Capítulo 24

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Volkov esperaba pacientemente fuera de la habitación del sacerdote Armando mientras movía con la suela de su zapato negro una pequeña roca que lo acompañaba. El aire movía sus cabellos claros y sus ojos se movieron hasta divisar a aquella persona que tanta verguenza le daba encarar, pero a pesar de dolerle por dentro, se acercó a él con las mejillas rojas y la mirada gacha.

No sabía si se sentía avergonzado o era la culpa de haberle confesado sus sentimientos. Esa era otra de las debilidades de aquel joven alto e inteligente, él mismo solía rebajarse y temer de sus acciones a pesar de no tener ningún toque de malicia, sólo de normalidad.

Gustabo alzó la mirada y lo vio acercarse, su propio semblante era frío, pues después de haberse despertado esa mañana con la cama vacía, su pecho se encogió hasta el punto de intentar huir para no ver al sacerdote Conway que seguramente iría a visitarlo como era de costumbre. Una visita que necesitaba saciar para cumplir con sus obligaciones; una visita que nunca sabría si le nacía hacerla.

—Gustabo... —Llegó hasta él escondiendo sus manos en los bolsillos laterales de su bermuda beige. El nombrado se detuvo y le regaló una leve sonrisa, ni siquiera recordaba lo que su amigo le había dicho, para él no era tan importante, pero para Viktor sí. —¿Cómo estás? ¿Ya comiste? ¿Dormiste bien?

—Estoy bien —le dijo.

—Me alegro.

La incomodidad solo existía para uno, el otro usaba esa distracción para no toparse a alguien más. Aquel egoísmo era tan descarado pero a ojos del chico enamorado no significaba nada grave, y por eso movió los pies y sacó sus manos de los bolsillos para poder tomarlo de los hombros y clavar su mirada en la contraria.

—¿Qué pasa? —Gustabo salió de su burbuja y esperó que su acompañante hable, pues de repente nació una expresión de felicidad y emoción.

—¿Ya te contó el sacerdote Armando la sorpresa?

—¿Sorpresa?

El rubio frunció el entrecejo al recordar lo que Armando había hecho y dicho. Se deshizo del agarre y lo miró furioso, era como si su amigo supiese su molestia y el por qué la furia que estaba detrás de todo aquello para burlarse, pero Volkov era incapaz de hacer algo así.

—¡Sí! —Volkov se acercó. —Podrás venir conmigo a la ciudad, ¡conseguí sacarte de aquí, Gustabo! Todo gracias a la beca que conseguí...

El peligris esbozaba felicidad, pero Gustabo parecía entrar a un transe donde la única escapatoria era gritarle a su amigo las peores de las maldiciones. Ver su sonrisa le causó náuseas, no sabía cómo reaccionar ante aquello que tanto le hizo pensar y humillarse la noche anterior, si nada hubiese pasado, no tendría que haberse confesado tan prontamente a alguien que jamás lo haría de vuelta o sentiría lo mismo. Ahora se quería matar, lo quería matar y golpearlo hasta hacer que se vaya de su vista.

Estaba molesto, asqueado y sumamente sensible. Ver a su madre y a Armando el mismo día y en el mismo lugar le llenó de una cólera que amenazaba salir contra su mejor amigo que había hecho aquello con la mejor de las intenciones, pues no sabía que Gustabo estuviese tan enganchado a un sacerdote; nunca se le pasó por la cabeza ver a su mejor amigo enojado por salir de ahí, pero ese día, verlo con el ceño fruncido y los puños tan apretados que sus dedos se habían tornado blancos, le asustó y volvió a sentirse mal. Por eso retrocedió y volvió la mirada verificando si el sacerdote Armando estuviese ya afuera para preguntarle la fecha y hora de su retirada.

Gustabo divisó al sacerdote detrás de Viktor y simplemente les lanzó una mirada intentando retener las lágrimas de molestia. Corrió lejos hasta llegar al lugar donde anteriormente había desfigurado a un joven. Miró el suelo y todavía había restos oscuros gracias a la sangre que se había coagulado dejando una pequeña marca que lo atormentaría el resto de su vida; fue la acción que lo llevó hasta este punto de su historia.

Se llevó las manos al rostro y dejó salir todo lo que ayer se retuvo, su cuerpo brincó por el llanto e inhaló profundamente para exhalar de la misma manera. No contaba que detrás de él, ahí a la entrada de aquel patio trasero, Lamar lo observaba con una sonrisa y los brazos cruzados.

Observaba su cuerpo detenidamente, tan ensimismado que automáticamente caminó hasta él con sigilo. Al estar lo suficientemente cerca, sus manos hicieron bajar las contrarias y llevar rápidamente sus palmas a la boca para retenerle algún sonido que los delaten, aunque la lejanía del lugar ya le regalaba ese punto a favor.

—No llores, Gustabo... —Susurró sobre su oreja intentando aguantar los movimientos que Gustabo hacía para liberarse. Sus piernas se movían rápidamente y sus brazos intentaban escapar de él con desespero, pero la fuerza que ejercía Lamar contra su cuerpo era lo suficientemente grande para hacerlo parecer un pez fuera del agua. —Auque te ves tan lindo haciéndolo...

Gustabo sintió su corazón latir fuertemente, sus propias energías se agotaban rápidamente. No podía hacer nada contra él en esa posición y estado. Sus ojos cubiertos con lágrimas le impedían ver con claridad, el sodio de ellas comenzaba a cegarle hasta el punto de tener que cerrar sus pupilas con fuerza e intentar aclarar su visión.

—¿Te irás y me dejarás? Todos ya se enteraron de eso, no creo que sea justo que te vayas, ¿a quién observaré? —Gustabo sintió cómo la mano izquierda de su atacante bajaba hasta acariciar su cintura y acercar más su cuerpo hasta chocar contra el contrario. —Cogerte a un sacerdote no creo que sea suficiente para ti, ¿creías que nadie se enteraría?, ¿creías que no era lo suficientemente obvio? Ahora mírate, llorando por él y no por tu seguridad...

Lo soltó fuertemente. Gustabo cayó y sus rodillas y manos lo detuvieron de un fuerte golpe en la cara. Lamar se acercó y volvió a tomarlo del cuello de su camisa y encararlo fríamente.

—¿Qué tiene le sacerdote que yo no? —Sonrió y soltó su cuello para tomar su quijada y doblar su rostro para admirarlo. Gustabo parecía inmóvil por aquel chico de ojos verdes. Sintió cómo otra mano le tocó el pecho mientras que las rodillas de Lamar se doblaron y se apoyaron en el piso para igualar su altura. —Una vez que tu salvador se entere de lo que hiciste... Mejor cuídate, Gustabín, busca a alguien que lo haga por ti, no veo a un sacerdote que te esté cuidando ahora mismo. Jugaría contigo, sé que te encanta, pero tengo cosas que hacer...

Lo volvió a soltar. Se levantó y lo miró desde abajo con asco y molestia. Chasqueó la lengua y caminó lejos de él dejándolo en el piso con una mirada asustada y el pecho subiendo y bajando con arritmia. Gustabo tocó el piso y retrocedió alejándose de él. Podía ver su rostro con claridad y la sonrisa que tenía en los labios era lo suficientemente aterradora como para dejarlo en esa posición como basura por horas.

No contaba con que alguien más sepa su gran secreto, tampoco con que se vaya pareciendo insatisfecho pero ansioso. Tampoco se imaginó que al otro lado, Conway recibiese su almuerzo de un chico castaño y ojos oscuros quien sonreía divertido; almuerzo que contenía una nota que al leerla, sintió la debilidad y miedo recorrer por todo su cuerpo.

SAINTS | Intenabo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora