los pezones del cura se marcaban y sonrió lascivamente dispuesto a ser castigado si después de cada golpe los labios de Conway lo besarían hasta aliviarle el dolor.

—Quítate la ropa —ordenó el sacerdote una vez la sonrisa de Gustabo le hizo proceder. Su erección ya era más notoria y las ganas de escuchar a Gustabo suplicándole como lo hacía a su Dios le incitó a lanzar el primer latigazo bendito cuando el rubio se ocupaba de quitarse la camisa. Gustabo lanzó un gemido de dolor y miró a Conway sorprendido por la fuerza y rapidez de su acción. —Apúrate.

Fue primero la camisa y después tuvo que levantarse de la cama para quitarse las bermudas. Al terminar, quedó frente a Conway mirándolo mientras esperaba la siguiente orden o movimiento, pero el sacerdote se había ocupado en mirar cómo se desnudaba mientras llevaba su mano para deslizarla sobre su miembro. El pene de Gustabo estaba al aire cargando una clara erección que comenzaba a palpitar por la idea del sacerdote causándole dolor.

No sabía que imaginar ser golpeado en ese plano era capaz de excitarlo. Conway dejó de tocarse y tomó a Gustabo con la mano ocupada por los ramos e hizo que dé media vuelta para ver por primera vez su redondo y respingado trasero. Era el único lugar libre de cicatrices, pues los brazos, abdomen y piernas mantenían pequeños hematomas y raspones.

Quiso tocar los redondos y grandes cachetes blancos que tenía enfrente. Llevó su mano derecha hacia uno para apretarlo y después subirla hasta su espalda. La imagen de marcarla se plasmó en su mente y dio una nalgada mientras llevaba su boca al cuello del contrario para dejar un beso que causó un suspiro y gemido agudo al rubio que automáticamente llevó su cuerpo hacia atrás para que toque el pene duro del cura.

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