Jack Conway describía esa parte de su vida como un lienzo que fue pintado con la mayor de las frustraciones posibles. Era él sonriendo ante un joven que brincaba de banca en banca cargando una curva en sus labios junto con dos flores de clavel en sus manos que muy discretamente había robado del altar, era como si aquel camino de saltos y sonidos de madera golpeando sus pies fuera el juego más divertido del mundo, ignorando que en menos de una hora se celebraría la misa en honor al Viernes Santo.
¿Por qué frustraciones? Porque poco a poco sentía más ganas de decirle palabras que podrían costarle muchísimo. Sílabas que solo bastaban con ser liberadas para formar un remolino de sentimientos que podrían ser rechazados. Y fue así hasta que Gustabo llegó hasta a él y se bajó de la banca para mirarlo desde arriba, pues Conway se había sentando en una banca frente al altar con las manos sobre sus rodillas.
—¿En qué piensa? —Gustabo tocó sus cabellos con una mano y enterró sus dedos para peinarlo hacia atrás con suavidad. —Está muy silencioso hoy, padre.
Conway alzó los ojos y un destello iluminó sus pupilas. No sabía cómo vivir aquel momento; no sabía cómo respirar.
—No debes pisar las bancas, Gustabo. —Le dijo. —Sé más respetuoso.
Era de día, las puertas estaban abiertas y el aire entraba hasta bañarlos en una muestra de libertad momentánea. Conway sentía su corazón latir muy fuerte. Sólo estaba ahí sentado con la mirada fija sobre sus dedos intentando formular una simple oración.
—Hay muchas de ellas, una que se estropeé no significará nada. —El rubio sonrió y se sentó a su lado tomando una de sus manos para entrelazar sus dedos con los del contrario. Era su momento de tranquilidad después de limpiar toda iglesia. —Al final terminó siendo agradable su compañía, hace muchísimo tiempo que no me sentaba tan a gusto en una de estas —tocó el espacio lateral de donde estaba sentado. —Los sacerdotes no son tan malos si son como usted.
—¿Por qué odias tanto esto? —Conway lo miró curioso. Gustabo apartó la mirada y dejó de tomar su mano. —Podría ser un secreto de confesión.
—No ganaría nada ocultándolo —rio. —No es que las odie, simplemente entré aquí en un momento difícil. Perder a alguien y refugiarte en un lugar donde nadie puede escucharte es difícil. —Quería levantarse e irse, pero necesitaba sacar lo que tanto le dolía. Sus manos jugaron con el tallo de las flores en un intento de calmar sus nervios. —Dios tampoco lo hizo, si tanto ama a sus hijos, ¿por qué dejó a uno sólo? Si tanto nos ama, ¿por qué no me cura? Usted mismo me dijo enfermo y terminó contagiándose, ahora estoy yo en un puente donde el único camino es querer alejarme de usted por miedo a que termine mal.
—Dios no...
—¡Dios sí! —Interrumpió. —¿Morir de dolor o desfigurado? ¿Cree que ese es un castigo justo? Él era alguien bueno, alguien que se sentaba justo donde está usted, no era diferente a nadie de aquí —volvió a reír. —Por eso odio los lugares como este que albergan a gente que toda su vida ha llevado una máscara para ocultarse.
Conway no escuchó explícitamente la versión, pero podría imaginarse de qué hablaba. Su semblante se oscureció y automáticamente se persignó cuando Gustabo volvió a reír como si lo que contara fuera algo gracioso, pero era una risa nerviosa y sarcástica, tal cual a como era todo en él. Su propia mirada lastimera lo delataba.
—Es terrible todo eso, esas personas recibirán un castigo, nada en la vida se queda en injusticia —Conway hablaba como alguien que Gustabo odiaba. Era como una máquina con palabras programadas. —Rezaré por esa persona y por ti, nadie merece...
—No quiero sus oraciones, sólo... —lo miró. —Sólo quiero que no se avergüence de quien sea, simplemente sea usted —volvió a tomar su mano cual feligrés. —Y si eso implica no ser un alguien perfecto, acéptelo, así me gustará mucho más.
Conway tragó saliva y sintió los cachetes arder. Alguien más joven que él le daba lecciones de vida; lecciones que él mismo jamás pudo aprender.
—¡No digas eso aquí, Gustabo! —Lo soltó avergonzado mirando a su alredor si alguien pudo haberlos escuchado.
Era como un adolescente en su primer amor, tan inocente en ese aspecto pero experto en otros.
Un hombre que de adulto sólo tenía el carácter.
Los sentimientos apenas florecían como una rosa que poco a poco se abría para dejar a la vista los hermosos pétalos que tenía por dentro.
—¿Qué cosa? ¿Que me gusta? —Se levantó y con una sonrisa llevó sus manos hasta su boca para generar un espacio que dé eco a sus palabras. —¡Jack Conway me gus..!
El sacerdote se levantó y tomó sus brazos para bajarlos. Gustabo sonrió y rápidamente llevó sus labios a los contrarios para darle un casto beso que fue suficiente para sellar ese momento. Jack lo miró con los cachetes ardiendo y el rubio simplemente salió del lugar no sin antes tenderle un clavel aún en capullo y otro con los pétalos abiertos que había robado del altar como una metáfora que quería que Conway entendiera: él también quería que él mismo se abra ante los demás.
Se fue dejando a un pobre hombre con el pecho subiendo y bajando por la emoción de ese pequeño e inolvidable encuentro y con un "tú también me gustas" entre los labios que Gustabo no necesitaba oír para saber de su existencia.
Aquel día esas flores se convirtieron en algo muy importante para él.
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SAINTS | Intenabo
FanfictionJack Conway, un hombre que toda su vida fue entregado al Señor, conoce a un joven que intentará convertirlo en lo que era antes: un pecador. Y entre plegarias, el placer humano suele ser más fuerte que la voluntad de Dios. ⚠️ Contendrá violencia, na...