Gustabo ni siquiera recuerda cómo es que tuvo el valor para levantarse y salir de aquel lugar sin que Armando o su madre lo detengan.
Su rostro parecía estar cubierto por una capa gris que poco a poco se difuminaba y daba paso a una que simplemente lo reflejaba a él.
Toda su vida quiso irse de esa iglesia, tal vez estar en otra le llenaría de paz o de calma, dos cosas que estando bajo ese techo nunca tuvo. Pero esta vez, al ver a Conway sentando en una banca de la iglesia esperándolo como si fuese su niñero, le hizo darse cuenta que nada de lo antes mencionado importaba, pues ahora tenía una razón para no querer irse, pero verlo con aquel rostro calmado y con su casulla nueva a punto de ser estrenada en misa, le hizo preguntarse a sí mismo si aquella desición suya era egoísta.
El hombre que veía era nada más y nada menos que un sacerdote corrompido, alguien que fue vencido por sus impulsos; alguien que Gustabo jamás debió guiar a aquellas enredaderas de las que ya no podía salir. Por primera vez en mucho tiempo, creía que romper su primera regla era lo mejor.
No podía contra la amabilidad innata que Conway le había demostrado, que ese hombre que una vez le hizo daño sólo era un reflejo de alguien reprimido que creía que su felicidad dependía de un ser que para él, era inexistente por jamás haberle dado una señal.
El sacerdote se levantó preocupado, ni siquiera sabía qué era lo que habían hablado al otro lado de aquella puerta, y Gustabo se las arregló para sonreír como si le hubiesen dado la mayor de las noticias positivas. Era su turno de hacer las cosas bien, o eso creyó hacer.
—¿Dará hoy la misa? —Conway asintió y acomodó su estola. Se acercó al rubio y tomó una de sus manos para acariciarla por un instante. Cada día lo veía más hermoso, era como una belleza infinita que diario le regalaba un escalón más de ella. Gustabo sin su cuerpo lastimado era la obra de arte más perfecta que había visto. —Suerte.
—Al terminar iré a verte, ¿te gusta el chocolate o la vainilla? —Preguntó el sacerdote. Gustabo alzó una ceja y ladeó la cabeza con duda. —Contesta, por favor.
—Vainilla.
Conway asintió y caminó fuera de la iglesia, Gustabo lo miró alejarse y sonrió con tristeza. Estar con alguien inexperto y que no aceptaba su realidad era mucho más difícil de lo que había imaginado, pues Conway parecía demasiado inseguro en cada desición que tomaba respecto a él. Se preguntó si era capaz de decirle algo más que un "me gustas", quería saber si era capaz de renunciar a esta jaula por él y se decidió esperar esa señal para quedarse.
Ahora lo veía a la distancia dar misa, hablar sobre la paz y justicia, regalar una sonrisa a los feligreses y aumentar los pensamientos positivos en toda esa gente. Era joven, apuesto e inteligente, ¿quién no lo amaría?
Él esperaría lo que le fuese permitido, también diría lo que en verdad sentía. Sabía que esa sensación de felicidad a su lado no era típica, que aquella paz y seguridad que nacían al estar a su lado no era algo que compartía con todos. Sabía lo que era, ya se había sentido así antes. Y lo supo cuando Conway entró a su cuarto después de dar misa con una bolsa de dulces de vainilla que compartirían entre ellos. Era de tarde, el sol amenazaba con irse a dormir y los pájaros seguían cantando anunciando el final de su vuelo.
Y entre miradas inocentes y besos que él consideró de los más lindos que había recibido en su vida, tomó las mejillas del sacerdote deteniéndose a mirar sus ojos oscuros como si él también fuese una maravilla. Volvía a estar enamorado y era de aquel hombre que fue capaz de cambiar para sí mismo, pero Gustabo no estaba seguro de que Conway pueda hacerlo por él.
—Lo amo, Conway —dijo acariciando sus mejillas con temor a escuchar algo que le duela.
Pero aquel silencio y duelo de pupilas le dolió aún más, hasta ese beso que Conway le dio después de esa frase, pues aquella noche no le dijo "yo también te amo".
No reclamó nada, tampoco demostró estar triste o preocupado, simplemente lo abrazó y le pidió que se quede con él a dormir, solo a dormir para abrazarlo y retener lágrimas de miedo.
¿Cómo haría que Conway renuncie a algo que estuvo más tiempo con él?
No lo haría, simplemente esperaría.
Tal vez y solo tal vez, la respuesta a esa duda sea la primera señal que Dios le dé.
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SAINTS | Intenabo
FanfictionJack Conway, un hombre que toda su vida fue entregado al Señor, conoce a un joven que intentará convertirlo en lo que era antes: un pecador. Y entre plegarias, el placer humano suele ser más fuerte que la voluntad de Dios. ⚠️ Contendrá violencia, na...