Capítulo 10

2.1K 320 284
                                    

Armando admiraba desde lejos cómo Gustabo caminaba con el semblante frío rumbo a la cocina donde debía sacar un trozo de pan y agua. Conway estaba junto a él con un nudo en el estómago que si no fuese por sus ejercicios respiratorios, estaba seguro de vomitar sobre los pulidos zapatos negros del sacerdote más viejo.

Palabras de felicitación fueron las causantes del propio odio a sí mismo. Armando estaba más que satisfecho con ver el cuerpo lastimado del mayor pecador de esa iglesia, el trabajo que hacía su compañero era impecable, y a pesar de saber que no lo pasaba bien, el hecho de que lo obedezca era suficiente para dejarlo solo con su propio martirio.

Conway apretó su casulla verde. Aquel día de 1935 fue el inicio de su propia agonía cuando desnudo de la cintura para arriba frente al altar de su habitación ejercía flagelación tras flagelación a sí mismo. Aquella mañana había despertado con una prolongada erección; sabía de las causas naturales de ella, pero recordar los sonidos de dolor que Gustabo hacía por su culpa aparecieron antes que una explicación biológica.

Vestir una casulla sin nada cubriendo su piel más que la suave tela de ella, era suficiente para que su castigada piel no arda por la fricción. Estaba sentado en la fuente vigilando que Gustabo regrese a su dormitorio y los recuerdos de la mañana atravesaron su cerebro cuando lo vio caminar en dirección a ella. Automáticamente se levantó para seguirlo en la lejanía.

Su andar era una tortura, su propia espalda no podía enderezarse. Ese era su propio castigo por lastimar a alguien más y por pensar en él como un sucio homosexual.

Armando estaba seguro que Conway volvería con el ritual de limpia una vez que el muchacho termine de comer, pero para sorpresa del rubio, el sacerdote frente a él sólo se limitó a sentarse en una silla con los antebrazos apoyados en sus rodillas.

—¿Habrá misa hoy? —Cuestionó el menor a la par que masticaba el pan dulce que la amable cocinera le regaló. Al menos alguien de ahí lo trataba con una falsa dulzura. Ver a Conway vestido de esa manera le generó una duda enorme, ni siquiera se había bañado y si había ceremonia, sería dentro de pocos minutos. Conway negó con la cabeza mirando al piso. —¿Por qué viste así?

—Come y cállate —sentenció alzando los ojos hacia él. Lo miró profundamente demostrando ese toque de malicia y disciplina que Gustabo comenzaba a temer.

Conway intentó enderezar su espalda para poder levantarse e irse a descansar ignorando el hecho de que debía castigar al menor. Pero un gruñido de dolor bastó para que Gustabo abra los ojos alarmado justo cuando el contrario llevó una mano a su hombro.

—¿Le duele algo? Puedo ir a por... —Gustabo dejó de masticar y se levantó cuando Conway intentó negarse con la voz, pero de su boca sólo salió una queja. Caminó hasta él llevando su propia mano a la contraria, actuando como si ayer aquel hombre no le hubiese hecho daño. —Conway.

Su sentido común se desvanecía junto a él. Conway a su parecer era un buen hombre, sus propias heridas se curaban gracias a él, sabía que no le haría más daño y que su conducta era debido al sacerdote anciano que justo en ese momento dormía plácidamente creyendo que alguien más haría su trabajo.

No sabía si era demasiado ingenuo o si su capacidad predictiva podría considerarse un don. Le temía a Conway y era lo suficientemente listo para darse cuenta que en su posición tratarlo mal o rebelarse ya no era más una opción. Sus defensas decayeron y entregó su cuerpo al dolor si esa era la única manera de curarse. Todo ese rato a solas en compañía de cuatro paredes mohosas lo ayudó a reflexionar y a aceptar su propia condena si después de todo lo malo llegarían los labios de Conway a besar su dolor.

Él mismo se llevaba a un abismo donde la única forma de salir era el martirio de su lealtad a la palabra de un Dios que jamás le concedería el mínimo perdón. Las oraciones y la luz de aquellas veladoras que alumbraban el comienzo de un crepúsculo que lo obligaba a depender solamente de luz artificial, ya no eran parte de una divinidad que desde pequeño creyó que estaría con él.

SAINTS | Intenabo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora