Capítulo 18

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Me preguntaron al privado si me inspiré en alguna canción para hacer esta historia, la respuesta es sí. Así que se las dejo en la parte de multimedia, ¡hasta luego!
















—¿Las veladoras siempre deben estar encendidas?

Gustabo entró a la iglesia que gustaba ya de un aura oscura y tranquilizadora. La luz que emanaba el fuego era lo único que les permitía verse con un poco de claridad. El rubio había entrado una vez terminó aquella conversación con su amigo, la luna le dio la señal para seguir al sacerdote que también se adentraba a la casa de Dios cuando los niños ya se habían ido.

Conway dio un pequeño brinco y giró su cuello para verlo ahí en la lejanía entre bancos guardando la misma belleza que veía todos los días.

—Son la luz que guían a las almas perdidas —habló encendiendo la última veladora que le daba más vida al enorme Jesuscristo hecho de resina de vidrio. El sacerdote contuvo una sonrisa al saber que el joven lo buscaba. Apartó su vista de él. —Nos guiarán a la libertad cuando estemos en el pozo del infierno.

Gustabo se acercó delineado las bancas cada que tocaba el respaldo. Conway seguía ahí sin verlo. Ahora estaba tan cerca de él como para tocarlo, pero sólo se quedó parado intentando mantener aquella conversación.

—Dios lo salvó, ¿no? —Preguntó curioso de saber el pasado de aquel hombre que rápidamente oscureció su semblante al entender la pregunta. —¿Cómo pudo escucharlo? —Ahora estaba detrás de él. —La mayoría de sacerdotes cuentan anécdotas argumentando el por qué son eclesiásticos.

—Yo... —Respiró profundo. —Dios nunca me dejó solo, por eso me niego a dejarlo a pesar de no merecer más su perdón.

—¿Quién lo dejó solo? —Gustabo tomó su mano de la misma manera que los feligreses lo hacían para besarla, pero él no la besó, sólo la sostuvo cuando Conway lo vio a los ojos y mantuvo ahí las pupilas suplicándole no preguntar más. —Por mi parte, diría que mi familia y mi novio.

Conway se tensó al escuchar esa palabra. ¿Novio?

—Mi madre —contestó. —Dijo que tengo que regresar siendo un hombre del bien.

—Y decidiste convertirte en sacerdote —Gustabo lo soltó y rio. —Qué decisión más estúpida...

—No quería que sea como mi padre —interrumpió al joven que seguía mofándose. —Yo tampoco quería ser alguien capaz de pegarle a mi madre, por eso Dios me ayudaría a ser alguien del bien, ¡y mírame! Te he lastimado a ti; he lastimado al Señor, ¿cómo podré verla de nuevo?

Gustabo lo miró seriamente. Su pecho sintió un nudo que cada vez se hacía más grande. Conway contuvo las lágrimas y giró su cuerpo para acomodar las veladoras restantes. El rubio se acercó y lo abrazó por detrás pegando su mejilla izquierda en su nuca. Su agarre se intensificó más y Conway lo aceptó girando su cuerpo para tenerlo de frente.

—No tenías opción, no por eso significa que seas ahora un mal hombre. Yo por lo menos no te veo así después de...—alzó la quijada para verlo. Sintió verguenza terminar aquella frase bajo la mirada de Conway que parecía ser la más atenta que había visto en su vida: sus ojos brillaban en la oscuridad y sus labios entreabiertos le impidieron completarla, no por querer evitar dejar salir sus sentimientos, sino porque aún se creía incapaz de aceptarlos, así que cambió de tema. —Además, la segunda vez yo te lo pedí.

Gustabo alzó las manos para acariciarle las mejillas. Las subió y metió entre sus dedos los cabellos negros que seguían peinados hacia atrás.

—¡Dios mío! —exaltó el cura recordando aquella verdad que había olvidado. Sentir el tacto de Gustabo también hizo que sus mejillas ardan. —¿No te duele?

SAINTS | Intenabo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora