Capítulo 20

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Cuando ya no vio más a sus atacantes, Gustabo salió disparado a donde Conway estaba. Sus delgadas y blancas piernas se movían con euforia y miedo en busca de alguien que pueda calmarlo. Si lo encontraba en el comedero, no le importaría abrazarlo por la espalda y no soltarlo hasta que las voces en su cabeza se fueran. Lamar le aterraba, aquel chico solía ser más enfermo que el propio al que seguía como un perro.

Sus propias defensas bajaron cuando Lamar lo sostuvo y pegó su boca a su oreja. Sabía a lo que se refería con aquellos "planes" y no podía seguir sentando en la soledad. No supo por qué corrió tan rápido a la habitación de ese hombre en vez a la propia o la de sus viejos amigos. Tampoco supo por qué al llegar y ver a Conway vestido solo con una camisa de manga larga elegante y pantalones negros, su única necesidad en la vida era sentirlo junto a él.

Sus brazos lo rodearon con fuerza mientras su cuerpo temblaba. De sus ojos salieron lágrimas y el sacerdote dio un salto por la sorpresa de verlo ahí junto a él en ese estado. De sus labios salió un "Jesús mío" y rápidamente giró su cuerpo para poder abrazarlo también.

Gustabo subió las manos para rodear su cuello y así enterrar su cabeza en el pecho que olía a la fragancia de un jabón de lavanda. Esa era la compañía que todo ese rato quería; la compañía de Conway.

El sacerdote separó su cuerpo del contrario para caminar con parsimonia hacia la puerta y cerrarla. Gustabo parecía un niño en aquel estado, sus ojos lloros, sus mejillas rojas y su cabello mojado por el caldo de una sopa de verduras, eran la viva imagen de un travieso infante. Pero sabía que no era así, que ese joven era todo menos la pureza e inocencia de un niño.

No le importó mancharse más la ropa, por inercia se sentó en la cama atrayendo el cuerpo de Gustabo para volver a abrazarlo como si fuese su almohada.

—¿Qué pasó, Gustabo? —El rubio sintió las manos ajenas sobre su cintura, aquellas lo atrajeron y el sacerdote pegó su rostro en su estómago. —¿Puedes contarme?

Claro que no podía. Le daba verguenza decir que era alguien débil y que se dejaba humillar. Creía poder dibujar un nuevo perfil ante la persona que le gustaba; uno más digno y virtuoso. Tomó la quijada del eclesiástico y subió su rostro para poder besarlo y callarlo. Lo extrañaba mucho, un día sin él era ya su martirio y su pesadilla de la soledad.

Podría vivir bajo sus palabras y su silencio, entre ambos era suficiente una mirada para decir un sí o para suplicar un beso. Gustabo abrió las piernas y se sentó a horcajadas sobre él mientras sus labios seguían juntos, el sacerdote se sorprendió y aceptó todo aquello aprovechando que Gustabo movió su cuello para poder besarlo, lamer la piel de ahí y hacer salir suspiros y gemidos del contrario que llenaban todo su ser como si fuese su alimento.

Gustabo se removió sobre el sacerdote gimiendo por sentir su boca sobre su piel y el pene erecto que crecía cada ves más sobre su trasero. Quería que lo tome de nuevo mientras le inventaba palabras que lo calmen. ¿Un te amo era mucho para decir de la nada?

Entre ellos se quitaron la ropa para quedar al desnudo de la cintura para arriba, Gustabo se levantó y se quitó las bermudas ante la mirada del sacerdote que subía y bajaba su pecho por la excitación. Se preguntó si Conway lo veía más que sólo un ser con el cual podía fornicar. Una sonrisa triste se dibujó en su rostro cuando se dio cuenta de que al menos si eso fuera así, significaba algo para él. Aquel día se entregaba por necesidad de ser amado de nuevo, no porque sólo quería sentir el placer carnal. Era tan triste y desdichado que Conway y apenas notó su oscuro semblante que también le gritaba el adorar el cuerpo que tenía en frente. Ninguno de los dos sabía cuán difícil era pronunciar dos palabras que significaban muchísimo.

Tomó a Gustabo del brazo y lo atrajo hasta él para que el rubio continúe por él mismo. El sacerdote también se había quitado los pantalones y regresado a su posición sobre la cama, Gustabo lo tomó de los hombros y Conway afirmó que era la persona más hermosa que había visto en su vida. Y cuando ambos se unieron, los dos eran capaces de gritar por la libertad de sus mentes. Conway no gemía sólo por el placer de que Gustabo estuviese moviéndose sobre su pene, sino que lo hacía porque era el rubio el que lo hacía, ese chico precioso que se mostraba desnudo ante él.

Pero Gustabo estaba tan sumido que no pensó en ello. Nunca se planteó que Conway sintiese lo mismo o algo más fuerte, pues como el mundo dice, Dios no podía amar a alguien como él que merecía quemarse en las llamas del infierno.

Escondió su cabeza en el hombro de Conway cuando esté se corrió dentro de él llenando ese vacío que tanto quería, él seguía cabalgando intentando hacer lo mismo lo antes posible, sus pensamientos habían atrasado su propio orgasmo, así que hizo que las manos del sacerdote lo toquen.

—Jack... —Gimió quedito.

El sacerdote comenzó a masturbarlo hasta sentir el semen entre sus manos y el cuerpo del rubio desparramese sobre él mientras dejaba salir un desgarrador gemido.

—¿Gustabo? —El nombrado levantó la cabeza cuando escuchó su nombre. Gustabo lo miró y tomó sus mejillas antes de removerse sobre su cuerpo. —Eres muy...

Gustabo sonrió con inocencia y volvió a abrazar al sacerdote fuertemente. Conway sonaba avergonzado y le costaba seguir la conversación.

—Vamos... ¿Acaso no puedes terminar una maldita oración?

—Lo siento. —Conway alzó su cuerpo y salió de él. El rubio se incorporó en la cama y jaló el brazo del sacerdote para llevarlo consigo y acostarse junto a él. —Quería decirte que eres muy hermoso.

—¿Sí? —Gustabo lanzó una risita después de contestar. Miró al hombre que tenía al lado y suspiró. —Muchos me dicen eso después de coger, creo que es una maldicion...

—¿Ah? —Conway lo miró alarmado y algo en su pecho se estrujó al escuchar aquello, ¿sólo era uno más que admiraba y tocaba su cuerpo?

—¡Es broma! —Volvió a reír dejando a Conway estupefacto. —¡Hubieras visto tu cara, era como si hubieras visto a un fantasma! —Conway intentó forzar una risa para simular haber entendido. Suspiró y volvió la vista al techo. —Sería un pecado el adulterio, ¿no? No somos esposos ni nada de eso, pero no podría tener a alguien más cuando lo hago contigo, sería repugnante. Aunque... Me sorprende que digas eso, tú, un sacerdote que toda su vida juró ser heterosexual y juró ante su superior el jamás fornicar con una mujer, o con un hombre... No cabe duda que Satanás está dentro de mí.

—Dios santo, ¡Gustabo! —Conway dio un pequeño golpe en el brazo del rubio. —Pero qué cosas dices...

—¡Qué lento eres! —Gustabo había recobrado esa personalidad extrovertida y habladora que en momentos de tensión salía. Era como su propia defensa el vestir sus palabras con bromas y risas. Sin darse cuenta, lastimaba a alguien más a cambio de él seguir mintiéndose. —Tú tampoco te ves mal, eres mejor que el viejo de Armando y con eso me basta. Para que sea adulterio, ¿te casarías conmigo? ¿Darías la misa de celebración mientras yo sostengo la biblia y después te beso frente a todos? —Se mofó. —Qué divertido, jamás me imaginaría siquiera decirle a un sacerdote que lo amo, ¿te imaginas eso? Podrían quemarnos, golpearnos y matarnos. —Lo miró fingiendo diversión. Para Gustabo sólo era una conversación, nada que Conway pudiera tomarse en serio. Al fin y al cabo Conway no sentía nada, ¿no? —¿Aceptaría usted quemarse conmigo en el infierno?

Todo aquello eran simples bromas que abrían y a la vez cerraban esperanzas al instante.

SAINTS | Intenabo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora